Por Alvargonzález; 22 de julio del 2002
Había una vez… –utilizo la forma clásica de comenzar un buen recuento–, una ciudad que creyó que podría limitar su crecimiento. Para tal fin ‘quesque’ limítrofe, y en las tierras labrantías del rancho de La Calma, se irguieron dos aquilones monumentales; puertas simbólicas de salida para la recién construida carretera rumbo al mar. Te estoy hablando de 1967. Pero la voraz ciudad se tragó, tal cual, a Las Águilas que allí están con su múltiple simbolismo, enormes y desapercibidas. ¿Es que alguien ‘hoyendía’ sabe porque fueron construidas allí, y en honor de quien?
Creo que has oído hablar de los llamados ‘deportes extremos’ y que según mi chato entender son una manifestación de los altos índices de aburrimiento alcanzados por la supuesta civilización. Causas aparte de su origen sugiero a los jóvenes –o no tanto– de aquí, a que repitan lo que hicieron en el siglo 16 unos individuos a quienes mi maestro Valenzuela calificaba como protomexicanos o una mexicanidad ya en germen.
Con brevedad te enuncio las características del reto extremo: a caballo ir hasta Barra de Navidad (supongo conoces la carretera tan mostrativa del espinazo fosco de la Sierra Madre); al llegar allá, y después de haber transportado a lomo de bestia los aparejos básicos, habilitar unos navíos y aprovisionarlos con suficiencia para navegar rumbo al occidente –siento notificarte que el llamado ‘Lejano Oriente’ lo es de Europa, pero es nuestro occidente–. Echarse a marear con cartas de navegación muy primitivas y sólo con instrumentos tan rudimentarios como astrolabio, sextante y brújula. ¡Prohibido los radios y demás alifafes electrónicos! Y así, dar de frente con unas islas que comenzaron llamándose Nueva Santander y que derivaron en las Filipinas. ¡Atrévanse a recrear la Historia, amantes de las extremidades deportivas!
El fraile navegante Urdaneta y el capitán López de Legazpi, con la anónima tripulación de sus barcos, eso hicieron. Fueron y volvieron; partieron de una tierra que por lo que quieras y gustes habían adoptado como suya –vivieron y murieron en México país, llamado entonces Nueva España–, y a ellos se debe la fundación de Manila y la averiguación de la llamada Tornavuelta, o viaje de regreso aprovechando las corrientes marinas porque los vientos no permitían el retorno.
Águilas que pretendieron ser puerta urbana y que son monumento olvidado a seres enormes. ¡Qué tamaño de individuos! ¿No crees?
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