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UBD

PARTE II

Los primeros años

Ir al pueblo, sacar las fotos y luego contexturizar todo aquello o hilvanarlo con un texto adobado con música. Lo mismo que había hecho para el Banco de Zamora mas ahora con otra intención y con la exigencia estética propia de la sensibilidad arquitectónica. ¡Vaya lío!

La frustra me invadió cuando presenté por primera vez el trabajo fruto de horas que pasé empalmando sonidos en forma primitiva y con más paciencia y buena voluntad que con técnica. Aquello sonaba entre garrasposo e inaudible; mal, pero era mi hechura que fue rechazada en primera instancia. Como vivencia paralela, cuando salí de las oficinas en donde había sido la magna y ruinosa presentación un auto se me emparejó y la conductora me pidió que subiera al suyo. ¿Por qué? Sucede que era la madre de una muchacha que había sido mi novia ‘formal’ quien sabiendo que me había casado –con toda la teoría del ¡UBD!- me exigía le explicara el abandono de su hija. ¡Más reclamos!

Apaleado por la crítica a mi profesional y malhecho trabajo audiovisual, lo que menos necesitaba en esos momentos era confrontarme con experiencias tan fallucas como pasadas. Pero la vida tiene sorpresas.
Al día siguiente, el arquitecto contratante me llamó y citó en su oficina a donde acudí con temor y temblor. Pensé que iba a despedirme con mis destempladas pistas audiovisuales y ocurrió algo formidable: ¿por qué no hace la grabación en un estudio profesional? (me habló siempre de ‘usted’); me dijo que no me preocupara por los gastos pero que se trataba de remendar aquello. Y algo más me dijo y que resultaría marcante de mi futuro: que no contratara a un locutor-lector de mis textos. ¡Hágalo usted!

En mi vida había ingresado a un lugar de esos llamados ‘estudios de grabación’ y advierte la contradicción pues toda mi vida había soñado en hablar con un micrófono en ristre, directo y a la oreja ajena. El fracaso iba dando un viraje sorprendente y preguntando aquí y allá fui a dar a un lugar mágico, frente a la misma Plaza de Armas de la ciudad en donde tenía su cabina de grabación ¡El Cepillo! Que se llamara José Luis era intrascendente pues todo mundo le decía por su mote y resultó ser un individuo excepcionalmente amable y paciente. Más bien chaparro, con los dientes manchados por nicotina –fumaba incansablemente cigarros marca “Luchadores”-, y con el pelo cortado en tono erizo, me hizo caer en la cuenta de que el micrófono no era un enemigo; dímelo a mí que soy tu amigo aunque nos separe el cristal…

Así, y a raíz de un fracaso que luego se convertiría en acierto –gustó mi hechura cuando la presenté por segunda vez y con el sonido maquillado profesionalmente-, empezó una aventura que me llevaría a rumbos insospechados. Aquel audiovisual cuya intención era salvar de la destrucción el patrimonio arquitectónico de Lagos de Moreno fue el detonante de mi amantazgo por los micrófonos y de un maravilloso vicio solitario llamado ¡Radio! O de mi amantazgo con esa espléndida dama de compañía que es Doña Radio.

Algo más surgió de aquel encuentro fortuito o forzado con El Cepillo. Tenía una secretaria que a poco descubrí era el alma de la empresa. Una mujer cuyo nombre también resulta menos relevante que la forma como era conocida en el ámbito poco saturado entonces, de las grabaciones profesionales: La Chulita. ¡Qué mujer!

Era mayor que yo y siempre se había desenvuelto en el cuadrante; es decir, en las estaciones de radio tapatías. Soltera e imagino que su sobrenombre le había cuadrado mucho mejor antes de que yo la conociera, y si bien conservaba rasgos indudables de belleza ya la juventud le había abandonado. ¿Por qué no va a México a sacar su licencia de locutor? Y eso para qué sirve o de qué se trata, le pregunté a mi vez y ella me explicó que era un requisito necesario para tener trabajo frente al micrófono y me dio toda clase de datos sobre los exámenes que se practicaban en la capital; allí y no más por lo que era preciso hacer cita para presentarse un lunes primero del mes.

