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Oyendo aprendo

Por Alvargonzález; 30 de abril del 2003

Primero: afortunadamente tengo padre; es decir, afortunadamente mi padre todavía me corrige cuando me equivoco en los datos que trato de contarte (“bruto, Calatayud está en Zaragoza…”). Segundo: mi padre tiene amigos, y ellos gratuitamente me aceptan como suyo. Tercero: mi padre, sus amigos y yo somos contemporáneos aunque no somos coetáneos, lo que significa que ellos tienen su edad y yo la mía, pero vivimos ahora al tiempo que corre y acostumbramos platicar diario que nos reunimos (eso de “diario” es un localismo que significa que regularmente nos reunimos pa’platicar, que en el caso concreto se traduce en que los sábados solemos hacerlo).

Ándate que ando por las calles viendo, sacando fotos mientras le saco el cuerpo al midibús aplastante; ándate que viendo lo que no tienes tiempo de ver (es parte de mi grato quehacer en Mural y para ti), di de frente con el ‘Teatro María Teresa’, o con la fachada de lo que eso fuera y que permanece a pesar de lo mucho que se ha desfigurado la midi-monstrua urbana encaminada a ser maxi-eso.

Aquí es donde encajan los amigos de mi padre y mis andancias que pretenden mostrarte algo poco visto o advertido. El pasado sábado de reunión, mostré la foto y el dotore Padilla pa’pronto identificó el lugar y el local: “allí vi la película… en el año…”. Con precisión inaudita el nombre del filme y la cuarental fecha del siglo pasado. Por eso, te confieso, me gusta reunirme con los amigos del mi padre: porque son un aljibe inconmensurable de memoria colectiva. Yo hasta que pasé por Cruz Verde –claro que sabes donde está la calle ¿no?– miré el primitivo anuncio del teatro y me pregunté lo mismo que tal vez tú: ¿hubo allí un teatro? (ahora es mueblería). Sí hubo uno y de los de la transición. ¿Cuál? Es que cualquiera que sepa los rudimentos de la historia del cine, sabe que de principio se dio una competencia entre el escenario y la pantalla. Lucha ruda, y no por otra razón que los ‘cientomuchos’ siglos en que el público acudía a ver actores ¡actuando! (recuerda que soy ‘obviólogo’ profesional) frente a sus ojos expectantes y en el escenario, y no enlatados o enrollados para untarse luminosamente en la superficie plana de la pantalla.

El cambio tomó tiempo y el asunto da para largo en el cronicón local –ya volveremos a él–, mas ahora sencillamente te muestro la fachada del “Teatro María Teresa” y que de hecho según la confirmación de mis añejos amigos fue más cine que lo otro. En la transición y durante buen rato, los cines se disfrazaron de teatros, ya lo verás si quieres y si acudes a nuestra cita aquí. Algún día te recuento más sobre el asunto. Táte bien.

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