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De la Granja

Por Alvargonzález; 25 de febrero del 2004

Hace unos días supe la noticia y algo de mi pretérito imperfecto se remeció. ¿Por qué? Porque el ahora bien anacrónico sistema incidió fundamentalmente más de una vez en mi vida. ¿Cómo no recordar, por ejemplo, cuando por esa vía y en el ‘ochentaitantos’ me llegó la buena nueva de que me contrataban como hablador allá en la BBC? ¿‘Tenteraste’ de que está agonizante el sistema telegráfico nacional? O aprovechando que estamos con eso de las preguntas ¿se te ocurriría ‘hoyendía’ enviarle a alguien un telegrama?

El asunto del telégrafo viene de muy lejos; sí, eso que significa ‘tele-lejos’ y ‘grafos-escritura’ ya era utilizado durante las guerras napoleónicas por el zurdo y compacto general para adelantar y recibir noticias, pero lo hacía siguiendo el sistema de las embarcaciones: con banderolas. Por aquel entretiempo del 19 comenzando, un proto periodista mexicano –experto en la navegación política acomodándose a los intereses–, publicó aquí en Guadalajara el llamado ‘Telégrafo del Rey’; sí, el mismo Severo Maldonado que ideara ‘El Despertador Americano’, luego de caído Hidalgo cambió de línea editorial con ese su telégrafo-periódico del que publicó más números que de su anterior despertador.

Pero ¿por qué te muestro a un individuo al que se pretendió rendir homenaje monumental en bronce expresivamente bien realizado? Porque fue genial. De hecho su biografía es de altísimo contraste pues ingresó por la puerta de la política a la ciencia y la tecnología de punta de su siglo 19, contrario a lo que suele ocurrir que es instalarse en la burocracia vía las ciencias. Originario de Vizcaya llegó a México y ejerció el comercio para luego irse a Nueva York y fundar una revista. Posteriormente el gobierno mexicano le nombró Cónsul en Washington, luego de otorgársele la nacionalidad mexicana y por su defensa hacia los compas-triotas radicados allá. En 1846, iniciado el conflicto con E.U., vuelve a México y es electo diputado por Jalisco ¡Sí! En 1849 invierte todo su capital en la instalación del primer servicio de telégrafo, y prácticamente en la ruina, logra enlazar la capital con Veracruz en 1852. Su proeza es para mí un misterio pues debió generar electricidad para alimentar las líneas transmisoras de aquellos mensajes en clave Morse. ¿Cómo? Si lo averiguas me dices. Olvidaba decirte su nombre: Juan de la Granja y ese su monumento funerario al lado del mismísimo general Zaragoza (a la der.) Tal fue el reconocimiento póstumo meritorio.

El servicio telegráfico enlazó al país. Las noticias, grafos-palabras escritas, viajaron a distancias inimaginables a velocidad insólita. Luego el telégrafo, aquel martinete que generaba impulsos eléctricos, se convirtió a su tiempo en arma revolucionaria; cada caudillo tenía su telegrafista adjunto y ahí tienes el caso de Manuel F. Ochoa, el de San Gabriel, que mucho tuvo que ver en el cambio de nombre al pueblo dado que era el telegrafista oficial de Venustiano Carranza.

Pero ya pasó su tiempo y la empresa telegráfica nacional agoniza. ¿Reconvertirla? Difícil asunto hijo de la modernidad, pues ya se platica sin hilos y sin intermediarios conocedores de claves inextricables.

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