Y Luego…
Por Alvargonzález; 25 de abril de 1996
Sí, no es lo mismo que si, y todo por una rayita puesta sobre una de las “is”. Y ya me dirás que debí haber puesto “ies”, pero igual entendiste. ¿O no? Más allá de la pretendida “pureza” del lenguaje, la necesidad de entendernos.
¿Te confieso algo? Me preocupan los acentos, y me preocupa que cada día menos gentes –tal cual, gentes– sepan poner los tales acentos. Yo creo que la culpa de todo la tiene doña Radio y sus remiendalmas que se plantan frente al micrófono. ¿No te has dado cuenta de que toda buena emisora debe tener un psicólogo o un psiquiatra puesto frente al micrófono remendando almas a la cortilarga distancia del hertzio? “Doctor, hace ciento muchos días que mi marido no me pega lo suyo, ni me pega sus mentiras. ¿Qué puedo hacer?”. El doctor Baldepenas le responde: “señora, ¿qué podemos hacer para que su marido no haga lo que hace y le haga lo que no le hace…?”.
Remiendalmas microfónicos para una sociedad que no sabe poner acentos. ¿Tú sabes ponerlos?
Sucede que en el idioma de la madre patria, acentos, o acento en singular se dice “stress”. Tal cual, y estirando la expresión y acentuándola, significa que es todo un arte (o una arte) vivencial saber poner los tales acentos. ¿Sabes ponerlos cada día donde deben ir, o acentuar las palabras vitales? Arte que quisiera aprender, y tal vez por eso te cuente lo que sigue.
La historia es el arte colectivo de la acentuación igual; colectiva. Y para mostrarte que no es lo mismo si que sí, un caso muy urbano y demostrable, ¿Será la historia un juego de si, si, si, y si esto ocurre, entonces se da el sí? Dímelo tú. Los sis, condicionantes del hecho innegable e histórico.
Si un día tu navegación urbana te lleva de poniente a oriente y por la calle de López Cotilla, y si ese buen día te detiene algo en el cruce de la tal calle con la avenida de Federalismo, mira a tu mano derecha y verás una casa amarilla y construida en estilo porfiriano o del entrecruce del siglo 19 con éste que se llama 20. Allí vivió un nicaragüense que si no se hubiera venido a vivir indocumentadamente a Guadalajara y casado con una mujer de aquí, no hubiera provocado tantos si, si, si, y sí (¿notaste el último acento?).
Parecería que te quiero quitar el tiempo con rodeos innecesarios al notificarte que murió hace poco el tío Alfonso, y con él se fueron las conversas sobre las dos mitades, que parecen no coincidir, de un siglo a punto de terminar; extraño su voz ronca de tanto hablar casi cien años (y cuyas grabaciones se llevaron con mucho más quienes robaron mi auto con todo y cajuela…). Él recordaba haberlo visto fugazmente en aquella Guadalajara más puebla que ciudad, y que los adultos decían que para aumentar su chaparra estatura, el General taconaba sus botas; y que Bernardo además de porfiriano se sentía napoleónico.
Allí nació Bernardo, frente a la Cárcel de Escobedo cuyo lugar ocupa el ahora mínimo Parque de la Revolución; en esa casa amarilla que sobrevivió milagrosamente al embate posmodernista. ¿Pos? ¿Pos y luego qué sigue? El federalismo avenidante le quitó lo histórico al centro urbano, pero ese es otro asunto.
Si, si, si, y sin acento hasta llegar al sí, Bernardo Reyes, hijo del nicaragüense, nació allí. Nada raro donde nació porque antes de las cesáreas por pereza ginecológica, los niños nacían en donde vivían sus madres y auxiliadas éstas por matronas. Y si el tal Bernardo no hubiera nacido… y si el General Bernardo Reyes hubiera aceptado… La versión del tío Alfonso –que falleció casi como pretendía pues deseaba morir en la cama (así murió ‘ipso facto’)… pero a manos de un marido ofendido (ya no podría haber ofendido, creo)– era que si Bernardo Reyes hubiera aceptado suceder a don Porfirio, la Revolución (que fue tantas Revoluciones minúsculas para construir la mayúscula) no hubiera sido lo que fue. Quizá tampoco habría estallado.
Si, si, si, y luego ¡sí! Bernardo Reyes nació allí (y no hay placa alusiva). Bernardo fue el impulsor, porque don Porfirio lo hizo gobernador de Nuevo León, de la industrialización cervecera de Monterrey; cervecera y acerera. Primero la cerveza –faltaba más–, y luego el acero –¡faltaba menos!
Si un día pasas por López Cotilla, fíjate en esa casa que tanto tiene que ver con este México cerveceramente falto de historia. Si, si, si –juego de sisis–, previos al Sí contundente.
¿Sabes poner acentos? La historia es la ciencia de la correcta acentuación, fonética y ortográfica en la biografía colectiva. Acentos algunos que no se marcan –fonéticos–, y otros que sí se escriben u ortográficos. Sin ellos no funciona la lengua.
Te digo, todo es cosa de saber poner acentos, y quesque “acento” se dice en inglés ‘stress’. ¿Acentos históricos? ¿Existe el stress histórico? Que nos lo digan los remiendalmas que tanto dicen en el radio sobre el stress.
Si Bernardo Reyes hubiera percibido que la acentuación histórica nacional era otra, no le habría puesto el pecho a la guardia palaciega que lo desmontó de su caballo con una ráfaga de ametralladora andando el 913, y tal vez habría tomado las riendas de un país en donde la caballada se estaba desbocando, de acuerdo al diagnóstico hecho en el Ypiranga: “y a ver quién la vuelve a meter en el corral”; y si el General Reyes no hubiera propulsado a Nuevo León, tal vez la anacrónica corcholata nunca habría sido aportada al mundo por tan industrial y cervecero Estado.
Mas te cuento: El General se dio tiempo para engendrar retoños, y uno de ellos fue Alfonso; el de la capilla Alfonsina, incubadora de pensadores (mi tío me decía que el hermano mayor era más simpático y mejor conversador. Ve tú a saber). Y si Alfonso Reyes no hubiera engendrado intelectualmente a Octavio –hijo sesual de la capilla–, ¿tendríamos premio nobel?
Una casa que se salvó de ser atropellada por el ampliado Federalismo; allí en López Cotilla, en donde comenzó una historia que mucho tiene que ver con otras. Si, si, si y sí. La tal historia es un juego profundo de sisis… ¿La tuya no?
Otro día te cuento quién le quitó el acento a Tenochtitlán y por qué. Cosas de acentos, o de ‘stress’, como dices tú y en inglés. ¿Sabes poner acentos? Yo tampoco…