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Pulvis sis…

Y Luego…

Por Alvargonzález; 2 de noviembre de 1996

Estoy seguro de que su pervivencia se debió al olvido más que a voluntad expresa de urbanistas o a preservativos del patrimonio citadino. Pudo haber corrido la misma suerte que el Beaterio Nuevo o Viejo, que conventos, monasterios, la misma universidad y tantas otras edificaciones entre vetustas y antiguas. Todavía en los ochentas muy pocos sabían de su existencia, y a mí me agradaba ver atónitos ojos tapatíos “descubriendo” el Panteón de Santa Paula que más que por decreto se salvó por olvido, y que más que antiguo es señero símbolo de la expropiación republicana de camposantos y fieles difuntos. Te prometo no decirte nada más –por hoy– de ese recinto tan a propósito para fotógrafos retratando las mismas tumbas y a distintas novias (os) que para la posteridad tendrán un testimonio de que su punto de partida fue en un lugar que para otros tapatíos es y fue punto final. ¿Romántico? Así le dicen.

Sin lugar a dudas el panteón matriz de la transición panteonaria mexicana –de la sacralidad a la laicidad republicana–, es el de San Fernando. Si un día vas a la simpaticontaminada monstrua capitalina, ándate hacia su centro, que ese sí es histórico, pues a pesar de la demolición de tanta piedra, mucho quedó porque mucho había. De La Alameda caminas un par de cuadras hacia el poniente y por Hidalgo (calle o avenida infaltable en toda puebla mexicana), verás una estatua de Vicente Guerrero y jardín de por medio el templo de San Fernando. Recuerda que después de la Ley Lerdo, los bienes eclesiásticos pasaron de manos muertas a manos bien vivas y aun vivales, por lo que nada extraño que junto al templo se edificara un civil panteón para sustituir al camposanto que indudablemente estuvo en su atrio. Entra y verás que el espléndido Manrique (siglo XIV) se equivocó con aquello de que “allegados son iguales los que viven de sus manos que los ricos”. El esplendor de algunas tumbas contrasta con la simplicidad de navetas, que en su época constituyeron un novedoso sistema de enterramiento… ¡sin tierra!, y en estratos subsecuentes adosados al muro (cfr. panteón de Santa Paula o Belén, réplica tapatía del de San Fernando).

Pensándolo en segunda vuelta, Manrique no se equivocó en lo de “allegados son iguales…”, si se refería a que igual nos biodegradamos todos, los de los mausoleos, catafalcos y gavetas. ¡Huesos!

Justo a la entrada un catafalco, tan cuadrado como monumentalmente simple: Miramón, el del cerro de las campanas y compañero de la aventura imperial (recuerda que México no sirvió para Imperio y sí ha servido para imperado) con Mejía y el otro cuyo cuerpo yacente el Presidente vencedor midió a palmos en el hospital de San Andrés (hoy Senado –¿sirve pa’lgo? – de la República) y murmuró: “era muy alto…”. Ahora tú y yo sabemos que la esposa de Mejía se negó a que el cuerpo del Macabeo –así le apodaron por su enorme capacidad militar cuando la guerra del 47 que nos redimensionó– yaciera a pocos pasos de su vencedora y de su mausoleo juarista.

Lo’tro día que me asomé a este balcón de papel a buscarte, traté de contarte de la magnífica tumba que se ordenó el rey Mausolo en Grecia y que nunca se la devolverá a los griegos el Museo Británico. De allí lo de “mausoleo”, y el del Benemérito es hermosamente columnario y espero que sepas lo que las columnas significaron en la hechura del México que somos. ¡Columnas ‘Made in and thinked in english’!; pero en honor a los canteros labradores de columnas mexicanas, arquitectónicamente hablando el Mausoleo de Juárez es de gran belleza con su marmórea representación que cubre la tumba y mostrando al Benemérito en su transición al misterio. Esa escultura ¡hecha por un mexicano! y la columnata neoclásica que le rodea bien valen un viaje a la monstrua deforme y tan deformamente plasmada por la panzona esculpidura de Cuevas en lo que fuera Convento de Santa Inés y ahora es su auto museo de sus autohorrores. ¡Anda un día y asómate a San Fernando, el primer panteón civil de México a quien imitó Santa Paula o Belén aquí! Te digo; lo que hace la mano hace la trais… y la mano hoy se llama IEF.

Entrando nomás está Sarah Bernhardt en su gaveta, pero me consta que se trata de una homónima de la otra. Allí también Juan de la Granja (junto a donde estuvo y ya no está Juárez), quien creyó que no por llamarnos como nos llamamos somos tan tontos, y así mucho antes que otros experimentó la telegrafía alámbrica en México y antes que muchos en muchas partes. Te digo: no hay que ser Alba sino Edison para alguien ser en la ciencia… Allí también Lolita Escalante: “llegaba al altar feliz esposa, allí le alcanzó la muerte y aquí reposa”. En el momento en que su padre la entregaba para esposa del Ministro de Hacienda –Lafragua– y en el muy elegante Templo de la Profesa (allí comenzó a fraguarse algo que todavía no se la fragua México, la independencia y desde 1821), a Lolita le dio un paro cardiaco y se desplomó. Casi treinta años después, le echaron frío encima al que nunca fue su marido, y allí en San Fernando. ¿‘Consumatum est’?

Allí Mariano Otero, el del amparo que sirve hoy para tantos enredos pero que nació jurídicamente buenisano; allí también Leandro Valle y Comonfort, quien además de General fue buen político, pues de pronto era santanista y luego anti juarista y luego exiliado (‘where but in USA’) y luego juarista y luego antiimperialista cerca de Celaya ¡paf! Allí (en mausoleo) posmodernista) Francisco Zarco, quien tenía un vicio irrefrenable: fundar periódicos (parecido al actual universitario vicio de fundar revistas) y que iban a favor o en contra dependiendo de ¡Zarco! Allí una de las Pignatelli, y mira cómo al paso de los siglos los apellidos cambian, pues la rama Pignatelli e italiana, fue de las derivativas del culpable de que tú y yo estemos ahora platicando en esta devaluada lengua: Hernán Cortés, a quien respetuosamente llamo yo Don Hernando. ¿Verdá que fue bien malo y que Tenochtitlán ya cayó? Allí Panchita López Pérez. Estoy seguro que de su hermano sí has oído hablar y quien teatralmente borró el apellido de su madre y se montó completo el de su español padre: López de Santa Anna. López Pérez sonaba muy vulgar y no le servía al general Antonio para el papelón que desempeñó muy re-pública o repúblicamente.

Allí… San Fernando. ¿Rey y Santo a la vez el tal Fernando? ¿No que el poder corrompe? El nombre del templo se le quedó al panteón, y allí yace el único presidente negro de México. Asómate a su tumba coronada por un ángel ¡negro! ¿Racistas nosotros? Guerrero fue tal cual: negro, y qué.

“Pulvis sis et pulvis eris”, quesque polvo somos y seremos, ¿no que puro hueso como dijo el político y dicen los colgados… al erario? En los panteones, el de Belén quesque romántico más que polvo –‘pulvis’–, huesos. “Allegados son iguales…”, dijo Jorge Manrique hace casi cinco siglos.

Táte bien tú y tus huesos…

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