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Inmobiliario creciente

Por Alvargonzález; 9 de julio del 2003

No es raro oír a los arquitectos referirse al “amueblamiento o mobiliario urbano”, con lo que ello quiera o pueda significar y utilizando el más o menos afortunado lenguaje propio de la tribu. ¿Mobiliario urbano?  Utilizo la expresión con toda su arquitectónica ambigüedad para referirme a un ‘acogollante’ asunto del que te enterarás si le das movilidad a la lectura. Poco tiempo te quito.

Claro que tú y yo sabemos lo que son los llamados ‘bienes raíces’ y que poco tienen que ver con el reino vegetal pues más bien están referidos al encantador reino de la sólida especulación del suelo urbano. Lo de ‘raíces’ es por aquello de que no siendo la Telefónica que movió el Ing. Matute, sencillamente están arraigados o pegados al suelo. ¿Se mueven? Por su propia naturaleza, no, y mejor omito reiterarte aquello de que la ciudad está cimentada en zona de riesgo sísmico (o ‘seísmico’ como ampulosamente dice la tribu de los geólogos) y que en caso de temblor no pocos bienes podrían quedar bien desenraizados. Claro que no es mi intención alarmarte sino simplemente ir a ciertas sutilezas de la lengua y por una razón: hasta ellas muestran la alarmante paradoja que son las ciudades.

A ver si salimos de acuerdo: si se mueve es mueble y si no se mueve es inmueble. Aunque ‘mobil’ te suene a marca aceitera, proviene del latín ‘mobilitas’ que no es otra cosa que poder mover algo o echarlo a andar. Así, cuando los de la tribu ‘chicana’ también con su propio y característico lenguaje se refieren a sus vehículos como ‘muebles’, la rara expresión tiene más justeza de la que aparenta y es donde el problema urbano comienza: un buen día esos buenos muebles de fierro y hule se convierten en males inmuebles, que bienes no son. ¡Inmóviles! ¿Qué hacer con ellos? Lo mismo: sabemos producir y usar basura, pero no deshacernos de ella o reciclarla.

Por no pocos rumbos de la ciudad se encuentran; mostrencos, o sea que no tienen propietario que les reconozca. Abandonados y convertidos en depósitos de basura o en refugio de náufragos urbanos. En apego a la exactitud del lenguaje, fueron parte  del ‘mobiliario’ urbano pues se desplazaban; tuvieron movilidad que un impreciso día acabó y puestos junto a cualquier banqueta nadie sabe su procedencia ni menos su destino. 

Unos porque se mueven, otros porque no. Todos son parte de la modernidad entrampante. Si el mueble se mueve hay que abrirle más y más espacio, y si deja de moverse hay que hacerle espacio porque de que crece, crece, el inmobiliario urbano…

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