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Problema

Y Luego…

Por Alvargonzález; 10 de octubre de 1996

La enfermedad de los roqueros tiene un nombre sonoro: discombubulación, y apuesto a que tienes que releer la palabra para entenderla. Se trata del efecto machacante del decibel en alto rango sobre las piececillas del oído interno que acaban así: dis-com-bubuladas, o desarticuladas. Todo a propósito de una llamada amistosa que me sugería que si deseaba limar mi capacidad auditiva fuera presto a las fiestas octobrinas que se desarrollan –me dijo– a todo volumen.

La elevada capacidad del ruido que producimos, a veces con pretextos quesque roqueramente armónicos, tiene que ver con un personaje de quien algo te quiero contar. Descartes: el revolucionario de la geometría y del pensamiento, quien ya cumplió cuatro siglos de haber comenzado a pensar por mí y mucho.

Pudiera parecer paradójico que un militar, hombre de guerra, haya sido capaz de alcanzar tales cimas de la lógica pensante. Recuerda que la disciplina militar implica obedecer y aún dejar el propio raciocinio de lado. Lo que ocurre es que Descartes y luego de guerrear en Bohemia –Baviera– y Hungría, dejó la espada y el arcabuz y buscó lejos del bullicio de París un lugar para liarse con sus pensamientos, que encontró en Holanda. Ya me dirás que eso que te contaba de las fiestas locales, con el altavoz a toda voluptuosidad, nada tiene que ver con quien escribió un librillo conocido simplemente como “Discurso del Método”, pero tal vez alguna lógica encuentres si aceptas que uno de los ingredientes del pensamiento –del bien pensar, claro–, es justamente el silencio. Se supone, de acuerdo a obviólogos (encargados de obviar obviedades), que somos un país con problemas, pero que tal vez los queremos resolver por la vía fácil: evitando pensar en ellos. ¿No sientes que hay una gran carestía de ¡silencio!?

Quisiera que imaginaras a René Descartes en silencio y en Holanda con un problema: cómo encontrar un método para solucionar problemas. Ese el mérito de su obra principal en el terreno del pensamiento y que tiene un nombre tan extenso como los que se usaban en el siglo XVII: “Discurso sobre el método para conducir rectamente la razón propia y buscar la verdad en las ciencias”. Así de extenso. Y es “discurso” porque precisamente discurre, o corre a través de las ideas en forma genial. Eso es un buen discurso: corretaje lógico de ideas.

Es justamente en ese librito en donde plantea una fórmula para solucionar problemas. Te advierto, insisto en eso del silencio porque se requiere concentración para seguir cuatro sencillos –¿sencillos?– pasos. Cito textual:

“…Funciona siempre y cuando no se falle en ninguno de sus elementos… Primeramente no se debe aceptar como cierto nada que no esté apoyado con evidencias inconfundibles: esto significa que hay que evitar cuidadosamente la precipitación y el pre-juicio, y no poner en el pensamiento nada que no se presente clara y distintivamente más allá de toda duda”.

“En segundo término hay que dividir cada una de las dificultades que se examinan en tantas partes como sea posible y necesario para colocarlas en el mejor orden para solucionarlas”.

“Lo tercero es conducir los pensamientos en forma ordenada, comenzando con lo más simple y fácil de entender, a fin de ir escalando gradualmente –por grados– hasta abordar lo más complejo, incluso suponiendo un orden entre esos objetos que quizá no se articulan por sí o naturalmente”.

“Por último es preciso hacer una especie de inventario, o una revisión progresiva, a fin de constatar que no se olvida ninguno de esos elementos en la solución del problema”.

Yo no sé si tengas o no problemas, y si te hayas enterado del origen de esa malapalabra singular y colectiva. Viene del ‘pro-ballein’ griego, que traducido significa “lo que es arrojado”. Justo eso: lo que se nos echa a ver qué hacemos a fin de que no nos aniquile. Pero a mí me ha pasado que ando con el consabido “tengo un problema” y vuelta y vuelta con el insomnio, pero ni siquiera me he tomado la molestia de tratar de encuadrarlo en una página: ¿cuál es y más allá de imaginación o pre-juicios? Monda y lirondamente expresado “más allá de toda duda”. Una vez expresado hay que desarmarlo para ver sus componentes y posibles soluciones parciales que sumadas serían la solución final… antes del próximo problema. ¿Será la vida un fascinante rompecabezas que vivimos armando? Creo que algo de eso tiene. Así recomienda René Descartes –quien logró transformar la geometría y el pensamiento–, que sin ordenar, nada; a lo bruto el tal problema nos derrota en forma igualmente brutal. Por ello también propone el sistema escalar: gradual y sistemáticamente. No se puede subir una escalera de tranco.

Mas para ello, insisto, se requiere de lo que otro de mis Maestros, Ortega, denominaba como cualidad única del animal humano: ensimismamiento. ¡Silencio! ¿Te atreves a apagar el radio que disfraza de armonía el ruido que nos rodea? Discumbuladamente no se puede solucionar eso: problemas. Y como creo que la extensión de mis escribiduras te están creando un problema de lectura, prefiero dejarlas para luego seguir conversando acerca de Descartes: además tengo que ir a las fiestas a llenarme de ruido que tanto sirve no para resolver ningún problema, sino para olvidar. A ver si un día organizamos el festival del silencio reflexivo. ¿Hará falta? Creo que no. Interesar, menos.

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1 comentario en «Problema»

  1. Muy bueno el artículo. También Cervantes fue militar; el quedar manco tuvo la oportunidad de estar en silencio para escribir maravillas.
    El silencio es un terror para los que no les gusta pensar.

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