Y Luego…
Por Alvargonzález; 23 de mayo de 1996
Triste infancia la de aquel que platicaba que todos los días tenía que levantarse a ordeñar las vacas a las cuatro de la mañana. ¡Porque el dueño del establo llegaba a las cinco! ¿Robo? ¿Astucia? ¿Ingenio?
“Robar” es un verbo más que irregular. Casi siempre en primera persona del singular pasado, se dice: “yo aproveché”, “gané”, o simplemente “no quería, pero…”. El ser humano –tal vez por deficiencias evolutivas– está inclinado a aprovechar en su favor las circunstancias, lo cual podemos traducir tú y yo como la tendencia que tenemos a quedarnos con lo que no es nuestro o adquirido por esfuerzo propio. Eso es: el ser humano es el animal más perezoso de la creación, y la simplificación del esfuerzo puede escribirse con cinco letras verbales: “robar”. Infinitivo trepidante.
¿Todos? Desafortunadamente sí: todos. Mira, dentro de lo que podríamos calificar como tecnología para encontrar la verdad y sin esfuerzo, científicos norteamericanos diseñaron un aparato llamado polígrafo, o detector de mentiras, dicho directamente. Ocurre que nadie –nadie– puede mentir imperceptiblemente (igual, la mentira puede ser otra manifestación de la pereza), y el tal polígrafo con sus agujas registra esos cambios tensionales sobre una gráfica. Pero no todos mentimos igual, y por ello es preciso calibrar a cada cuerpo el aparato con preguntas normativas: “¿Te cuesta trabajo despertar en la mañana?”. A todos. “¿Te avergüenza que otros descubran tus secretos?”. A todos. “¿Mientes?”. Todos lo hacemos. “¿Has robado…?”. Todos, alguna vez, lo hemos hecho. ¿Tú no? ¿Tampoco ideas? ¿Palabras? Odio ese lugar común de la notaroja “amantes-de-lo-ajeno”, pero esa tendencia subyace bajo la tuya y la mía conciencias. Cuando se descontrola es denominada “cleptomanía” (literalmente “locura de agarrar”, haciendo alusión a las aves de rapiña y sus garras).
Un punto crucial en la calibración del polígrafo ese del, “¿has robado…?”. Todos, pero todos lo negamos. ¡Oh, miseria humana! Igual que pretender que nunca hemos dicho una mentira. Yo no. ¿Tú sí?
El robo, tal cual, es uno de los grandes motores de la historia y en no pocas ocasiones, glorificado por ella. ¿Sabes cómo se dice “robo” en griego? ‘Peiratés’, de donde viene ese término tan reconocido: pirata. Primero en el Mediterráneo, luego en el Atlántico y después en el muy poquísimo pacifico, Pacifico. ¿Haciendo qué? Eso: robando.
Isabel primera de Inglaterra les llamaba cariñosamente “los perros del mar”.
Sabuesos de presa, a los que entregó patente de corso, o de cursar a vela los océanos para hinchar las arcas de un imperio incipiente que debía crecer a costas de España.
Así el ahora turisteado Huatulco, vio anclar los bajeles de Francis Drake; Salagua, junto al Manzanillo porteño, fue lugar donde Sebastián Vizcaíno repelió a los pichilingues holandeses (llamados así por el puerto de Vlissingen de donde procedían), y la Ensenada y el viento Coromuel bajacalifornianos, son acomodo fonético del apellido Cronwell, tan inglés.
Te digo: el ser humano es el animal más perezoso de la creación.
A eso atribuyo la piratería –no se te olvide que significa sencillamente “robar”–, y el culto inmenso en torno a esos idílicos rengui-cojos-tuertos personajes.
En medio del océano se ponían a cosechar lo cosechado (y por favor no se te olvide que sin la tal América, ni ingleses, ni holandeses, ni alemanes, ni franceses, ni la románica papalidad, ni, ni, ni, ninguna parte de Europa hubiera podido crear el Renacimiento). ¿Renacimiento? Cosa bien europea. ¿Será parte de la historia que para que unos renazcan otros remueran? Cosa fea esa llamada así: Historia.
