Por Alvargonzález; 19 de agosto del 2002
Me cuentan, y ni me consta ni pienso verificarlo, que en un museo provincial de Cuba se exhibe la bala perdida ¡que mató al soldado desconocido! ¿Tú crees? En todo caso podemos llegar a un acuerdo provisional: fue una buena bala la que dio contra un buen soldado un buen día… ¿Buena bala?
Nunca logré ponerme de acuerdo con mi amigo Alfredo Chavarría, él sí experto en balística, acerca de si fue en 1347 en la batalla de Crecy -esa mi teoría-, cuando por vez primera el muy perezoso animal humano se valió de la pólvora para eliminar al enemigo, sin mucho esfuerzo y a prudente distancia. ¡Pereza pura pues ya no se requería siquiera del esfuerzo muscular para tirar del arco o arrojar la lanza ‘despanzurrante’! Bendición del llamado dios de los ejércitos el poder tirar una pelota impulsada por un agente químico y ¡zas! Bala, balón, pelota, sinónimos atronantes del deporte del extermino mutuo.
Te decía que como inexperto en balística tal vez te pueda resultar temeraria mi afirmación: la mejor bala es la que mata; la que no lo hace es simplemente bala perdida o desperdiciada. ¿Están hechas para otra cosa las balas? Si lo averiguas me lo dices por favor.
Cualquiera haya sido la fecha inaugural de las guerras con olor a pólvora (antes nomás olían a sangre) a partir de la utilización de fusiles y cañones quedó muy en claro algo: para organizar una buena guerra o revolución son precisos unos gramos de ideas y muchas toneladas de balas, y todo porque al enemigo le da mucha pereza morirse o dejar de respirar por golpes de ideales dirigidos al cerebro. Si no me lo crees pregúntaselo a Sharon o a Arafat: los dos tienen la razón, sólo que el dios de uno tiene más balas que el del otro. ¡Oh miseria humana!
Palestina, me han dicho, queda muy lejos. La que no está muy lejos, créeme, es la calle Contreras Medellín y ese contramuro del templo de San Felipe que te parecerá en el tono ‘negriblanco’ de nuestra columna ilustrada, una especie de obra conceptual. Yo le llamaría el contramuro de la bala perdida y del aprendizaje ¿nulo? Cuenta, si paciencia y buen ojo tienes, los hoyos que muestra la cantera además del boquerón hijo de cañonazo. Cicatrices de la guerra de Reforma y hechura de balas perdidas que no dieron en el blanco, o en el mestizo o negroide al que iban dirigidas. ‘Quesque’ ni liberales ni conservadores se ponían de acuerdo -estoy hablando del siglo 19-, pero qué bueno que tanta bala y pólvora sirvieron para algo. Neoliberlamente hablando, ¿o no?
Como siempre un gran disfrute releer la forma tan única de expresar el conocímiento de Don Alvar.
Que bien que sigue vivo, en sus palabras.