Por Alvargonzález; 26 de febrero del 2003
Con una ‘buenomala’ noticia prehistórica (o sea que al no ser muy nueva no es muy noticia): ¡el ser humano es el animal más perezoso de la creación! Imposible que en el reducido espacio para mi pincelada en el MURAL intente mostrarte lo que esa sencilla afirmación notificante tiene que ver con el ‘quesque’ ‘progreso’ y con lo que con tu H. permiso denomino ‘marquetín’. Entre menos esfuerzo, mucho mejor, y si te cuesta trabajo entender eso debo responsabilizar por ello a tu muy respetable pereza mental.
El caso es que como veedor que soy, sorprendido y atónito del paisaje urbano, de pronto me sentí estrujado al contemplar la buena obra escultórica -artístico promocional-, que acompaña las nuestras líneas hoy. Mírala: representa a un individuo que esgrime una de las armas más terribles fruto de la inventiva humana para reducir el esfuerzo. ¿Creativo? En hipótesis sí, pero ese mínimo esfuerzo ha resultado destructivo en grado máximo en el caso representado por la escultura-anuncio.
Quienes tuvimos la suerte de conocer la selva tropical y los aún exuberantes bosques, en nuestros andares por aquellas regiones arboladas no resultaba extraño oír el golpe acompasado de las hachas; o incluso el seseo rítmico de los serrotes que acompasadamente iban degollando árboles, no pocos de grosor centenario. No es que la tala fuera racional (la racionalidad no ha sido una de las grandes virtudes de nuestra nacionalidad), pero era lenta. Requería de horas músculo de hacheros o de los jaladores de aquellas sierras manuales, largas hojas de acero dentadas con manerales a ambos extremos para tirar de ellas en un ‘pallá-y-pacá’ rítmico que acababa cortando el tronco. El proceso talante era lento, insisto, lo cual no significa que fuera bueno sino menos terrible.
Fue en el ‘setentaitantos’ que el norte inventor –nuestra sesual pereza implica que allá nos inventen todo para simplificar nuestro esfuerzo– nos envió el prodigioso aparato: un motor con una cadena dentada. Yo relaciono el inaugural ¡sonoro rugir de las sierras! con la aniquilación despiadada de las caobas, parotas, tampisiranes, primaveras, rosa moradas y cedros, especies de una selva jalisciense para las que aquel sexenal “arriba y adelante” se convirtió en “abajo y al aserradero”. Fue feroz el ataque con esa buena herramienta –¿del progreso?– reductora del esfuerzo. Que ruja la sierra y que la sierra pierda el bosque… Ni modo: el ser humano es el animal más perezoso de la creación y reforestar implica un esfuerzo impensable más allá de echar a andar un motor y talar.
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Saludos
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ni tan vieja noticia, aun en dia es muy comun verla en los periodicos, se sigue escuchando el sonoro rugir de las cierras, y aun retiemblan en su centro las comunidades ejidales tratando de concervar lo poco que queda de nuestros bosques.
(por eje: santuario de la mariposa monarca)
Excelente disertación del Maestro Álvaro González de Mendoza; que como bien lo dice, nuestra pereza nos orilló a la decadencia humana.