Quesque España la mala.
Pero, ¿y los piratas bendecidos por Hollywood y por la versión inglesa de la historia? ¿No has visto la última de piratas?
Peor te la cuento con eso de las computadoras y la cibernética.
Nomás para que percibas el trabajo que cuesta hacer palabras: eso de ‘kyberneta’ o “nauta”, tan computarizadamente moderno, no significaba para los navegantes griegos sino quien llevaban el timón de las naos: el gobernalle.
En sentido estricto, nada raro que en el océano digital de la informática, la piratería florezca; cosechando lo que otros han sembrado.
Ordeñando vacas que otros han criado.
Horrible llegar a conclusiones incontrovertibles: todos somos piratas. Si podemos… ¡lo hacemos! Pero ¿cómo hacerle para que no lo hagamos?
La llamada ley es lo único que puede detener al pirata que navega dentro de nuestro torrente sanguíneo. “Si nadie se da cuenta…”, hasta yo lo hago. Y el robo que no es descubierto –o perfectamente encubierto hasta por alcurnias sociales–, ha dado origen a no pocas fortunas.
Y no creas que me refiero sólo a Guadalajara con sus notables notarios, sino hasta a la Banca Suiza con sus cuentas secretas y discrecionales.
Pareciera que cuando la piratería –o robo– alcanza dimensiones convenientes, se le glorifica. ¿Siempre? Depende.
China anda fundando su renacimiento: Mao la unificó en su inmensidad, y ahora acaba de encontrar la fórmula fácil de renacimiento capitalista: la piratería. USA ya no sabe qué hacer con China, y todo porque todo se piratean: perfumes, micro y macro chips, tenis, compactos y no tan compactos, relojes con o sin marca, digital y nada sentimentalmente.
Poca honestidad internacional, y eso no le hace gracia a Hollywood, tan buen narrador de la épica pirateante, y es una muestra más de que si el verbo “robar” se inscribe a favor, significa “aprovechamiento de oportunidades”; si es en contra…
En medio del Océano de la informática, la patente piratería de las patentes.
Los corsarios del siglo 20 navegando a toda vela, en tanto imperios surgidos de la piratería, ahora se ven sorprendidos por lo mismo. Pero y ¿la ley?
Las onerosas Naciones Unidas, siguen siendo Palacio de Cristal para batallas de papel, donde mucho se discute y poco se remedia.
Ser absolutamente original es imposible, y siempre se parte de algo conocido u oído.
Todo autor lo sabe. Mas decía mi maestro Valenzuela que el plagio de ideas es lícito cuando se mejora lo plagiado y se le añade algo para bien. Eso es la piratería de ideas, expropiación de ellas y que incesantemente cometemos por la enorme pereza de pensar, y porque no podemos partir de cero, nos montamos en la sesera ideas ajenas que presentamos como propias sin siquiera maquillarlas. ¿Derechos de autor? Difíciles de lograr.
Aprovechamiento del esfuerzo ajeno en beneficio propio.
Una mala definición de un mal que es parte integral del equipamiento humano: la piratería. El problema de las leyes, inter y nacionales, es que esa propensión al robo que todos tenemos, no se desboque y a fin de que no regresemos a eras cavernarias supuestamente superadas. ¡Cuidado con el ser primitivo que está oculto dentro de cada uno de nosotros!
¿Nunca te has robado nada? Yo tampoco, y mucho menos he dicho mentira alguna. ¿Me crees? Allá tú…
Apasionante tema, que es como un motor mueve a la sociedad, y deja su huella en la historia.
Hay salarios justos y de asalto, hay precios exorbitantes y de ganga. ¿Quién puede robar más: el que distribuye la riqueza o el que produce la riqueza? Obvio: Aristóteles acertó, y Marx erró; quizás a propósito, mayoritariamente el dinero del mundo lo poseen los comerciantes, que distribuyen o se apoderan de la riqueza, y explotan tanto al productor (China) como al consumidor (EE.UU o resto del mundo).