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Caja líquida…

Por Alvargonzález; 10 de marzo del 2003

Allí está: entre los viejos y los neo-sebastiánicos Arcos, ambos igual de inexplicables pero con eso de que la costumbre acostumbra y ataranta (ando profundo hoy), los arcos viejos nos parecen entre respetables y amables siendo que brotaron por puro capricho ilógico y gubernamental. Pero ahora no estoy para asuntos que te causen arcadas. ‘Ahitá’ con su cúbico nombre: “La Caja del Agua” y que con él encierra toda una paradoja o tal vez una profecía. ¿Al trote progresante que vamos tardaremos mucho en desear que alguien nos regale una ‘caja de agua’?

Deberá medir algo así como diez metros de frente y lado, por ‘dostres’ de alto. Los que pasan por la calle –¿podría llamarse de otra forma que Calle Arcos?–, advertirán si acaso las muchas pipas que durante el día acuden allí para rellenar sus panzas de lámina. Tampoco nadie ve (acuérdate: andamos de prisa aunque no sepamos a dónde vamos) la fecha que aparece sobre el arco de la puerta: 1901. Menos imaginas lo que hay metros bajo el nivel de la calle: una tinaja enorme en la que cae el agua que corre kilómetros desde Los Colomos (no los Colomitos de la canción porque esos hace mucho desaparecieron) y a través de las galerías Castaños. Sí, los túneles que calculó y diseñó el muy ingenioso Gabriel Castaños en la transición del 19 al 20 para llevar agua rodante (sin bombeo) hacia la parte alta de la ciudad y luego igual –por mera gravedad–, escurrirla o distribuirla a la entonces compacta masa urbana. Ahora habría que preguntar a los encargados de darle de beber a la cada vez más sedienta ciudad, cuánta agua dejan las pipas para que escurra y ruede.

Si algún día pasas por allí y decides entrar, cuídate al bajar la penumbrosa escalera de caracol que lleva hasta la tinaja (mejor ni te cuento de qué me embarré zapatos y pantalón, y por la misma razón: no quiero provocarte arcadas). A medias del foso, labrada en cantera, hay una inscripción laudatoria que hace referencia a que la obra fue realizada bajo la tutela gubernamental del elegido entonces por Don Porfirio, Luis G. Curiel (1893-1901) quien seguro era amante de la discreción porque allí muy pocos ven o leen el nombre –¿quiénes aparte de piperos excretantes?– del saciador gubernamental de aquella sed urbana ahora en creciente y que más pronto que tarde empezará a boquear solicitando ¡cajas de agua!

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