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¿Llamas?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 25 de julio de 1996

La ambigüedad es un defecto vir­tuoso que tienen las palabras. Yo escribo, tú –lo sé– lees; yo quiero decir y… me pregunto qué entenderás. Para eso, precisamente para eso, al final de mis escritos un número que me ha permitido que estos viajes verbales sean de idivuelta y no sólo de aquí pa’llá.

¿Llamas? Te decía eso de la “ambigüedad”, y que se confirma en el hecho de que las palabras aisladas, desnudas de contexto, pueden entenderse de mu­chas formas. Así, las tales “llamas”, pueden ser las del pebetero que ampara el festival del sudor y del músculo dolorido y dolarizado que se realiza en Atlanta bajo los auspicios del gran dios de la mitología moderna: el Marquetín. O al decir “llamas”, tal vez me quiera referir a esos bichos andinos que se han puesto de moda como mascotas en California, lo cual se me hace un asun­to tan excéntrico como absurdo.

“Que tus palabras digan exacta­mente lo que quieras que tus palabras digan”. Esa la utopía expresada por el imaginario personaje de Alicia en el País de las Maravillas, y sólo en tal país creo que podría lograrse eso: que tus ojos remitan a tu cerebro exactamente lo que mi humilde sesera remite a mis chatos dedos para que lo ponga en líneas sobre el papel. ¿Me llamas? Y puestas así las tales llamas se convierten en una invitación conversante.

No es fácil ponerse al habla un mi­nuto con una contestadora electrónica, qué va, pues implica ordenar los pen­samientos. Cosa que yo no sé hacer. Con todo el implícito grado de dificul­tad, mi capturista de mensajes se ha nu­trido de voces sorprendentes. Tal vez la tuya entre ellas. Omito nombres en este listado o acuse de recibo enmar­cado dentro de lo mismo: yo quise decir y tú tal vez entendiste… ¿Me entiendes? ¿Por qué todos, siempre, andamos mendigando entendimiento ajeno? Creo que porque somos exactamente como las palabras: ambiguos, análogos y equívocos. El lenguaje es un reflejo nuestro, ni menos ni más. ¿Lla­mas?

Una voz femenina me explica documental y científicamente que el cerebro no es un músculo como “erróneamente” lo afirmé, con el aña­dido de que si no lo ejercitamos –como cualquier músculo–, se hace aguado y flácido. Acepto: hay quienes no gustan de esa figura retórica que son las metáforas que dejan muy atrás la chata y burda anatomía. Así, en tratándose de ciencias amatorias, una y otra vez aparece un corazón a punto de reventazón para significar incluso que son otras partes de la corporación las que están a punto de reviente. En todo caso, y lo digo abiertamente, me gustaría ser más diestro en el uso de las metáforas.

Quien se exhibe se expone. Si algún día tienes la oportunidad de subir con la lengua a una antena –metáfora– y que tu imagen se propague por la ciudad, tendrás la oportunidad paralela de recibir elogios e insultos de gentes que te conocen unilateralmente. Como por el momento practico la televisión en caída libre sobre el Valle de Atemajac –todo en la vida es “por el momento”–, hay quienes no gustan de mi pasatiempo –todo en la vida es pasatiempo–, y a diario hablan al canal para manifestarlo. Ca’quien. Claro que al hablar te puedes inventar nombre y de nuevo eso: ca’quien. Pues ya se me apareció por la línea de estos escritos el amigo que tiene nombre de astrónomo, y no entiendo cómo sino le gusta verme de cuerpo presente vía hertzio, se atormenta leyendo mis líneas. Ya ves: hay quienes no quieren sopa y se siguen sirviendo platos. ¡Vaya complejidad humana!

Y luego quien pregunta qué significa “sic” y por qué lo he usado entre mis letras. Curiosamente me dice que no le llame, y seguro lo hizo creyendo que juego a las adivinanzas. ¡Si no me dejó ningún reciproco número! Total, “sic” significa “así” o “tal cual” en latín, y lo utilizo por la misma razón que la que me motiva a escribir: porque la gana me da. ¿Hay razón más poderosa en la vida? Dudo. Digo, que la gana razonada o racional.

Fíjate que he pensado seriamente en abrir un consultorio gramatical y a ver si algún día tengo tiempo para hacer ese pésimo negocio (no creas que ser verbotraficante es muy redituable, pero eso me ha dado la gana ser, y ya ni puedo-quiero meter reversa). “Mi nieto me pregunta si es correcto decir quedría…”, interroga una abuela a través de la contestadora. Más allá de la respuesta, la polémica acerca de la corrección en el uso del lenguaje y la hipotética pureza de músculo tan flexible como sucio y bacterial: la lengua. Asunto no de un artículo, sino de un tratado sobre el arte de contaminar la lengua a fin de que no se reseque y al oxidarse se vuelva inútil para descifrar el futuro. Internet amenaza no poco con eso, y nada de inocencia en ello.

Me temía que iba a ocurrir, pero ya te dije eso de que al andar de exhibicionista se expone uno a ¡invitaciones! Me agradan las que tienen aroma a sopipapa y enunciadas como: “te esperamos a comer a tales horas”, sin pregunta previa. Eso quiere decir que en el interlinea de los escritos se percibe que soy de la normalidad ciudadana en estos tiempos en que el panuestro es de cada cuatro o cinco días. Gracias por advertir mi personal hambruna, pero poco acudo a mesas ajenas a saciar mi voracidad.

Pero entre las invitaciones, las que más disfruto son las de: “¿nos podrías dar una conferencia?”. Invitaciones que me honran e insuflan mi ego, sólo que desafortunadamente, los verbotraficantes vivimos de eso; magramente de eso. Y las tales invitaciones, por lo general se traducen en un “ven y diviértenos un rato, que al cabo se nota que te gusta lo que haces…”. Pero eso sí: no traigan a sus congresos a explicadores-de-la-realidad-nacional, llegados con viáticos pagados desde la Mesa Central, y poco se les hacen los 30 mil pesos/hora (IVA aparte). ¿O no cobras eso, Pedrito? Por lo pronto estoy preparándome para exponer sobre Ovnis y alentar la autoestima porque el Eclesiastés sigue teniendo razón: “El número de los estultos es infinito…” y sigue siendo muy rentable. Más rentable que luchar a contrapelo por una lengua que a pedacitos se nos está cayendo y con ella la posibilidad de entender nuestra historia.

Total, a propósito de invitaciones, ¿llamas? 12-8880. Allá tú…

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Si te nace y está dentro de tus posibilidades, mucho agradeceremos tu colaboración económica para solventar los gastos que genera la difusión de la obra de Alvargonzález.

Banco Bajío, número 17895475

A nombre de la AC. “Alvargonzález el Vallero Solitario”.

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1 comentario en «¿Llamas?»

  1. La ambigüedad de las palabras son materia prima para inventar algunos tipos de chistes, bajo otro punto de vista nos confundimos y fracasa la comunicación. La palabra “socialismo” la considero muy ambigüa, no sólo por sus diferentes significados, sino por las diferentes formas de asociación por las diferentes ideologías.

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