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Trabajo

Y Luego…

Por Alvargonzález; 8 de junio de 1996

Dentro de mi vida profesional, uno de los trabajos más recurrentes ha sido precisamente ese: pedir trabajo. Solicitarlo. Tú sabes, es difícil encontrarlo hoyendía y siempre… mucho muy complicado. La dificultad aumenta cuando te dedicas a profesiones anómalas como la mía: verbotraficante soy.

Te cuento esto porque tiene relación con la certeza de que ahora lees lo que escribo. Hace más de 25 años –¿percibes lo poco que duran los calendarios?– ensayé por primera vez lo que se convertiría a lo largo de mi profesión de verbotraficante confeso, en rutina: la antesala nerviosa con la esperanza de ver al dador de trabajo, y el encuentro con el mismo (en algunas ocasiones encuentro afortunado, y en las más, vinagreta de la ensalada biográfica). Sucede que esa primera vez no me costó mayor trabajo encontrar lo mismo, pues amablemente el director del periódico consideró que reunía los requisitos para llenar la plaza vacante que dejó Serrano pocas semanas atrás. ¿Existe la suerte? Dímelo tú.

De aquella primera entrevista que me ingresaría en el mercado negro del trabajo, tengo presente una indicación que me dio el temerario contratante: “…ahora mismo cuando salga de mi oficina, pida que le den una libreta y anote todo, porque uno no puede fiarse demasiado en la memoria. ¡Anote todo! ¿Me entendió?”. Y vaya que lo entendí, pues 25 años después, más o menos ordenadas o deslomismo, andan por allí decenas de libretas con los apuntes más extraños.

En esas a notaciones de entretiempo, un lugar relevante lo ocupan mis anécdotas de laborío: o mi búsqueda de medios, insisto, como verbotraficante. Ese mi quehacer: reprocesar o recrear palabras y tratar de ganar con ellas el pan nuestro. ¿Mi trabajo? Buscar la forma de contarte lo que pienso (y gracias al Informador puedo hacerlo hoy). Macha vocación que me ha resultado entre encantadora y quebradiza.

Soy ejemplo de nada. Soy, así de simple: genoma heredado y circunstancia envolvente. Como tú, como todos. Y si escribo ahora sobre la búsqueda de trabajo, lo hago porque advierto que en los corrientes tiempos hay multitudes que tratan de encontrar las poquísimas vacantes que existen en un sistema económico que algunos lo miran como profundamente agrietado y otros dicen que sólo está craquelado en el enjarre. Lo que es de economía entiendo bien poco, pero igual que tantos, sufro regocijadamente a tan egregia ciencia. ¿Verdad que más de alguno busca trabajo hoyendía? ¿Verdad que a la economía vivimos entregados todos?

Inútil presentarse en la antesala del otorgador potencial, sin ir “de parte de…”, que debe ser allegado –y mucho– al mismo. Si no, tiempo perdido, pues la puerta hacia el más allá laboral, nunca se abrirá. Igualmente el teléfono, aunque sea línea directa, sólo acaso sonará en el escritorio de la sufrida secretaria, cuyo arsenal de excusas ni siquiera tiene qué ser variado. Nomás para que te des una idea: 38 veces llamé a la oficina de Memo Ramos –así le decíamos en el colegio y muchos años antes que fuera radial ejecutivo–, y la secretaria siempre me dijo el mismo “está-en-junta”, sin siquiera modificar el tono de la voz. No quise llegar a las 40 llamadas porque ya era demasiado manifiesta la falta de interés del ejecutivo en quererme oír. Por cierto se me había pasado decirte que uno de mis vicios es buscar antenas para echar a volar las palabras tan biensonantes de nuestro devaluado idioma, y por ello la cacería laboral de ejecutivos radiales y sus antenas concesionadas.

