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Reforma. ¿Calle?

Por Alvargonzález; 10 de noviembre del 2003

Una de las galanuras del lenguaje, y que muchas veces no apreciamos, es el hecho de que el término básico puede ser modificado sustancialmente con los prefijos. Así, del verbo ‘formar’, la resultante al prefijarlo ofrece matices sutiles y diferenciantes: con-formar, in-formar, de-formar, ¡per-formar! (ahora a los ‘conceptuales’ les da por las ‘performances’, y les suena muy chic ‘in inglich’) y re-formar. Claro que sólo los mal informados –que no es nuestro caso–, pensarían que deformar y reformar son lo mismo. ¡Qué va! Una sola letra y…

¿Reforma? La palabra parece sencilla, pero su definición ha sido de una complejidad notable; mucha de esa mezcla maloliente de sangre y saliva se invirtió (¿ya acabó la definición? Si lo averiguas me dices…) en procesos inter y nacionales. O sea, en canchas locales y foráneas, para que mejor me entiendas. Tienes el caso del respetable fraile don Martín, que con sus ‘noveintaitantas’ tesis dio el banderazo de arranque para ese partidazo –cisma significa ‘partir’–, entre Roma y la inicial selección europea Protestante. Competencia en la que prevaleció desde el luterano silbatazo inicial, el juego rudo y por ambos bandos. ¡Sangre y mucha a partir del muy presente siglo XVI y por esa palabra: Reforma!

Eso de que la tierra se hizo globa no creas que fue de golpe y porrazo. Proceso que ha tomado sus compases y sus sin paces (lo contrario a guerras). Apenas (?) tres siglos después del estreno tronante de la palabra en Europa, y a pesar de lo inscrito en el frontispicio del Teatro Degollado, llegó aquí “el rumor de la discordia”: unos queriendo reformar y otros oponiéndose a ello, y Guadalajara quedó prácticamente demolida en 1860 porque no se pusieron de acuerdo con simple saliva y tinta, lo que llevó a que al asunto se le transfundieran miles de litros de sangre. ¿Para qué? Para que, en mi opinión, la tal Reforma fuera una muestra más de la magnífica intencionalidad de nuestras criollas ideas, que acaban fallando en su resultante final. Pero eso sí, lo que comenzó siendo en la monstrua capitalina ‘El Paseo de la Emperatriz’ (Carlota), lleva el nombre de ‘Paseo de la Reforma’. Eso allá, porque aquí se dio un caso único en el urbanismo: una calle fue abierta a cañonazos y en 1860. “Y retiemble en su centro la tierra al sonoro rugir…”.

¿La ves? Del convento de Santo Domingo que taponaba la calle llamada así, no quedó piedra en pie. Luego allí se hicieron dos templos –uno protestante y el otro católico–, un jardín –con nombre de mártir reformista–, y la nueva calle quedó abierta. Y mirando la calle de Reforma me pregunto: ¿las reformas son reformables o son dogmas como los que reformaría La Reforma? ‘Conservadores’ eran los que se oponían a La Reforma, y a los que se oponen ahora a performarla para ponerla a tiempo, ¿cómo les llamarías? Ambigüedades del lenguaje y sus prefijos: Reforma, calle, o que calle el que hable de reformar La Reforma…

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