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¿Gerundia?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 18 de julio de 1996

De uno de sus tantos viajes, la abuela Aurora me trajo un regalo inú­til. Y digo inútil, porque mis padres se encargaron de guardar aquel juguete, a fin de que mis cincoañeras manos no lo destruyeran y tal como era su ruda costumbre hacerlo (rudeza, digo, de mis manos y no de los protectores de mis juguetes). Y mira lo que son las co­sas: andando el calendario llegó Bofín a casa –el entonces pequeño hijo de un amigo–, y en un ¡tras! le tronó la cuerda a ese juguete que me fuera vedado en la niñez.

Con todo y su averiado mecanis­mo, lo guardo con respeto reverente. Me dirás que soy un tilichento senti­mentaloide, y lo acepto pero no sin esgrimir como argumento de defensa inútil que ese monigotito tiene valor histórico. ¿Te digo por qué?

Se trata de un supuesto nadador. Su cuerpecillo está hecho con el mismo material tan combustible del que esta­ban fabricadas las pelotas de pinpón (sic); sus brazos, con los que se despla­zaba supuestamente en el agua, son de hojalata. Hay algo en él que me llama la atención: sus facciones son las de un niño anglosajón, ojiazul y rubicundas. Te confieso que ya era un adulto cuan­do tratando de remendar lo hecho por el simpático Bofín (sic), descubrí una leyenda impresa en el celuloide: “Made in Japan Occupied”. Es decir que el fa­bricante se encargó de manifestar que su país se encontraba ¡ocupado! cuan­do él se puso a hacer tales monitos. Es­pero que entiendas que la tal ocupación poco tenía que ver con lo la­boral, y mucho con la derrota de un país en el que se estacionaron tropas para vigiarlo… ocupantemente. Tropas de ocupación.

La abuela y sus viajes aparte, en aquellos cincuentales años, y también mi placer infantil de aguardar su retor­no “a ver que me trai”, lo relevante es advertir que la hoy victoriosa industria japonesa arrancó de cero y bagatelas, y luego de que su planta industrial que­dara planchada –anulada– por la gue­rra.

Ahora no te entretengo mayormen­te contándote cómo los ingeniosos japoneses aprovecharon lo que aquí llamamos “maquiladoras” y que los vencedores les instalaron durante la ocupación a fin de darles precisamente eso: ocupación a la mano de obra japo­nesa. Con un magistral mecanismo laboral –‘Made in Japan Occupied’–, desalentaron a las trans-multinacionales (sic) y les hicieron que se retiraran… dejando sus instalaciones. Y luego…

El maestro Valenzuela nos insistía en la dificultad de manejar el gerundio, esa forma verbal caracterizada por las terminaciones “ando” y “endo”. Nos reiteraba que servía para enunciar acciones simultáneas y no consecutivas, que es como se le usa general y erróneamente. “Entró sentándose…” era uno de sus ejemplos favoritos, y con mímica acentuaba que el hecho además de incómodo resultaba grotesco. “Primero se entra y luego se sienta uno”, repetía. En las noticias, óyelas bien, cada rato cosas como “cayó muriendo”, siendo que en lógica formal primero es el guajolotazo de la caída y luego la muerte. Todo esto, en primera instancia, porque escribí que las multitransnacionales se iban de Japón, dejando gerundiamente sus instalaciones.

De esa discreta y eficaz maniobra, los derrotados partieron a una victoria comercial que hoy es innegable. Pero hicieron otro uso del gerundio que los meshicas –¡oh, gloriosa raza de bronce!– practicamos a la inversa.

Nadie, absolutamente nadie, puede ser absolutamente original. De la nada a la nada se llega, y siempre hay que partir de algo. ¿Estamos de acuerdo? Cervantes, cuyos libros ciertamente no son para el desciframiento de almas o tratados de psicología; Cervantes, gran conocedor del alma humana, escribió en alguna de sus obras aquello de “comenzamos imitando para luego ser quienes somos”. Imitamos de niños a los adultos que nos rodean; incluso la vocación, o si quieres llamarle “profesión”, en no pocos casos tiene origen imitativo, pues pretendemos ser como alguien que admiramos. La publicidad va de la mano con ese simio imitador que vive dentro de ca’quien. Pero de nuevo vuelvo a recordar reverente al magisterio Valitas (así le decíamos) cuando hacía alusión al plagio literario que practica todo el que escribe, abierta o veladamente, pues todos nos robamos palabras de otros: “el plagio es entendible y aun aceptable cuando se mejora al autor plagiado…”, Docta y realista sentencia, ¿no crees?

Los japoneses siguieron la norma gerundia: copiar, pero mejorando. Ese el secreto, y que va desde un monito con facciones y antecedentes anglosajones –juguete que echó a perder Bofín–, hasta la computadora que hoy desplaza a la que era la última maravilla ayer. Descifraron los equipos que les dejaron instalados y de allí arrancaron. Copiar, gerundiamente, mejorando.

Recuerdo todavía en los sesentas, cuando se trataba de comprar una cámara fotográfica, no faltaba el conocedor que te recomendaba que no compraras una japonesa “porque su mecanismo es de plástico y no dura”, y que te orientaba hacia marcas alemanas o madinusa. En treinta años transcurridos el madinjapan es simplemente una certeza de funcionalidad y durabilidad.

Muchas veces y por radio (quién sabe por qué nadie quiere prestarme una antena para sacar a ventilar la lengua) he contado que cuando algo se inventa es porque se parte de un invento preliminar, y he dicho y redicho esa costumbre de los inventores de ir a palabras “inventadas” hace milenios para bautizar lo nuevo. ¿Un ejemplo? Del papel carbón para obtener copias, se pasó a sistemas tan húmedos como engorrosos. Por allí tengo la historia completa de un necio madinusa –me da pereza buscar ahora en mi deshechurado archivo, su nombre– que perdió hasta la esposa tratando de inventar un sistema efectivo de copiado en serie y en seco. ¿Sabes cómo se dice “seco” en griego? Sí, Xerox, y no es publicidad sino evidencia filológica. La primera copia fotostática decía la palabra “Astoria”, por si te sirve saberlo. Y mira lo que hicieron los japoneses, copiaron las fotocopiadoras, y bien que lo hicieron; simplificaron el proceso y hasta colorete le pusieron.

En todo caso lo que nos sirve saber, es que todos copiamos; todos imitamos. Personalmente me considero una copia, no seca sino bastante húmeda, de mis padres y ancestros y trato de mejorar mi ser-copia de ellos.

Copiar mejorando. El gerundio indica simultaneidad o acciones que se desarrollan al mismo tiempo. Quién sabe por qué defectuosidad, más inyectada que sustentable, nos hemos convencido de que sí servimos para copiar. Pero ¿por qué copiamos empeorando? Como dices tú: vivimos ejerciendo la norma tácita de que ¡todo puede ser peor! ¿O no fuiste tú quien me dijo eso?

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Banco Bajío, número 17895475

A nombre de la AC. “Alvargonzález el Vallero Solitario”.

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