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Cirilo bolero

Por Alvargonzález; 29 de octubre del 2003

“A sus pies…”, y esa expresión supuestamente respetuosa, mezcla de cursilería con anacronismo, podría ser el lema laboral del amigo Cirilo. Sí, el ‘cepillante’ sujeto de la foto a quien conozco desde hace años y quien entre trapazo y trapazo me ha contado buenos párrafos de su biografía. ¿Bolero? ¿Estará bien llamarle así? ¿Resulta absurdo o paradójico llamarle mi bolero de cabecera?

Antes de la posible aclaración de la denominación del oficio, creo que coincidiremos tú y yo en que tan abrillantadora actividad es ‘derivativa’. No tendré que decírtelo porque ya lo habrás percibido, que no soy sociólogo, ni psicólogo, ni muchos otros ‘ólogos’ que amparen mis opiniones. Soy veedor pensante y por ello creo que el quehacer de los –¿cuántos habrá en la ciudad?– multipresentes Cirilos en plazas, jardines o deambulantes con su cajón y preguntando: “¿una boleada…?”, es oficio derivativo y no de prima intención. Actividad propiciada por las circunstancias personales y que empujan al sujeto a ponerse literalmente ‘a los pies’ del usuario.

Tienes el caso de Cirilo. Sinaloense que durante su juventud anduvo en la sierra rascando la tierra. Tal cual: una mezcla de gambusino y minero que vio el brillo de las pepitas y que confirmó por vivencias personales aquel adagio de los mineros de que; “para mantener una mina se requiere ¡otra mina!”. Negocio ingrato ese de arrancarle a la madre tierra sus encantos; desgastante. De las sierras sinaloenses el agotamiento y el achatamiento de esperanzas –los ‘caladores’ siempre viven soñando con el brillo de una veta que pocas veces aparece–, lo echaron a la ciudad. ¿Qué hacer?

El oficio, aparte de manchón y maloliente, no reviste mayores complejidades: unos botes de grasa, trapos chirriantes, cepillos y brochas. Como esfuerzo mayor, aparte de doblar la espalda y dar con brío el cepillazo, exige el acarreo de la silla para ponerla al paso transeúnte. Es un poco como el oficio de los garrafoneros: en un par de viajes se aprende y que yo sepa no existen escuelas ni de garrafoneros ni de boleros. ¿Boleros?

La ‘lídera’ del gremio –así, porque mujer es–, insiste en el rimbombante ‘aseadores de calzado’, y reniega la denominación colonial. ¿Boleros? Sí, porque eso de la producción en serie de grasas y tintas es algo reciente y durante buenos siglos anduvieron por las calles ofreciendo sus servicios con una sarta de bolas de cebo-grasa teñidas, algo así como rosarios, y esas bolas eran lo que usaban para restaurar la apariencia de zapatos y botas. Cirilo no se ofende porque así le llamo a ese su oficio al que la vida lo llevó luego de años de cansancio y frustración. Te digo, es un buen oficio pero derivado de otros casi siempre.

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2 comentarios en «Cirilo bolero»

  1. Álvar no se imaginó cuántos oficios más iban a crecer como derivados de otros, cada vez más en nuestra actualidad, me queda la duda si ¿fueran menos los derivados si más gentes escucharan-vieran a Álvar? Pues ahí nos miramos en la Librería, aunque no lleve los zapatos boleados, je je.

    1. Asi es, mi caballero volante (por aquello de la volanta que tuvo algun tiempo), no se imagino que el mercado de derivados (no el de la bolsa de valores, sino el de la bolsa de los desempleados) fuera a estar en voga en estos tiempos peñistas.
      Para mayor referencia del reportaje, el buen Cirilo al que hace referencia, “boleaba” (ya me quedo la duda de si estara bien dicha la acepcion) ejecutaba (o ejecuta aun? lo desconozco) su oficio en el jardin del templo del carmen, frente a la otrora Agora, en Av. Juarez.
      Podria decirme, gentil dama, si las reuniones siguen en la libreria? de ser asi, me gustaria simarme al esfuerzo de las orejas pensantes, saludos!!!

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