Por Alvargonzález; 11 de diciembre del 2002
A ver si salimos de acuerdo: en la vida se la pasa uno haciendo algo mientras tiempo hay. Es, la tal vida, un quehacer muy terminable y no por otra razón que el ‘haciendo’ llega hasta el ¡zas! o punto final temporal. ¿Me equivoco?
Ni te pregunto lo que ahora estás haciendo porque la respuesta es de una obviedad pasmante: “pos leyendo…” me dirás. Como todo puede complicarse un poco más (pregunta si no a los ‘comentaristas’ o ‘explicadores de realidades’), procedo en tal sentido: ¿cómo va tu ‘haciendo’ cotidiano? ¿Seremos hacendados todos? ‘Pue’quesí’…
Historión mayúsculo -no de 400 palabras-, el del traslape de la estructura del régimen patricial románico (del pater-familia o Patricio) al Señor Feudal, derivando luego en el Amo de la Hacienda colonial o porfiriana. Lo que sí cabe es el simple hecho de que a ti y a mí nos resuena a bien conocido ese término: Hacienda, con olor a fincas grandiosas -¿ves allí los graneros enormes de la que fuera Hacienda del Gallo?- decadente gloria de otros tiempos, o palabreja con sabor a carga impositiva. ¿Tu haciendo cotidiano anda bien con Hacienda?
Ya alguna vez traté de contarte con mi pluma minúscula (otros son ‘las grandes plumas’), algo que parecerá irrelevante: de cómo el participio pasivo latino, dio origen al gerundio en nuestro idioma… Ello tiene qué ver con el quehacer continuo; con la hacienda personal, con la colectiva-fiscal y las territoriales haciendas. Empiezo por las últimas, y su bien puesto nombre.
Las llamadas Haciendas eran empresas-pueblo con capacidad de producción equiparable a su extensión territorial y por ello resulta obvio deducir que el trabajo allí era interminable ¡siempre haciendo algo!: sembrando, cosechando, desgranando, almacenando, procesando, herrando, capando, desmontando, comprando, vendiendo… gerundiez sinfín bajo el ojo del Amo. Y la continuidad laboral colectiva, puesta en la escala mucho mayor de la territorialidad nacional, da origen a la llamada ‘Hacienda Pública’ o sistema de financiamiento para mantener el interminable laborío comunitario. Recuerda aquello de que avión que se detiene, se cae -te paso al costo la obviedad-, pero encaja con el hecho de que si el sistema hacendario se traba el país se desploma…
¿Hacendados? Te digo: mientras andamos en el tiempo algo andamos haciendo. Pero nuestras hechuras tan particulares como temporales están indudablemente enmarcadas en la gran Hacienda colectiva, que o se renueva, o el gerundio nos atropellará en sentido contrario: nos iremos deshaciendo. ¿Me crees? Allá tu…
¡Ay, Alvar!, no conozco mayor laborío comunitario que el tuyo, apenas te conocí y me pusiste a trabajar la sesera, pero tu trato al más puro estilo de «amigo», no me hizo esclavo de tu nombre o sapiencia, sino me hizo «libre» para pensar. Y si, aquí vamos haciendo tiempo juntos.