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Pequeña Lección de Economía Social

por Ernesto Mendoza Aubert

“Gregorio Sánchez se encontraba tumbado sobre su espalda.


Gregorio Sánchez se encontraba tumbado sobre su espalda, boca arriba, por lo que estaba obligado a ver interminablemente el techo azul pastel de su habitación, sin acertar a pensar algo claro sobre esta nueva e inusual situación. Al levantar un poco la cabeza, alcanzó a ver los bordes lejanos de su nuevo cuerpo, bordes color café marrón que remataban la extensión esponjosa de un café más claro, de forma circular y abombada, figura que él alcanzaba a percibir en el frente de su cuerpo y que adivinaba de igual forma y textura del lado de la espalda, apenas ayer compuesta de omóplatos y columna vertebral y costillas traseras y carne y piel con eczemas de sudor canicular, y que ahora era esponjosa y fofa, como dos mitades unidas.

Extrañamente se sentía a gusto con la materialidad que a partir de hoy lo constituía. Quiso incorporarse de la cama y no pudo, solo consiguió agitarse un poco, inoperante, sin lograr ponerse en pie. Se quedó entonces quieto, respirando con un ligero sobresalto, pero sin moverse. Sintió comezón en un costado y se rascó, pero al hacerlo su mano quedó atorada en el centro del costado, en una hendidura que indicaba que era el lugar donde se unían las dos mitades corporales. Movió los dedos dentro de la hendidura y tocó algo mojado y frío. Sacó la mano extrayendo un pequeño pedazo rojizo de aquello que había palpado, y lo levantó a la altura de sus ojos para ver lo que era…

Jitomate.

Eso era lo que había extraído: un escurridizo pedazo de jitomate. Gregorio se quedó pensativo. “Así que ahora soy una hamburguesa”, dijo en voz alta. Y en efecto, el hombre que ayer se había acostado exhausto por su larga jornada de trabajo como viajante, ahora amanecía siendo una hamburguesa, con su grueso molote de carne picada y apelmazada en el centro, intensamente dorada en sus bordes, grandes hojas de lechuga romana, dos regulares rodajas de jitomate, un poco de chile encurtido en vinagre y una tira de tocino crujiente que lo cruzaba internamente, de lado a lado, todo esto formando un abombado cuerpo del cual salían dos patitas escuálidas, dos manitas y una cabeza colocada al remate de un cuello de fideo, razón por la que no podía levantarla ni girarla. Este cuerpo se encontraba recostado sobre un gran papel encerado que cubría la cama por completo, a manera de edredón, y en donde se podía leer un apellido: “McDonald’s”.Gregorio recordó entonces a Franz Kafka y su narración La Metamorfosis. “Antes por lo menos podía amanecer uno convertido en escarabajo –pensó- pero hoy los tiempos indican que la conversión se hará en una hamburguesa, en una negra y burbujeante gaseosa, o en un trozo de pollo capeado en migas de pan salpicado de especias secretas de Kentucky, de acuerdo a la receta del Coronel”.

“Me hubiera gustado vivir en Praga, en 1920” –dijo en voz alta, antes de cerrar los ojos intentando volverse a dormir, boca arriba y reanudando su bamboleo apacible, como en un arrullo que recorría la geometría de su cuerpo.

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2 comentarios en «Pequeña Lección de Economía Social»

  1. La imagen del cuento, tan significativa.
    Más de este tipo de nutrición por favor.
    Tan favorable para la “economía”.
    Con grande verdad de sostén: somos lo que comemos no solo por la boca, incluso para deshacernos de las llamadas enfermedades con el rezo “que tu alimento sea tu medicina”..

  2. ¿Para qué sirve la economía?
    Ese es el problema.
    Este ingenioso cuento me permite reconocer hasta donde vamos.
    Con altas probabilidades ya cumplidas. En la vía pública mucha dona deambula.
    Recuerdo una escena muy familiar, cuando una tía le dijo a su cuñada: “con razón mi hermano está pobre, si no fuera por ti, ya tuviera otra casa”.
    Ojalá que espacios como este tuvieran mucho más visitas que el negocio que tengo enfrente y todos los días lo veo con filas y filas haciendo honor a un tal “pequeño César” que desde luego nada tiene que ver con el César más afamado de la historia desde luego eurocentrista.

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