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Pompeyano

Por Alvargonzález; 8 de diciembre del 2003

Un par de miles de años, y unos 20 mil kilómetros, eso resulta ser en números cerrados la distancia temporal y geográfica entre Guadalajara y Pompeya. Nada próximas, aparentemente pero…

Por quién sabe qué extraño mecanismo insertado en el alma humana, las tragedias ajenas son en no pocas ocasiones, causa de regocijo personal. Y lo que ocurrió en Pompeya y Herculano en el lejano año 79 d. C. no puede menos que ser definido en tono trágico pues el Vesubio, aquella remota tarde de agosto, causó la muerte de miles de seres tan humanos como romanos; los gases volcánicos contribuyeron a asfixiar la vida con terrible prontitud, en ambas ciudades, y durante muchos siglos ellas permanecieron sepultadas con toda su vitalidad interrumpida en forma casi instantánea. “De todas las catástrofes que se han abatido sobre el mundo, ninguna ha provocado tanta alegría a las generaciones venideras”. Te digo: la tragedia ajena y lejana convertida en gozo propio y al tiempo, y quien afirmó lo entrecomillado no fue otro sino Goethe cuando fue a asomarse y vio cómo los arqueólogos ‘resucitaban’ aquellas muestras espléndidas de la romanidad.

Tal vez estés de acuerdo en todos esos datos sobre las ciudades víctimas del Vesubio, pero me preguntarás si algo tiene que ver Guadalajara con asunto tan distante. La respuesta es tan contundente como la imagen que acompaña mis líneas hoy. Esa enorme casa por la calle Gral. San Martín, y espero la alcances a ver a pesar del voluptuoso árbol que se interpone, es un majestuoso ejemplo de lo que respetuosamente podríamos llamar “pompeyazo arquitectónico” y que fue algo notable que se dio en forma más desfasada que sincrónica pues los compases de la globalización todavía no se aceleraban. Empezando el siglo IXX, a todos los rincones del llamado mundo occidental llegaron noticias de los descubrimientos en Pompeya, y ello moduló la fiebre del llamado “estilo neoclásico”. El efecto tuvo tonos de enfermizo (ya sabes como son las modas) y arrasó incluso aquí con bellos retablos eclesiásticos churriguerescos; en el plano de la arquitectura civilista, el Teatro Degollado es muestra monumental de ese fervor pompeyano que prevaleció hasta ya entrado el siglo 20.

¿Cómo llamarías al propietario de un ingenio azucarero? ¿Ingenioso? Cualquiera la denominación, fue el propietario de un ingenio quien en el entrevero porfiriano se mandó construir esa pomposa mansión ¿en tono Pompeya? Para que veas que no invento, Ramiro Villaseñor es el autor de una formidable obra llamada “Las Calles de Guadalajara”, en la que además incluye biografías de los prohombres locales. En ella habla de su padre, el Ing. Arnulfo Villaseñor –constructor de la Casa de los Perros– quien entre otras muchas obras, dice “construyó en Hidalgo 838, la casa de estilo ‘pompeyano’ para…”. ¿Sería el Ing. Villaseñor el autor del proyecto de la casa del ingenioso Ochoa? Lo ignoro; lo que no podemos ignorar ni tú ni yo es la procedencia del estilo de época: Pompeya dejó huella en Guadalajara. Modos, modas, lejanías, proximidades, mestizaje, globalización. Te digo: lo absolutamente original no existe, pero es todo un arte copiar. ¿Copias?

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