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Presentación

Y Luego…

Por Alvargonzález; 14 de diciembre de 1996

Hay un fenómeno al que denomino “muerte moral” o “validación selectiva”. Es muy fácil de percibir: haz de cuenta que al llegar a un alto, junto a mi bacinica móvil –con motor y llantas–, se apareja un novedoso convertible rojo manejado por un joven. El automóvil, fetiche sigloveintesco, vocifera simbólicamente que su conductor es un triunfante macroeconómico y quizá bursátil. Pero peor te la cuento: no va solo, sino que le acompaña una rubia (ve tú a saber si artificial, pero lo mis­mo da) de’sas de taller mecánico; de calendario de-taller-mecánico, digo. Justo al aparejarse ese auto con mi símbolo rodante y crujiente, la reacción automática que se disparata en mí es ¡no ver ni al convertible ni a sus ocu­pantes… luego de bien verlos o verlos muy bien! Esa es la tal “muerte moral”, porque si yo volteo, los miro o admiro, estaría concediendo a la visión urbana un valor o plusvalía que no soy capaz de brindar. ¿Envidia? Un poco es eso y un poco también de confrontación de mis limitantes fronterizas para acceder a lo que se presenta mediante el mar­quetín como cúspide de la felicidad: buen auto, ergo buena compañía…, por lo que al no ad-mirarlos los condeno implícitamente a la pena capital de mi indiferencia (cosa que poco les importa ni al auto ni a quienes en él van, en ese orden).

Yo les advertí cuando me invitaron: “no soy el idóneo; estoy seguro que na­die, en ningún medio local va a decir ni media palabra del evento por una sen­cilla razón: porque yo participo. Lo me­jor sería que se buscaran a otro”. Los de la editorial no me hicieron caso y ¡pasó lo que pasó tal cual preveía que iba a pasar! No tuvo mayor relevancia que el hecho de quedar mal, yo, con quien no quise quedar nada mal. De hecho no la conocía sino por su presti­gio muy merecido dentro del claustro hermético de las letras mexicanas, y esa noche se convirtió para mí en sa­ludo y despedida: seguro no le provo­qué muy buena impresión, a pesar del esfuerzo que hice.

¿Te acuerdas que lo anunciaron como el festival de la luz? Y no sin razón, pues el conocimiento es precisa­mente eso –luz–, y no se puede adquirir de otra forma sino leyendo. Festival monumental de la letrimpresa; del papel y la tinta, que en el balance defectos-virtudes, ganan las últimas. Pero yo les advertí a los editores que no soy muy ortodoxo, y que mi hipotética y mínima aportación de luz, no tendría espacio entre la crítica especializada (dicho así me suena como a una señora entre jamona y miope) que es experta en eso de la “validación selectiva” o “muerte moral”. Sí, no gozo de ningún prestigio como verbotraficante local y por una sencilla razón: para las capillas o clanes intelectuales, no soy sino un simple inteleptualoide con licencia de locutor; y para los compañeros del hertzio no resulto sino un hablador con pretensiones de inteleptual. O sea que estoy fuera de la jugada, o en claro fuera-de-lugar, porque ni me gusta que me recomienden, ni recomendar a nadie. ¡Qué placer sentirse condenado a la tal muerte moral! Ca’quien, como dices tú…

Fui y dije lo que dije; una obviedad del tamaño de la luna: que el libro tenía cimas y baches (en su conjunto resulta divertido si se pasan a alta velocidad los baches). Dije que la autora era una “expedicionaria” capaz de ingresar a un mundo en el que yo nunca sería autorizado para penetrar: el de los chismes de alta densidad. Dije que era idóneo para quienes gustaran de introducciones muy largas –lo cual puede ser mal interpretado–, pero en sentido textual, el libro que presenté tiene eso: una introducción laaaaarguísima y jugosísima. ¿Que cómo se llama? “Manual Para Gente Bien”, y Guadalupe su autora; Loaeza su apellido. “Pero siyoyasabía, que todo eso pasaría…”. ¿Has oído esa canción? Yo, muchísimas veces, y me sigue gustando.

Yo no sé si ella estuvo, por ejemplo, en esa cena en la que Salinas (el ex, ¿‘what’?, mexicano, claro) solicitó al muy alto mundo empresarial ¡millones de dólares! para la campaña del sucesor. Si ella no estuvo, lo cuenta como si allí hubiera estado; su-cu-lentamente aunque con algún errorcillo: son Güitrón, no Huitrón, algunos de los invitados ¡a la cena del Señor! O Ex-señor, lo mismo da, pero se le perdona porque ella no es de la humilde provincia mexicana, sino oriunda de la Mesa Central. ¡Qué buenas cenas se sirven allá!… y desayunos, y comidas, y aun meriendas… Buena mesa esa: La Central.

En esta repleta, la tal “presentación” del MGB; tal cual, porque a medida que avanza el libro, el nombre se sincopa o abrevia así; porque a medida que el libro avanza, el libro se desdobla en dos: en la enorme introducción, y en una guía a manera de diccionario en el que muestra al lector lo que hacen las tales ¡gentes bien!, su comportamiento, sus actitudes gremiales, y aun su enorme atrocidad de hipocresía. ¿Te acuerdas de aquello que dijo Erasmo de Róterdam?: “bendita hipocresía que nos permite convivir a los seres humanos”. O sea que la tal hipocresía es una virtud cardinal. ¿A poco tú, a veces, no eres tal cual, hipócrita? Yo tampoco, y por eso pasó lo que pasó.

“Pero siyoyasabía quetodesopasaría…”. Les advertí a los de la editorial, insisto, en que no era el idóneo y por razones de marquetín. Porque no gozo de ningún prestigio local (ni foráneo); porque ando a corto pelo, quesque tratando de mostrar que la tele puede ser aliada y no aniquiladora del pensamiento (todos los días de dos a tres de la tarde por canal seis, y hasta que las existencias se agoten), porque no pertenezco a ninguna capilla “intelectual”; porque sé lo que es la tal “muerte moral”. Ojo: nadie, nunca, aquí, te perdona pasar más allá de la frontera de Tateposco, ni mucho menos ser ¡feliz! ¿Eres feliz? Yo me divierto horrores dedicado al verbotráfico, actividad poco rentable pero suficiente fastidiosa como para convertirla en algo amable. ¡Soy amante de las palabras, y ya estoy demasiado cuajado como para cambiar de jiro (escrito así)!

Total: en el festival de la luz impresa ni a Guadalupe le gustó lo que dije, ni al organizador tampoco. Ni modo. Pasé un buen rato haciendo pasar un buen rato a los que allí acudieron –a diferencia de la ceremonia ‘monterrosina’ y ‘rulfina’ (sic) de entrega de dólares que se desenrollaba bostezantemente en el vestíbulo del festival de la tal luz impresa–, y de paso alcancé el punto de resignación; hago lo que hago porque no sé hacer de otra forma lo que hago. Mil disculpas a Guadalupe Loaeza (que no leerá este diario provinciano), porque necesito memorizar su “Manual Para Gente Bien”. Soy sólo un aprendiz de eso: de gentebien, que sigue pensando que la Historia no es sino una anormal colección de chismes que han costado mucha sangre.

Si quieres contarme chismes, para eso está el 121-8880. ¿Hablas? Táte bien… ¿Existo en Guadalajara?

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