Cita hecha, hice el largo camino a México en Pullman. Según eso el tren llegaba a la monstrua capitalina a las ocho de la mañana, y para suerte mía –todo puede ser peor-, eran las nueva pasadas cuando puse pie a tierra en la Mesa Central. De la estación directo a Tabiqueros, que así se llamaba la calle en donde se realizaban los exámenes; no era difícil llegar allí pues había una señalamiento inconfundible y reconocible para cualquier taxista: a una cuadra del Palacio Negro de Lecumberri.

Claro que llegué a mi examinante cita ¡tarde! Ya había comenzado el proceso tumultuario, pues cuando pude acceder –luego de implorar perdón por el retraso y diciendo que iba desde Teocuitatlán (eso me valió para inspirar compasión a la vigilante de la entrada)-, advertí que en el auditorio de una desconocida dependencia de la SEP estaba más o menos medio millar de postulantes. Enorme cantidad de gentes deseando lo mismo que yo: una licencia para ser locutores y en dos categorías: ‘A’ y ‘B’. La primera para aquellos sin preparatoria terminada, y la segunda para quienes tuvieran estudios mínimos preparatorianos. Postulé para la ‘B’ que permitía acceder al grado de ‘comentarista’ mientras los de la ‘A’ supuestamente no estaban autorizados, quizá, para hacer sesudos comentarios. Lo que entiendes tú sigo entendiendo yo.

Norma: el exámen podía repetirse en caso de fallar en el primer intento, pero si en el tercero no se lograba pasar se suprimía definitivamente al solicitante. Me fue entregada la prueba y nomás verla fue darme cuenta de que era un exámen de conocimientos generales cuyo grado de dificultad no excedía a a los que había respondido alguna vez en mi escasa vida académica. Decir que su grado de dificultad no me parecía mayor a uno de sexto de primaria quizá resultaría ofensivo para el decadente –desde entonces-, sistema educativo mexicano. El nerviosismo privaba en el auditorio aquel, pero la amplitud del local permitía el copismo y el soplismo. A mi lado un postulante que trabajaba para el gran canal y que ya iba en su tercer intento, vio simplificada su tarea gracias a mis aportaciones.

En no más de un par de horas resolví aquel cuestionario, y ya para el mediodía había pasado la primera parte del exámen. Era preciso regresar en la tarde para un simpático par de pruebas orales: pronunciación de palabras extranjeras e improvisación. ¿Qué hacer para pasar las horas de entretiempo?

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2 comentarios en «UBD»

  1. Una pregunta:
    ¿Sería posible una inscripción a esta página, para que por correo me avisaran cuando llegaran nuevas publicaciones?
    Me parece que si tenía ese sistema hace tiempo.

  2. Esta foto tan emblemática de la vocación de Álvar, parece contar con un pequeño monitor de computadora, pero no existía, siempre me ha intrigado, tal vez era una pequeña pizarra; el ventilador indispensable por estos rumbos tapatíos, que yo no recuerdo que fueran como hoy, la típica taza de café e ignoro si estaba permitido fumar en las cabinas.
    Se ve en su elemento. Algo accidentado su comienzo, como a todas y todos nos pasa, a menos que de herencia traigamos ya la vocación destinada, más que atinada.
    Álvar con su bucal vocación, era mi colega. Más bien él era colega de medio mundo, porque le faltaron días para serlo de todo el mundo.
    Y yo como dentista en cambio, conocí una colega cuyos padres tenían una serie de clínicas de lo mejor ubicadas, aclientadas y económicamente exitosas de la ciudad de México, pero nunca le gustó su profesión predestinada, su verdadera vocación era si bucal, pero como “cantante” y vaya que tenía muy buena voz, a capela se la pasaba cantando en algunos ratos de convivencia en que la conocí por allá en la monstrua capitalina. Luego supe que se casó y allí de plano acabaron su profesión y su vocación, para pasar a la igualdad en la que viven las mamás en general.
    Esto de las licencias, de plano que ya cayeron en completo museo y desuso, ya ven que hoyendia nada más corriente y común que agarrar un micrófono y echar a volar la voz y a ver quien tenga un espacio como este, en donde se puede encontrar todo tan diferente.

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