Por Alvargonzález; 1 de enero del 2003
Borrosa por añeja, al pie de una asta inútil, todavía se puede leer la inscripción de la fuente original y espero la alcances a leer: ‘…hermana…’ Allí quedó y por razones que espero anotar luego, porque lo básico es una historieta que tiene que ver con una realidad tan monstruosa como la fuente que fue construida allí. ¿La identificas? Sí, era la entrada a…
Al caminar hacia su segunda mitad el siglo 20, a la ciudad le comenzaron a brotar satélites urbanos con el nombre de ‘colonias’. Una, muy lejana y tanto que a ella se llegaba atravesando tierras de labranza, recibió un nombre que no sorprende por repetido, pero que auscultado tiene lo suyo de simpático: ‘Colonia Chapalita’. Hace años, tratando de averiguar el por qué de esa denominación tan particular, estuve conversando y frente a las cámaras del extinto canal 6, con el Ing. Ignacio Amezcua. Como él fuera trazador –bajo órdenes del Sr. Aguilar– de un incipiente y lejano fraccionamiento, ninguno más enterado del asunto nominal y colonial.
Agua. Para que la ciudad creciera hacia ese viento se requería de eso. ¿Necesario? ¡Indispensable! ¿De dónde llevarla a esas tierras que cambiarían de uso? Los propietarios del terregal fraccionable consultaron al Padre Severo Díaz, el sabio sayulteca quien dio su veredicto, según me contaba el ingeniero Amezcua: los escurrimientos temporaleros del Colli, tan abundantes como aún ‘hoyendía’ lo atestiguan las inundaciones del rumbo, debían concentrarse bajo el suelo absorbente y todavía no pavimentado del poniente de la ciudad. Allí debía haber un verdadero lago al cual se podría acceder perforando; allí, en las palabras de Severo Díaz, “un ‘chapalita’ potencialmente utilizable para abastecer la colonia en vías de hechura”. Perforaron y…
Los habitantes de la ciudad cincuental dudaban que en esas lejanías hubiera agua. Así, los fines de semana y para motivar a potenciales compradores, por instrucciones del propietario se dejaban abiertas las llaves para que el agua corriera por las calles. Evidencia innegable de que el ‘chapalita’ soterrado existía. ¿Conoces la tal Chapalita? Allí, en el juego de palabras comienza el drama.
El llamado en los mapas coloniales ‘Mar Chapálico’ ya va en un chapalitita reseco. El lago arruinado por el ‘quesque’ progreso. No queremos hacer caso, pero las reservas de agua son escasas y seguimos dejándola que corra y corra. Comienza el año, tiempo de pronósticos: si seguimos tal cual, más pronto que tarde estaremos aullando con la boca reseca implorando por “¡LA HERMANA AGUA!”. La monstruosa fuente reseca –¿sister water?– que sustituyó a la original, tal vez sea un símbolo: sin Chapalitititita seremos nada.
Ni modo, no hacemos caso. ¿Te lavo tu auto con mucha agua…?