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Entrenadores

Y Luego…

Por Alvargonzález; 4 de mayo de 1996

Mi abuelo Juan González, y con ese nombre tan alcurne, fue de los primeros conductores de ferrocarril y allá cuando los trenes sólo podían ser conducidos por sus hacedores en suelopatrio. ¡Tan americanos ellos y tan persuadidos de su superioridad! Y mi abuelo tiene mucho que ver con lo que hoy quiero contarte debido a que por él mi amantazgo con los trenes y mi admiración hacia ellos.

Máquinas jadeantes aquellas Negras –a las que Nabor el de San Gabriel les hizo el himno que Silvestre el de Tecalitlán se adjudicó–; trenes en los que se hizo una revolución que luego, ingrata, se olvidó de ellos y ya podrás ver en el estado lamentable en que se encuentra ese medio de comunicación tan formidable.

Si no me equivoco por estos mayos se cumple un aniversario más de la entrada del ferrocarril a Guadalajara, allá en el 88 del siglo pasado. Entrada triunfal. Por fin se podría prescindir de la diligencia para hacer un viaje que tomaba a lo menos quince días para llegar a la Gran Ciudad; por fin los fletes de mercadería podrían hacerse prescindiendo de esos seres rudos –¿podrían haber sido de otra forma al estar templados por los calores del trópico y los fríos serranos?– llamados “arrieros”, transportadores también de noticias y aun chismes de pueblo en pueblo y de villa en villa.

El ferrocarril, saca cuentas, es algo relativamente novedoso en nuestra trama nacional; los trenes, verás por qué, datan del siglo 17 y espero te sorprenda apreciar una diferencia notable en principio, entre lo uno y lo otro.

Dentro de la memoria familiar quedó aprisionado el recuerdo del tío Encarnación Vergara, con su fábrica de barriles en Zapotlán y que debía entregar a los destiladores de mezcal en Guadalajara. Periódicamente sus carretas tiradas por bueyes hacían el viaje entre el pueblo y la ciudad para transportar las barricas añejantes, y aquellas cinco o diez carretas en fila se desplazaban penosamente por un camino real poco hospitalario en un viaje que podía prolongarse durante semanas. Eso es: las carretas formadas, tras la principal, hacían el “tren”, y una tras otra pasando por donde la guía marcaba el camino.

Como ya te habrás dado cuenta, la memoria histórica colectiva es muy fácil de suplantar y es así como la epopeya peliculesca del quesque lejano oeste, muestra a los “colonizadores” (expresión de uso reservado para el mismo lejano oeste) avanzando en carretas buscando lugares donde asentarse. El México que hoy vivimos, con sus pueblos, pueblas, villas y ciudades, fue fundado así, con el uso de trenes carreteros (de carretas) transportando seres y enseres; trajinar, eso es, y mucho, tratando de localizar algunos la felicidad (eso, desde siempre, ha sido el motor de las migraciones).

Trajinar, claro que habías oído semejante expresión, y de ella se deriva precisamente el vocablo Tren, Trajinar es acarrear, y para acarrear en grupo hay que seguir al que delante marcha.

Pero te confesaba mi respeto amoroso por los ferrocarriles –y ahora les llamo así–, como derivación genética.

Te decía que se cumple un aniversario más de su llegada triunfal a Guadala­jara y que es mejor olvidar por el es­tado vergonzoso de las tales ferrovías, o carriles de lo mismo: de fierro.

Mas, me preguntarás, ¿eso qué tiene que ver con los entrenadores enunciados al comienzo de esta conversación lineal? Mucho, si alcanzas a percibir que originalmente las carre­tas avanzaban así, en tren o en-trena­das, y que la gran cualidad del ferrocarril consiste precisamente en no salirse de las vías que le ‘trenan’ y que inflexiblemente van de un punto de par­tida a un destino. Y eso, con funcionali­dad mecánica, resulta sorprendente y adecuado; es una virtud mecanicista (algún día puedes revisar con deteni­miento una de esas viejas carretas –en ranchos o en restaurantes las tienen de adorno–, y percibirás la enorme ingeniería que implicó fabricarlas; una tecnología implantada en este tan Americano continente, por Fray Sebastián de Aparicio). Creo que no se re­quiere de una gran experiencia fonética para descubrir que las carretas dieron origen a las carreteras, a fin de circular de un punto a otro en la geografía nacional.

Siguiendo con el trajín de las pala­bras, ¿tú crees que haya escasez nacio­nal de entrenadores? Yo no creo, pues la función de los tales entrenadores es exacta y literalmente eso: precisante. “Si partes de aquí, llegas allá siguiendo tal ruta…”, o “si haces esto o lo de más allá, obtendrás tales resultados”. El en­trenador es justamente eso: fijador de rutas o procedimientos, y esa especie florece abundante en la suavepatria para pena y pesar de ella.

Sólo un sordo que no haya escu­chado el crujido, podrá no haberse dado cuenta de que el sistema educa­tivo nacional está ligeramente (¿?) re­ventado. Muchos queriendo aprender sin saber cómo, y otros tantos refracta­rios al aprendizaje, y las instituciones formales rebasadas con sus sistemas de exámenes y examinadores. En sentido estricto, y sin descarrilarnos de las vías flexibles del lenguaje, el profesorado está convertido en un sistema de entrenamiento: si aprendes tales páginas pa­sas el examen, y si pasas el examen, el año, y luego el título. ¡Oh, dicha enorme tener un título! ¿No? Creo que no, y gracias a los entrenadores disfrazados de académicos.

Yo creo que la función de la educación es la orientación y no el entrena­miento repetidor de conocimientos o de datos concretos que se vierten en los exámenes. La función del maestro es despertar el hambre por aprender y no matarla sistemáticamente mediante la recolección de datos mecánicamente remachados. El saber y el aprender, ta­reas inacabables, parten de la rectifica­ción constante y de la renovación, y así muchos entrenadores que usan títulos magisteriales, piensan que su tarea consiste en grabar nociones definitivas en la mente de sus alumnos, inutilizándolos para la egregia capacidad de dudar y de renovarse.

Un sistema educativo que está ge­nerando discípulos orondos en datos, pero ineficaces para la creación, está produciendo generaciones de eunucos; muy bien entrenados, muy mal educados para una vía futura en la que todo hay que crear.

Comencé contándote de mi abuelo, Juan González, quien del analfabetismo llegó a conducir ferrocarriles y por su propia gana de ser a pesar de los obstáculos. Nunca tuvo la oportunidad de estudiar formalmente, pero siempre quiso aprender. Quizá si hubiera caído en una escuela formal, algún entrena­dor se hubiera ocupado de mutilarlo en sus sueños y aspiraciones y nunca habría sido buen entrenador de ¡Trenes! En-trenador…

¿Reventado el sistema educativo? El día que se recupere el hertzio para propagar el hambre de saber, la suave­patria dejaría de correr el vertiginoso riesgo de descarrilar. ¿Cuándo? Dímelo tú…

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