Dentro de mi anecdotario escrito –para que no se me olvide–, ocupa lugar mayúsculo el tratar de que me recibiera el funcionariopúblico-enturno o sexenal que administraba entonces el hertzio gubernamental. Fue allá por los setentas y por el Parque Alcalde. Haciendo churritaco mi timidez, me apersoné ante el Oficial Mayor –nunca he sabido qué significa tal denominación, y los he conocido de muy limitada capacidad mental y de estatura muy menor– con la intención de obtener una entrevista con su funcionario jefe. Como ocurre generalmente, que quienes no tienen trabajo tienen tiempo de sobra, empecé a invertir mi capital precioso y temporal –la vida sólo es tiempo– tratando de avanzar hacia el encuentro con el dispensador de plazas y trabajos. Al principio iba diario y me plantaba allí en la mañana, y el robusto Oficial Mayor me alentaba con un: “ya mero se desocupa y te recibe”, que no se cumplía. Mañanas y más mañanas –convertido en parte del mobiliario institucional– tratando de ser recibido. Nada. Después empecé a dosificar mi capacidad de antesalar o de esperar ver al supremo, lo que demostró ser tan inútil como el procedimiento con técnica plantón. Corría galopante el ’73, y no es que tenga buena memoria sino que allí está en mis libretas esas que te decía.

En horas sumadas, aquel pasatiempo inventado por el desempleo, sumó más que las 72 constitucionales, y lo único que obtuve fue que el Mayor Oficial obeso –no de apellido sino por su basculaje–, me pidiera prestado un saco (“quiero que mi sastre me haga uno igual”) que nunca volví a ver. Tampoco al oficialazo que se encargó de retirarme metros atrás de la antesala principal.

Años después tuve la oportunidad de conocer al burócrata que se negó sistemáticamente a recibirme, y percibí con estupor lo cierto de aquello de que las apariencias son falsarias; si bien su aspecto externo daba la impresión de que era un pelmazo, tratándolo resultaba ser ¡mucho más bruto de lo que parecía! Esto viene a cuento porque no es raro que en lugar de capacidad personal para ocupar un puesto, en iniciativas públicas o privadas, lo que se requiere son “enchufes”. Así que no es tiempo perdido el que se emplea en trabar esos contactos, sin los cuales, las antesalas se convierten muy fácilmente en camposantos o lugares de reposo eterno de aspiraciones laborales.

“Se requiere experiencia previa…”, se lee en forma tajante. Pero ¿cómo adquirir la tal experiencia en un sistema educativo divorciado kilométricamente de la realidad laboral? No sé, pero en ese sentido fui un afortunado. Te contaba cómo hace más de 25 años me presenté en un periódico a solicitar trabajo, y que me fue dado el de cazador y redactor de notas sin tener yo mayor experiencia: lo cual significa que aún no aprendía a sacar jugo de las equivocaciones que se cometen en el desarrollo de cualquiera actividad humana y profesional. ¿Es otra cosa la experiencia? (algún día te cuento lo que literalmente significa tan monumental palabra). Esa oportunidad me la dio precisamente El Informador, en donde comencé a aprender –gracias al director– que la memoria es frágil: que hay que anotar muchas cosas para después, con el tiempo, recordarlas y no caer en el mismo foso… Allí comencé a aprender a ser lo que te digo –verbotraficante–, y a descubrir que un ingreso afortunado al mercado profesional, no significa que todas las puertas interiores vayan a estar abiertas.

Eso es: una ciudad repleta de solicitantes de trabajo y con empresas cada día más anoréxicas. Una circunstancia en la que pareciera darse el darwinismo en forma feroz (y no hay de otro, según Darwin). ¿Trabajo? Mucho –digo yo–, y ese ha sido siempre mi principal trabajo: seguir buscándolo, porque avión que se detiene se cae, y no se necesita ser ingeniero en aeronáutica para saberlo. ¿O sí? La ventaja es que me gusta mucho lo que hago, y espero lo notes.

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