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¿Febrero 9?

Y Luego…

Por Alvargonzález; 8 de febrero de 1997

Ya me dirás que la Historia es todo aquello que ha pasado, y yo voluntariamente recurro al simple octosílabo para negar ese punto de vista y afirmar que la Historia

         es lo poco que sabemos

         de lo mucho que ha pasado

         y lo poco que aprendemos

         de lo tanto que ha costado.

Y así me corro el riesgo de que me acuses de pésimo epigramista o de mal manejo del simple octosílabo engen­drador de cientomil corridos que en no pocos casos pretendieron ser eso: maestranza histórica o memoria de dolores de los que algo tendríamos que aprender: “voy a contar otra fase/ de la guerra fratricida/ que ha ensangrentado la tierra/ de nuestra Patria querida”. Así comienza un corrido que espero le dé hilván a nuestra conversa hoy.

Un amigo, cuya familia siempre vivió cerca de lo que hoy es el Parque de la Revolución, cuenta que vieron que el 8 de febrero, temprano, el General Es­trada atravesó el que era Jardín de Es­cobedo acompañado de sus hijas a las que llevó a la Casa Hering que fungía como Consulado de Alemania en Guadalajara; las llevó buscando salvaguar­darlas ante lo imprevisible e inmediato: “Estrada se pronunció/ en la ciudad tapatía/ contra el señor Obregón/ porque a Calles no quería”. Todo listo para la batalla que en cualquier momento comenzaría, y de cuyo triunfo dependía que los sonorenses –sólo ellos y ¿amis­tosamente?– se disputaran la Gran Si­lla: “la última acción importante/ que en Ocotlán deploramos/ hubiera sido gloriosa/ si no fuera contra herma­nos…”, y el autor del corrido hace alusión a la formidable estrategia bélica desplegada por Estrada que parecía inexpugnable para el asalto obregonis­ta.

Mi padre recuerda cuando llegaron a su casa y por el abuelo Juan. Los es­tradístas lo requerían para el movi­miento de trenes en aquel encuentro decisivo y dentro de una Revolución fabricada con muchas y no muy bien explicitadas Revoluciones; fabricada también gracias a los ferrocarriles porfirianos que acabarían destartalados por la Revolución de membrete y buro­cracia.

Cuando el abuelo fue arrebatado de casa, mi padre recuerda que la abuela les llevó a él y a su hermana al corral de aquella vetusta finca de Medrano, y de rodillas se pusieron a re­zar. ¿Le volverían a ver? Nadie en Guadalajara ignoraba lo que estaba a punto de ocurrir, allí nomás en Ocotlán: “las siete de la mañana/ del día nueve de febrero,/ comenzó esa gran batalla/ entre soldados de acero…”. Nueve de febrero de 1924: “diez mil hombres del gobierno/ al mando del jefe Amaro/ atacaron a estradístas/ que muy bien se atrincheraron…”.

Ya me dirás que lo ocurrido hace 73 años nos debe tener muy sin cuidado, noleaunque haya sido gestado aquí, y noleanque haya costado tantas vidas en torno a un nebuloso proyecto de nación: “cien combates se libraron/ entre los bandos presentes/ y en todos corría la sangre/ como si fueran torrentes”. Todo nos debe tener muy sin cuidado –ya pasó, y qué bueno–, menos entender que La Historia no es otra cosa sino Continuidad o Repetición; o aprender del pasado para mejorar, o condenarnos a repetir la lección que no se nos grabó.

