Por Alvargonzález; 20 de octubre del 2003
Imagino que a los poseedores de una amplia ‘cultura’ cinematográfica, los rollos se les revuelven en la sesera y al grito de “¿cómo se llamaba aquella que no sé cuándo vi?”… no logran clasificar su filmografía personal. Como tengo el propósito firme de meterme al cine ahora que acabe de leer lo que me aguarda en un compacto librero, mi caso no es todavía de revoltijo de celuloide y tira más hacia la tinta seca que sin mucha metodología me he inoculado a través de los globos oculares. ¡Saz! Brutal confesión de alguien, yo, que no ha visto ‘la última de…’ y para que sepas con quien tratas.
Luego de esa brillante introducción debo decirte que en mi revoltijo sesual no logro recordar cómo se llamaba el libro donde me encontré con Marcovaldo; ni quién me lo prestó (seguramente lo devolví porque entre el lomerío –de lomos–, no veo ningún título que me suene a él), pero sí recuerdo que era de un autor italiano y que narraba la existencia de un ser multi-presente en la ciudad y que aparece en la foto: ¡el náufrago urbano! Eso sí: recuerdo con imprecisa precisión que hace más de 20 años lo leí y que lo fundamental se me grabó: ¡un náufrago urbano llamado Marcovaldo! Sin esperanza, sin futuro, sin posibilidades… A los parapsicólogos que averiguan si hay vida luego de la muerte, habría que asistirlos con un estudio de antropólogos que averigüen si esos ‘viven’ antes de lo’tro.
Tú sabes bien que comedia y tragedia de la mano van, y tengo que agradecerle a Alejandro Castañeda que me haya regalado aquel librito de Wenceslao Fernández –humorista español– titulado, “El hombre que compró un automóvil”, y en donde el autor sostiene la tesis visionaria (Madrid en el ‘treintaitantos’) de que los autos no producen solamente felicidad a sus poseedores. Además Fernández narra el caso de un Robinson Crusoe urbano que no puede salir de una madrileña glorieta, debido al tráfico, y debe aprender a sobrevivir en ella ante la indiferencia total de quienes por allí transitan. ¿Hipótesis ridícula? Si miras bien podrás observar en camellones –simpático y camellero nombre–, bajo puentes, en los parques, en plazas tan gloriosas como ‘La Tapatía’, y por ‘cientomuchas’ partes, a los marcovaldos (as) dueños de un techo tan enorme como el cielo urbano. Náufragos.
Los libros tienen una ventaja sobre el cine: tú les pones rostro a los actores. De pronto, andando calles y pensando en qué decirte, lo vi y decidí presentártelo después de haberlo conocido en las páginas de aquel libro: ¡ese es Marcovaldo! ¿Lo conoces? Es hijo del tiempo presente que entre tú y yo estamos haciendo. ¿Qué hacer con él? Buena pregunta, y más vale que le encontremos respuesta, porque el futuro ahí viene ya…
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No olvides que estás invitado a la presentación de la segunda edición, aumentada e ilustrada, del Triviario Tapatío (donde se compilan los 50 recuentos de Alvargonzález). La cita es el martes 18 de noviembre a las siete de la tarde-noche en el Museo de Arte de Zapopan: andador 20 de noviembre 166, en el centro de Zapopan.