Y Luego…
Por Alvargonzález; 27 de febrero de 1997
¡Oh, dichosa hipocresía, egregia “cama” que nos permite convivir a los seres humanos! Poco me importa quien haya dicho eso, porque hipócritamente me adjudico la autoría –soy sensatamente hipócrita, te advierto–, y puedo apropiarme del dicho aun sabiendo quién fue su renacentista autor. ¡Oh, dichosa hipocresía, que sin ti no sé qué haría!
Tú, yo, todos, en menor o mayor grado; en mejor o peor sentido somos eso: hipócritas, y por la simplemente compleja razón de la convivencia y porque tal vez sea cierto que el amor es el castigo de los dioses por no saber vivir solos. ¿Hipócritas los amantes novios? Dímelo tú aunque quizá podamos argumentar que en ello no hay mala voluntad sino maquillaje ocultador de defectos y pulidor de virtudes. Eso es: maquillaje disimulador y gratificante (en algunos casos). “Qué bien te ves”, se suele oír al lado de camas hospitalarias aunque la expresión verídica y apegada a hechos sería un “te ves bien mal…”. ¿O qué me dices del “me gustó mucho” expresado en mesa propia o en casa ajena y que expone brutalmente al “déjame servirte más”? ¡Horror! Ni modo de decir “estoy a punto de vomitar”.
Quizá concuerdes conmigo en que la hipocresía es la sutil administración de la verdad. Mentirijillas –si quieres llamarles así en forma salvaje– justificadas porque no siempre y no a todos nos gusta lastimar al prójimo. ¿A ti sí? Creo que por lo general buscamos “la verdad social” y no la otra, monda y lironda. ¿Te acuerdas de aquello de que uno de los graves riesgos de buscar La Verdad es que quizá se le pueda encontrar? También, cierto, está la hipocresía temerosa, aquella que sigue la recomendación de que para conservar la dentadura, nada mejor que visitar periódicamente al dentista… y no decir todo lo que se piensa. Por afecto o por temor, la “gloriosa dama” nos permite convivir. Te advierto: la tal cama puede ser deliciosa, delicada, o perniciosa y destructiva.
Una cosa somos los amateurs –amantes y en francés–, y otra los profesionales; unos los usuarios cotidianos que anhelamos vivir –utopía– ni envidiados ni envidiosos, y otros los que la utilizan como herramienta corrosiva a escalas insospechadas.
Tienes el caso de aquellos a los que Abel Quezada definía como los siseñoreadores, y que pululan alrededor del poderoso en turno hasta minutos antes de terminar el sexenio, para comenzar minutos después del inicio del nuevo. Caravanientos, lambones, humanoides prestos a todo, bestias reptantes amantes de las humillaciones, que se arquean, se agachan, se acomodan repitiendo ‘ad nauseam’ “síseñor-síseñor-síseñor…”.
En otra escala profesional aparecen los cobijados con el amplio término de “Diplomáticos”, invento renacentista amparado con eso –con un Diploma Gubernamental–, y enviados por el Monarca con la consigna implícita de “ve, asómate y cuéntame”. O sea que el origen de la carrera diplomática es hipócritamente secretiva (de secreto) y secresiva (de saliva contante). Si un diplomático te dice sí, eso significa “quién sabe”; si un diplomático te dice “quién sabe”, eso justamente quiere decir, y si un diplomático te dice “no”, eso significa… ¡que no es diplomático! No creo estarte arrancando fragmentos de inocencia política si te pido me ayudes a encontrar un puente entre la hipocresía de uso cotidiano –la mía más que la tuya– y la que es preciso usar para orquestar la macro convivencia local, estatal, nacional e internacional.
“El manejo adecuado de dosis de mentira-verdad”. Esa es mi cotidianeidad, y tratando de que no haya sobredosis de uno ni de lo’tro porque no me considero un mitómano ni un santo. Trato de ser comunicorriente y a veces hasta lo logro…
Un Yucateco, Mediz Bolio, afirmó tajante que “un día éste país alcanzará el derecho de conocer toda su verdad”. Ese día… yo me emigro aunque sea a Belice. ¿Con qué objeto conocerla toda? ¿Que México ganó La Revolución Mexicana, pero que también la perdió? ¿Que la “Independencia” es una utopía bien dependiente de bien muchas cosas?
Eso, justamente eso, es el fundamento de la hipocresía personal: entender que somos interdependientes, y que la demasiada sinceridad no es sino una máscara que oculta la fragilidad propia, al grito de “primero pego”. Ese delicado punto del mentirse a sí mismo bajo el pretexto de la “sinceridad” foránea.
Érase una vez un país constituido por 13 colonias, y tenía que adoptar una bandera distintiva de su madrepatria. Aquella su bandera original –te digo, la Historia es una “ciencia” hipócrita que oculta defectos y enaltece virtudes–, tenía una figura primitiva y emblemática antes de llenarse de estrellas o rallas. ¡La bandera original tenía la figura de una serpiente con trece segmentos! Luego se arreglaría el divorcio y después de la reconciliación –toda reconciliación necesita de buena dosis de lo mismo–, en su independiente bandera se pusieron los colores del ‘Union Jack’, o bandera británica, y apareció simbólica el Águila Calva, y luego te cuento algo acerca de las águilas imperiales.
Espero no violentarte demasiado al volver a la afirmación primaria: la hipocresía es algo necesario para la convivencia, y si no te parece lo antesdicho, promulguemos una ley contra el maquillaje (que antes era privilegio femenino y ahora es cosa de hombrujeres de distinta facha y tan respetables como quieran). ¡La Historia, a cualquiera escala, sin maquillaje resultaría insoportable! ¡La tuya y la mía también! Mejor dicho; la mía… ¿La tuya no?
De la hipocresía a la mitomanía –destructiva en todos sentidos–, hay una fracción infinitesimal. El peligro de ello radica en la escala macro, tanto como en la micro. ¿Nunca has tenido un vecino mitómano? Debe ser peligroso… ¡De no saber qué creerle! Uno hoy, ¿mañana?
Alguna vez Platón hizo una ingenua pregunta: “¿Depende más el Rey de sus esclavos, o los esclavos del Rey?”. Ingenua e ingeniosa, sabiendo que el Rey en sí es incapaz de hacer nada por él mismo, y los esclavos algo con sus manos hacen y acostumbrados están al esfuerzo físico. Pero ¿habías oído aquello de que las águilas son favorecidas por los escudos imperiales no tanto por su gracilidad al volar sino por su rapiña y ferocidad? Lo dijo el mismo Erasmo, de Róterdam, aquel de “¡oh, dichosa hipocresía…!”.
La hipocresía es un pedimento continuo de ¡Certificación Social! ¿Y quién certifica a un águila hipócrita? Las civilizaciones también pueden caer en la mitomanía que conduce al suicidio, con todos los daños paralelos que ocasiona un hecho tan dramático…
Táte bien y luego te busco.
No dejaremos de ser personas, pero ser águilas es muy difícil y tienen su mérito en no permitir competencia, las probables les quitan las plumas y les ponen lana, no vuelan y son obedientes.
Ojala y la pregunta de Platón se la hagan todos los ciudadanos pero actualizada: ¿Qué es la derecha sin la izquierda y la izquierda sin la derecha?