La vida, lo siento, es un continuo examen de historia. La vida como experiencia personal y como circunstancia colectiva, preguntándonos incansablemente “¿te acuerdas?”. La Historia no es lo que pasó…

Ese corrido de “La Batalla de Ocotlán”, fue escrito por un tal Eduardo Guerrero, y de él he tomado fragmentos ilustrativos de buen metraje octosílabo para narrar un pasaje de un feroz movimiento que, con sus buenas intenciones hipotéticas, desembocó en realidades concretas como el hecho de que Ocotlán de por medio, Obregón quedó afianzado en el poder y sin contendientes estorbantes; ya sólo le faltaba el afianzamiento externo –algo así como la muy actual “certificación”–, y ello llevó a las negociaciones de Bucareli. ¿Cuánto influyeron los llamados “Tratados de Bucareli” en la hechura del México que disfrutamos hoyendía tú y yo? A propósito de un nueve de febrero, tal vez sería hora de que vinieran los historiadores de tomo y lomo a contarnos cuál fue el beneficio que acarreó a Obregón la firma de tales tratados, y cuáles los “beneficios” a quienes tanta sangre aportaron por un México para los mexicanos y no para unos cuantos: “muy cerca de dos mil bajas/ hubo en tan sangrienta acción/ teniendo sonado triunfo/ el general Obregón…”.

A propósito de los llamados corridos en su gran mayoría manufacturados con octosílabos –los versos más fáciles de construir en la métrica poética castellana–, son una muestra de que fuimos un país folklórico. Fuimos y no más somos; cosa del pasado, el folklor, que no del presente y por razones brutalmente obvias. Tienes por ejemplo el caso del corrido de la batalla de Ocotlán y su autor, si, un tal Eduardo Guerrero de quien ni tú ni yo habíamos oído hablar nunca. ¿Tú sí? Seguro, testigo presencial de aquella carnicería en la que según las crónicas apareció por vez primera en estas tierras la aviación bélica, y en la que el arma principal para reventar las fortificaciones junto al ensangrentado Lerma, fueron los obregonístas ¡cañonazos de cincuenta mil pesos oro!, el compositor hizo el corrido para “contar” su versión de la historia y por el placer de hacerlo. Contarla contablemente.

Eso es quintaesencialmente el folklor: conversar por el gusto de hacerlo y no por regalías o cobro de derechos de autor. El tal folklor o folklore –lo mismo es–, ha fallecido a medida que el hertzio multi presente va aniquilando la capacidad de conversar, y va uniformando el pensamiento colectivo haciendo que todos repitamos exactamente lo mismo. Ha fallecido a medida que el simple placer de hacer o decir algo, ha sido sustituido por una mecánica de pensamiento implantada irremediablemente en la sesera colectiva por un mandamiento irrevocable: lo único que dignifica el quehacer humano es la posibilidad de obtener ganancias monumentales con esfuerzos mínimos; o entre más, mejor, no importa cómo. De ello son paradigma los narco-corridos y el supuesto folklor grupero: composiciones fabricadas para ensalzar lo deleznable y para vender millones de copias, no por el placer de decir, cantar la historia personal o colectiva: “madre mía de Guadalupe/ ¡danos ya tu bendición!/. Haz que la guerra se acabe/ y que muera la ambición”, concluye el corrido de la batalla de Ocotlán, y tal vez esa ambición desmedida no sólo haya asesinado al folklor, sino que tenga malherido al proyecto nacional. ¿Anda bien de su pulso el país? Dímelo tú.

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2 comentarios en «¿Febrero 9?»

  1. Considero que el tratado de Bucareli fue el objetivo que satisfizo los intereses imperiales, y se valió de Revolución (revoluciones) mexicana. Los intereses del pueblo mexicano no justificaron la revolución; lo digo por los corridos de la revolución, que para mí tienen más valor que los historiadores extranjeros, o con influencia de ellos, noten que en los corridos sobre P. Villa jamás hacen referencia de las injusticias, no se nota una consciencia social como decía Atahualpa Yupanqui «Que nadie escupa sangre para que otro viva mejor», y los corridos de la revolución narran el cómo corre la sangre, o asuntos banales «si Adelita se fuera……», y estupideces «morir por P. Villa es cosa de hombres…., subiendo cerros, bajando barrancas buscado con quien pelear»; o sea su consciencia era de pandilleros.

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