Por Alvargonzález; 2 de octubre del 2002
Esa tan característica forma de preguntar “¿me das tu hora…?” denota disfrazadamente que ca’quien en su reloj trae una especie de hora personal y que eso de la exactitud no tiene mucho que ver con nuestra forma de comportarnos. Incluso es posible oír comparativamente que las estaciones de radio suelen tener su propia ¡hora exacta!
Mas dejando de lado nuestra enorme capacidad de impuntualidad disfrazada con esa percepción personal del reloj propio, y de cómo sí existen patrones horarios precisos sin los cuales sería imposible -por ejemplo- la aeronavegación, el asunto que quiero mostrarte es el de la función que tuvieron durante siglos los relojes públicos. Esos relojes que desde torres y capiteles, anunciaban con sus campanas el paso de las horas y normaban el comportamiento barrial y citadino con mucha mayor puntualidad que la que pudieron tener los relojes de sol con sus sombras ambiguas y cuando era sueño tecnológico poseer un reloj personal.
Fue apenas en el siglo 17 que Huygens, holandés, descubrió que era posible administrar el esfuerzo mecánico mediante un ‘escape’ regulador al segundo del movimiento de las manecillas, y su invento llevaría posteriormente a la creación de lo que ahora se conoce como UCT (Universal Coordinated Time), pues hizo posible determinar la hora exacta. Del uso de péndulos y pesas generadoras de energía, se pasaría a la cuerda, misma que popularizaría el uso de relojes personales. Fueron pasos conducentes a la administración correcta de la materia prima de la que está hecha la vida: el tiempo.
Pero vuelvo a los relojes públicos. ¿Cuántos habrá actualmente en la ciudad? Su función es indudablemente más decorativa que práctica, si bien debo reconocer que el del Expiatorio es casi puntual. ¿Y el de San Onofre? ¿Por qué ese como muestra?
¿Cuál es tu pasatiempo favorito? Pues había una vez un individuo que antes de ser rey tuvo como pasatiempo el de fabricar relojes. Y ándate que andando el siglo 18 llegó a Guadalajara uno procedente de tan real fábrica y fue instalado en principio en Catedral (1770) y luego de allí pasó al Santuario para después ser llevado a San Onofre. Allí está, el reloj hecho por quien sería conocido como Carlos IV, el Borbón que está montado en El Caballito de Tolsá. El Borbón relojero que sin embargo no supo advertir que el tiempo había llegado para que un Imperio modificara la forma de administrar su historia. ¿Es otra cosa La Historia que el recuento del ‘tiempoido’?
debe ser genial no notar el paso del tiempo en un lugar tranquilo.
A mi me parece bastante original, una vez que marca la hora, mas legibles que muchos que hay en el mercado. Si sale a buen precio me lo compro seguro.
Compartir esta página es mi pasatiempo favorito, compartir las calles de mi querida Guadalajara con el gusto que Alvar me compartió por Doña Historia y la otra Doña Radio, aquí donde el tiempo está detenido como encantado con el verbotráfico dedicado a compartir.