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Calderón I

Y Luego…

Por Alvargonzález; 16 de enero de 1997

Déjame insistir en que doña Historia –con sus dos dimensiones, la colectiva mayúscula, y la personal tan mayúscula como la otra– es un recuento de hechos; de ocurrencias irremediablemente pasadas y que sucedieron tal cual, ni de mejor o peor forma sino así: ¡tal cual! Negar que así se dieron conduce en las dos escalas históricas a un verdadero imposibilitante de explicarnos cómo y por qué somos de tal o cual forma.

Antes de sacar a relucir el caldero, permíteme decirte algo más sobre la muy obscena doña Historia; es modular, o mejor dicho, plástica. Es infinitamente moldeable. ¿Cuántas versiones manejas de tu biografía? Las tantas versiones que todos manejamos no quieren decir que seamos mitómanos, sino que abrimos determinados capítulos para reacomodar regiones y añadir o sustraer datos cuyo peso específico va cambiando con el tiempo. Las circunstancias van cambiando y con ellas la interpretación del pretérito; el recuento de nuestra carrera vital, y en el aspecto colectivo ocurre –debe ocurrir– lo mismo. Doña Historia es una vieja chismosa que se nutre con versiones y se va convirtiendo en algo novedoso todos los días. Alemanes y japoneses debieron re modular su historia cuando quedaron espaldas planas con todo y su Eje, por los quesque Aliados.

En el escudo de los tales Calderón, aparecen tres calderos y porque supuestamente uno de los fundadores del tronco familiar sobrevivió milagrosamente a la hirviente caída en uno de ellos. Te estoy hablando de aquella remota Edad Media española de donde se desprenden muchos de los apellidos que aun utilizamos en este novedoso medievo nacional en el que esperamos un renacimiento por venir. Y el apellido lo lleva La Puente –así en femenino les denominaron sus constructores coloniales a esas obras formidables y virtualmente románicas–. La Puente de Calderón tiene ese nombre porque en 1670 existió en la llamada entonces Nueva Galicia, un individuo que ostentó los cargos de Capitán General y Oidor del territorio entonces amparado con tan galicioso nombre: Francisco Calderón y Romero, quien ordenó la construcción de la tal puente y para hacer más expedito el viaje a una ciudad que aún no tenía apellido (Défe se apellida hoyendía). Lo que muy pocos recuerdan más allá de la olvidada puente que lleva su ape­llido –¿sabes dónde queda?–, es que el “benévolo” Calderón proscribió bajo pena de muerte que en esos territorios se marcara a fuego a los esclavos… costumbre que casi dos siglos después seguiría siendo común en el país más americano de este tan americano conti­nente.

El Capitán Francisco gobernó los territorios neo gálicos si acaso dos años, pero una puente dejó y una determinación adelantada a su tiempo. ¿Marca el salariomínimo?

¡El Puente de Calderón cumple ma­ñana 187 años de haber sido El Lugar! Así con mayúsculas. ¿Lugar de qué? Si sacas cuentas, y en línea recta, del 16 de septiembre de 1810 al 17 de enero de 1811, transcurrieron sólo cuatro me­ses.

¡Eso duró la gesta de Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, Torres y aliados! Allí acabó una magnifica intención convertida en malhecho pro­yecto: “…¡la hora es llegada de coger gachupines!”. Eso dice el llamado Grito de Dolores.

En términos estadísticos, y según el recuento del Virrey Revillagigedo, el problema entre criollos y gachupines se hubiera resuelto con la muerte de los treinta mil que habitaban en estos terri­torios; los purasangre y por ello dignos de acceder a los mejores cargos públi­cos (te digo, el cuento del centralismo no lo hemos podido erradicar a pesar de que somos tan republicanos).

Los criollos se encabritaron –eso eran los muy hidalgos jefes del levanta­miento– y desbocaron la insurgencia a la que se sumaron miles de esperanza­dos en un futuro mejor; y miles de afi­cionados a lo que en otras circunstancias históricas Mariano Azuela llama­ría “la bola”: “pos a ver qué sale…”, y lo que inmediatamente comenzó a salir, es eso que tú y yo llevamos dentro –como el miedo– pero que no sabemos que existe hasta que sale: sangre. ¡Sangre y mucha, materia prima de doña Histo­ria!

La guerra nunca ha sido algo romántico; convencional, sí.

Quesque existían “guerras civiles” (revoluciones) y guerras entre puros hombres bélicos y los militares decidien­do el bienestar de los civiles o civilizados. El hecho es que la guerra nunca ha sido civil, y siempre ha sido lo otro: gue­rra, ferocidad humana que deja de lado las palabras como posibilidad de enten­dimiento y recurre a la violencia.

Es más: el vocablo “guerra”, bajó del norte para desplazar al ‘bellum’ la­tino y por una razón: que históricamente los ‘nor-man’, o normandos del frío, resultaron más furiosos que los belicosos romanos.

La guerra convencional elegía ‘campus’, o campo de batalla. Eso, ‘campus’, fue el Puente de Calderón.

¿Fue “revolución” o “guerra” de in­dependencia? Lo mismo da: porque lo iniciado en Dolores en septiembre, concluyó en muchos dolores en enero y en Calderón.

Después Morelos; después Mina; después Guerrero y finalmente Iturbide, once –muchos– años después en un proceso que fue dis-continuo, y tanto y tan contradictorio como es la propia y personal hechura de la supuesta inde­pendencia. ¿Eres independiente? Todos –pésima noticia– somos interdepen­dientes; donde tú y yo hasta eso que USA se llama (y espero se dé cuenta.

Vicente Loreto, Manuel Jáuregui y Hugo Bernales, me llevaron a la Puente de Calderón. Uno topógrafo, el otro “criollito” de la región, y Bernales historiador, fueron… y me llevaron a recreo. ¿No te había dicho que doña Historia es eso: re-creación? A diario recreamos La His­toria. ¿Tú no?

Mi maestro, a quien vi trabajando en su versión de doña Historia y en Majalca Chihuahua, en su cabañuela serrana y con su vieja máquina de escribir; mi maestro Fuentes Mares, hijo deshere­dado de la historieta oficialmente mal ­moldeada, sostenía la tesis de que después de Monte de las Cruces, Hidal­go y sus huestes recularon del asalto fi­nal sobre La Gran Ciudad Central, por una sola y sabia razón: que los criollos (Allende, Aldama, Abasolo, Hidalgo el Generalísimo y demás compañía) presintieron que la toma hubiera sido destructivamente terrible por las multa-turbas-turba-mul­tas que les seguían con la esperanza ne­bulosa de algo mejor.

Dieron la vuelta, y llegaron a Gua­dalajara. Eso decía Fuentes Mares.

La Puente de Calderón era el paso obligado en un segundo intento, de un “siempre sí”.

Y doña Historia dice que no pasa­ron y que hasta allí llegaron.

Batallaron. ¿Y? Luego más te cuento. Táte bien.

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