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C.B.P. (1)

Y Luego…

Por Alvargonzález; 20 de noviembre de 1997

Toda casa honorable en la rudapatria, posee un botiquín más provisto que farmacia del Seguro. Así pues, mira que en la mayor parte de las cajas de medicinas hay dos elementos, y uno de ellos más preciso que el otro: la fecha de caducidad de los componentes químicos, con día, mes y año; el otro un poco enigmático: “excipiente c.b.p.”. Y ambas cuestiones me sirven como punto de partida de mi cronicón que inicio hoy.

El oficio de verbotraficante, creo, se aprende como otros oficios que también implican ese sospechoso añadido de “traficante”: viendo cómo le hacen otros. Así yo he mirado que la egregia Elenita, compañera de columnaje en las páginas del diario, inconcluye su colaboración grata (imagino) y gratuita (también imagino) con un enunciante “continuará” que se prolonga, ¿c.b.p.? O sea que espero que entiendas que el breve anuncio que tienen por su laterales las cajitas de medicinas (con lo caras  que están ya         ni ganas dan de enfermarse) y que significan que tienen un añadido inocuo en la proporción del “cuanto-baste-para…” formar el pastillaje aparte de los gramillos de componentes dizque activos y ¡soberanamente caros! Y así estoy hoy, porque requiero de páginas c.b.p., puesto que rebasaré las mil palabras de la entrega que amablemente me publica el diario.

Ya podrás decirme que es noviembre 20, y que mejor haría en ocuparme de asuntos de profunda trascendencia como la fecha patria enmarcada en la monumental palabra Revolución; una que fue, mirándola bien, muchas lo mismo: revoluciones que se prolongaron a partir de 1910 hasta… ¿Sería cuando Cedillo –así con “c”– fue aniquilado por Cárdenas, y ya bien entrados los 30’s, que acabaron las revoluciones iniciadas por el muy buenonda Madero? ¿Los buenonda tienen cabida en política? Favor de consultar a graduados en Ciencias Políticas para obtener respuesta a tan necia pregunta. Pero a lo que voy es –justo– a lo que sigue: encuentro alguna vinculación entre mi historieta –con su incógnita fecha de caducidad– y la Gran Historia revolucionaria y colectiva. Y como todas las historias, particulares o colectivas, tienen varias rutas de abordaje, unas más largas que otras. Hoy he elegido bajo el pretexto de c.b.p. el camino sinuoso más que el de alta velocidad. Espero no aburrirte con mi recuento que hace referencia a mi saber que todo tiene eso: fecha de caducidad. Por el momento, te advierto, me he quedado sin proveedor oficial de tinta; sin quien me provea de viejas letras para ensayar mis nuevas –por recién puestas–, pero igual de viejas por la antigüedad del alfabeto. Por el momento las viejas letras se me han escapado de la mano…

El año quentra cumplo 24 de iniciado en el verbotráfico hertziano, o de asomar la lengua, con mi breve talento amplificado por los medios electrónicos, a través de canales audibles o visibles de toda calaña y dimensión. Gracias al hertzio he conocido gentes (tal cual) que ocuparían un catálogo enorme, sin minimizar a quienes he encontrado gracias a la tinta impresa. De pronto y oyendo radio se me ocurrió la poco original expresión de que doña Radio es –como la escribidura o la lectura– un hermoso vicio solitario. Lo que pasa es que quizá no te das cuenta que cuando el radio prendes, estás solicitando que alguien armonice o sirva de fondo a tu soledad. Y eso no lo alcanzan a decir en las hermosas carreras que preparan científicos de la comunicación: que todo evento comunicacional (¡sopas!) es un simple “entre dos”: el hacedor y el consumidor, que a veces permanecen distanciados por los siglos o la geografía o la macroeconomía (¿conoces al director de la última película que te dijo algo?), y que a veces tienes la oportunidad de conocer. Así, gracias a doña Radio conocí al que me proveyó buenos litros de tinta para mis gargarismos que me permiten tener la garganta fluida y seguir tratando de contarte algo en tono distinto de lo que todos te cuentan. Todos, siempre, hablamos de lo mismo; el secreto –creo– está en tratar de decirlo en forma diferente. Recuerdo con enorme afecto al maistro Valenzuela S.J., quien me reiteraba: “…en literatura, como en las ciencias, el plagio sólo es lícito si se mejora lo plagiado…”. Mira que en esa enseñanza está circunscrito el milagro –¿hay milagros involuntarios?– de Japón: copiando y mejorando, no como ciertos países que copian, ¡empeorando!

“Todos hablamos de lo mismo en este mundo uniforme disfrazado de aldea por el Marshall comunicólogo por antonomasia ¿Aldea? Si alguna vez has visitado una tal aldea, verás que no hay diferencias tan marcadas como en la maclujiana quesque aldea global”. Valenzuela nos deba una materia que sólo entendí y aprecié al paso de los años con su enigmático nombre: “Tonos”. ¿Tonos de qué? ¿Sabes?, todo en la vida, y en la urbe globalizada, es cuestión de ¡tonos! No sólo la verba comunicante (que no es lo mismo hablar con la suegra que con el fruto de sus entrañas). Con decirte que en la escala macro, cuando la conversa sube de tono, truena ¡la guerra! Con decirte que lo que ahora va en lo que va –¿en qué va el peso?–, comenzó llamándose en la era de don Luis, precisamente ¡Atonía Económica!

En tono radio conocí a mi proveedor oficial de tinta extinta. Me llamó al programa-enturno y que el mismo nombre tenía que el engendro que ahora fabrico para la tele local: “Allá Tú…”. Librero de viejo y no de hechuras novedosas en no pocas ocasiones hijas del marquetín o del autor propulsado por la Industria Editorial. ¿Ya leíste el último de ‘Julán Miandreras’? Yo tampoco, pero con especial afecto sigo releyendo “El Libro Verde”, síntesis hecha en el l9 de lo más obsceno de Quevedo, mi estrábico amigo hijo del siglo de oro de las letras españolas. La primera vez que conocí a mi hasta hace rato proveedor de tinta vieja, me obsequió ese librico compañero de más de una soledad. Pero como te decía, todo tiene fecha de caducidad. Qué frágil es la división entre cordura y lo’tro. Qué frágil es la sesera humana. ¿Tienes tiempo? Luego te sigo contando algo que tiene relación sólo con mi historieta personal: de cómo la imaginación y la mentira forman parte de ella. ¿Con el historión colectivo no?

Sin imaginación no funciona la historia; pero el exceso de ella puede arruinarla. Te advertí que ahora uso el C.B.P.: “cuanto baste para” contarte por qué por ahora carezco de proveedor de tinta añeja. Luego te busco, táte bien.

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