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Tripalium

Y Luego…

Por Alvargonzález; 8 de marzo de 1997

¡Ah, el ingenio humano! Cuestión bárbara y en más de un sentido. De en­trada no sé si coincidamos tú yo en el hecho de que la vida es una obra de ingeniería cotidiana y muy acabable; con más o menos proyecto, con más o menos traza y trazos. Algún día me gustaría platicar contigo acerca de eso llamado nebulosamente “vocación”, y que puede dimensionarse en dos aspectos: colectivo y personal, pero eso no es el asunto de hoy, sino el ingenio y la ingeniería vitales.

Que los romanos fueron ingeniosos, ni duda cabe, pues en forma insospechada ‘in enieraron’ –tal cual– el lenguaje a partir de cosas muy tangibles y visibles; de objetos concretos de­rivaban abstracciones insospechadas. Tienes el caso del llamado ‘tripalium’, objeto multiusos producto de la ro­mana inventiva.

Ve a saber por qué, los seres huma­nos gozamos en mayor o menor grado con el sufrimiento ajeno (y el marquetín lo aprovecha bien por tv), y así los muy romanos humanos recurrían a la tortura y para ello precisamente servía el ‘tripalium’, una especie de trípode –tres-palos–, sería la traducción ajustada en donde ataban al prisionero. ¡Dolor! Pero además, guerreros conquistado­res cuyas caballerías tenían que estar en óptimas condiciones para el ensan­chamiento del imperio, el ‘tripalium’ les servía también para, colocado bajo la panza equina, permitir el herraje en se­rie y no pata por pata. Entonces el ins­trumento tenía dos vertientes: una dolorosa, fatigante y desgastante; la otra, como soporte o sostén. Y ¿eso qué?, me dirás. Mucho que ver con dos preguntas colectivamente repetidas ho­yendía: ¿tienes trabajo? ¿Pasas traba­jos?

La tan laboral palabra comenzó siendo “trebejo”, antes de mudar la “e” por la “a”, y se derivó precisamente del instrumento tan torturante como funcional, porque el trabajo desgata, cansa, fatiga, pero también sostiene. Y por ello no hay ninguna contradicción en la ingeniería del lenguaje cuando al no tener trabajo se dice que se pasan, ciertamente, trabajos, muchos.

¿El trabajo de buscar trabajo? Es un pocomucho el que tengo actualmente y cobijado por esa amplia esta­dística nacional que cuando uno la mastica personalmente, tiene un sabor un poquitín amargo. Trabajo buscando trabajo, quehacer desgastante para un verbotraficante confeso que no por incompetente tiene ofertas en otras plazas, pero que por razones personales quiere quedarse en un valle –el de Atemajac– plagado de empresarios sin empresas. Prósperos empresarios viviendo de los réditos que les produce la venta de sus empresas…

Dejando el ‘tripalium’ instalado en la Roma ancestral, déjame contarte algo de una experiencia recurrente y cíclica en mi vida profesional. Por adelantado te digo que creo furibundamente en eso llamado “vocación”, motor vital, y que si la encontré o me encontró lo mismo da, pero que me ha llevado a rumbos insospechados ejerciendo mi amantazgo por el verbotráfico. Creo también que ya es poco tarde para cambiar de giro a mis 18,285 días de vida, de los cuales cerca de diez mil he dedicado profesionalmente a esto. También te advierto que el verbotráfico, por su escasa rentabilidad, en no pocas ocasiones me ha exigido desarrollar actividades paralelas como bautizaje de bancos o renta de saliva (¡uf!) en forma selectiva (como aquellos anuncios que grabé para British Airways con todo y mi chicano acento).

Incurable a estas alturas vitales mi vicio de volar con la lengua desde antenas. Creo que me he sugestionado mucho con la premisa de “tengo algo para decir y quiero decirlo”, y hasta allí todo más o menos confuso, porque lo que es claro es la cerrazón del medio a lo novedoso. Oye radio y me dices si no suena igual por todos lados. ¿Cerrazón? Fonopolítica y monopólica. “Inútil presentarse sin recomendaciones”, dicen los anuncios ofertadores de trabajo. Pero peor te la cuento: tocando cuatro o cinco puertas das la vuelta al cuadrante, pues todas las emisoras están prácticamente en las mismas manos. Pero no oses llegar y tocar las puertas a mano limpia y sin decir “vengo de parte de…”. Inútil, estéril pérdida de tiempo.

¿Antesala? Más que eso debo llamarle “antenada” y por razones obvias: la antena allí, y te puedes pasar las horas esperando a que te reciba el mandamás (y es pura IP), y ¡nada! No avanzas un milímetro.

El teléfono es una gran herramienta para concertar una cita, ¿no es cierto? Claro que no. En alguna ocasión de mi recurrente trabajo de buscarlo, me acordé de que el gerente de x emisora había sido compañero de colegio. Creí que de algo serviría, pero después de 20 llamadas y de escuchar cosas tan monstruosas como: “aquí estaba pero parece que fue abducido por extraterrestres…”, o excusas similares expresadas por su eficiente secretaria, me di cuenta –soy lentejo, y mucho– de que don Ramos no tenía ningún interés en oírme, menos en lo demás. Ni modo, se curte uno.

¿Se aprende? No he podido aprender a pedir trabajo, qué quieres. Fresquita mi reciente vivencia telefónica. Logré averiguar que la muralla infranqueable en este caso se llama Diana; como se llamó en México aquella Socorro a la que los del diario en cuestión le llamaban Soforrito, en alusión a su contextura física. Teléfono en ristre le solicité una cita –diez minutos me bastan para contar lo que he hecho y que creo poder hacer para aportar algo visible, legible o audible–, y Diana me hizo todo un cuestionario laboral: ¿qué he hecho? ¿Por qué quiero ver a su mono (polizante) jefe? Puestos anteriores, pretensiones profesionales, casi casi expectativas salariales, preguntas, preguntas y más cuestionamientos como ráfaga y sin ningún encanto femenino en su voz. Indudablemente sabe enfrentarse a los muchos comunicólogos y proponentes que a diario desfilan por su teléfono pretendiendo llegar a la antesala. Al final del examen, que no conversa, me atreví a preguntarle que cuándo le llamaba para ver si había procedido mi solicitud, y tajante, como guillotina terminal me espetó: “yo le llamo si hay algo”. ¡Zas! ¿Crees que me hablarán? Apuesto a que no; bien conocida tengo la rutina…

Es toda una obra de ingeniería treparse al ingenioso derivado del ‘tripalium’; si eres calificado, porque lo eres, y si no, porque no. Si haces lo mismo que todos, te dirán que ya otros hacen lo mismo, y si te atreves a sugerir que si los medios masivos no se utilizan para la construcción del aula magna que requiere la crujiente suavepatria se corre el riesgo de repetición histórica ‘ad nauseam’, entonces te dirán que te vayas con tus ideas a las cantinas situadas en la calle Pensador Mexicano. Total, es divertidamente cansón trabajar buscando trabajo como verbotraficante.

Táte bien y luego te busco.

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