Saltar al contenido

Cero

Y Luego…

Por Alvargonzález; 10 de agosto de 1996

De pronto la premura de la en­trega, y mi mente en cero; y de pronto en ese mismo e irrelevante hecho –sen­tir vacía la sesera–, se me ocurre que podemos justamente hablar de eso: ¡de la fascinación del cero! Sólo que tengo que pedirte un gran favor antes de adentrarnos en tan vacío asunto, y que no es otro que prepares tu mente para el vértigo. Vamos.

Cualquier niño conocedor de las glorias patrias te dirá lo aprendido en la escuela: “los mayas inventaron el cero”, tal cual, y lo cual está perfectamente mal dicho. Correcto sería afir­mar que también los mayas llegaron a esa abstracción numérica de la que conversamos hoy. También ellos y con su peculiar sistema numérico lograron entender su vacua jerarquía numérica (que de paso, digo, no entiendo por qué les exigen a los niños que lo memoricen, puesto que como anécdota nacionalista suena bien, pero resulta irrelevante para la comprensión arit­mética. Mejor deberían aprovechar ese tiempo para tratar de explicarles la función del tal cero y su discreta peligrosidad).

La notación numérica que utilizamos arribó a Europa por el Estrecho de Gibraltar o de Djebel-al-Tarik (el monte de Tarik), por donde ese conquistador árabe se enfiló a España. El Islam, además de la cimitarra llevaba el álgebra, nombre traspuesto del arte de reducir fracturas –al-jebr–, a la capacidad abstracta de unir cifras y de reducir los problemas numéricos, en el sentido de articularlos. Dentro del álgebra, el tal cero cuyo sentido simbólico resulta fascinante, pues en forma estricta es ¡la nada potenciante!; la nada que otorga validez formidable a los símbolos que la preceden (del uno al nueve) y que con su simple desnu­dez estarían inválidos e incapacitados de asumir robustez simbólica.

Incluso la afirmación de ser “un cero a la izquierda” carece ya de sentido ahora que impera la computación, pues gracias a la denominada “Álgebra Boo­leana” –o notación con simples unos y ceros para significar el desplazamiento electrónico de + a -, o a la inversa en el transistor–, los tales ceros a la iz­quierda son los que permiten progra­mar desde la más humilde calculadora hasta el complejo mecanismo del transbordador espacial.

Ignoro el nombre que darían los respetables mayas a su “cero” (nada malo confesar la ignorancia), pero sí sé lo que para los árabes significaba ‘zéfero’: “vacío” o “la nada”. Y si ahora mismo quieres hacer la prueba, traza en medio de una página en blanco un cero, y estarás de acuerdo conmigo en que el circulo que te salió más o menos redondo es una frontera en el vacío del papel: “la nada” atrapada. ¡Pero cuidado con esa nada!

Alguna vez pasó por casa en Londres un pariente de-la-familia-en-turno-acusada-de-corrupción. De esto hace ya un par de sexenios. Con la tranquilidad que da la lejanía, le pregunté al amigo sobre el entonces sonado caso de malversación, y él –matemático de oficio– fue el primero que me hizo caer en la cuenta de la incapacidad que tiene la mente para atrapar muchos ceros. Tal vez como justificación familiar, me explicaba que de pronto se pierde la noción del cero (lo cual puede ocurrir en casos bancarios que se ventilan en este sexenio), y que fue lo que ocurrió a sus familiares: ¿alcanzas a comprender la diferencia entre mil millones y un billón de pesos? Es decir: un billón son exactamente mil millones de millones (en nuestra notación, no en la anglosajona, lo cual espero te tomes la molestia de escribir porque yo no lo haré. Son mareantes y peligrosos los tales ceros, que algunos coleccionan fervorosamente en cuentas bancarias insospechadas. Es como la fortuna del muy cibernético Bill Gates –de cerca de cuatro mil millones de dólares–, que le permitiría gastar diariamente ¡un millón de dólares hasta su muerte (calculada estadísticamente en setentaitantos años) sin que se la terminara! Aparte de lo que se pueda adquirir con esa cifra diaria, ¿cuánto es un millón de dólares? Ceros, ceros, ceros, el vacío potenciante, la nada, y según la abstracción arábiga.

Esa la paradoja: sin ceros somos nada, y ellos son lo mismo; nada, aun a pesar de alcanzar volumetría en apariencia enorme, pero incomprensible.

Los físicos han debido acuñar términos atrapantes de ceros, y que con lo bien que suenan, igual de inaccesibles siguen siendo. Tienes el caso de los femtosegundos, que es el tiempo que toma en desarrollarse una reacción química, como la que tiene lugar ahora mismo en las baterías de tu radio: cuadrillones de segundo. Igual nos quedamos cuando los enterados nos dicen que la vida comenzó a surgir en el planeta hace cuatro mil millones de años. ¿Estás de acuerdo? ¿Se te hace un periodo muy corto o demasiado largo? Da lo mismo… la mente humana no atrapa más que un puñado de ceros, y más allá el misterio. Fíjate; en la Vía Láctea hay 200 mil millones de estrellas…

Igual de enigmáticos son los ceros poblacionales. Oía lo’tranoche que la ONU afirma que nuestra encantadora monstrua capitalina no es la urbe más poblada del mundo: “…transmitimos desde la ciudad más grande del mundo”, ¿los has oído decir eso? Y peor te la cuento: que para el 2025 será la número 14 del escalafón mundial. Más allá de solicitar a los capitalinos su esfuerzo fecundante para que siga creciendo la aglomeración, está la total incapacidad de la mente para visualizar la diferencia entre quince, veinte o veinticinco millones de seres humanos con su potencialidad logarítmica enunciada por el muy simpático y contradictorio Malthus, que con sus once hijos, poca boca tenía el inglés para hablar de sobrepoblación. Te advierto que tan elegante palabra, “logaritmo”, no significa otra cosa y en griego, que “razón aritmética”, y el razonamiento que ahora te transmito es de un matemático dedicado al análisis de la carga humana que tiene el planeta.

Imagínate una colonia de bacterias viviendo en una botella de refresco y que debido a las circunstancias se duplica cada minuto. A ese ritmo de crecimiento, si el proceso se inicia a las once de la mañana, justo a las doce del mediodía la botella estará repleta de bacterias. Pero lo alarmante en el crecimiento logarítmico es un hecho innegable: la botella del ejemplo, a las 11:58 sólo estaría llena de bacterias en una cuarta parte, y en los dos minutos finales se repletaría. Esos los riesgos del crecimiento exponencial o de los ceros destacados logarítmicamente. Mareantes.

Los números sólo se pueden hacer grandes gracias a esa prodigiosa abstracción que es el cero, y que les permite convertirse en decenas, centenas, millares y síguele si quieres. Pero existe una especie de ceguera cerebral ante los números monumentales, cuya vacuidad resulta a la vez misteriosa y ululante. Así que si te hablan de cuestiones macroeconómicas o demográficas, diles que sólo esperas que el cero sea benigno cuando sintamos su rigor.

Te dije al comienzo: estoy en ceros y en más de un sentido.

____________________________________________________________________________

Necesitamos de tu colaboración para solventar los gastos que genera la difusión de la obra de Alvargonzález. Cualquier cantidad es buena y mucho te agradeceremos.

Banco Bajío, número 17895475

A nombre de la AC. “Alvargonzález el Vallero Solitario”.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.