Saltar al contenido

C.B.P. (2)

Y Luego…

Por Alvargonzález; 22 de noviembre de 1997

Teresa, docta y doctorada en una extraña ciencia: sentido común. De allí derivó indudablemente su sentido comunitario renovado y monacal; Teresa, la de Ávila, y doctora de la Iglesia, fue quien la señaló como “la loca de la casa”.   ¿De cuál casa? La autora de “Las Moradas”, indudablemente se refería a la morada –habitación– del espíritu. ¿Loca significa mala, en sí? No necesariamente. Más bien se trata de un ser que requiere de ayuda para tirar lo más correctamente posible pa’lante.

No sé si viste mi pasada entrega en la que traté de contarte algo acerca de los individuos extraordinarios (tal cual) que me ha permitido conocer e1 hertzio. Uno de ellos ha ejercido gran influencia en mi última etapa como verbotraficante, y con quien mediante acuerdo más implícito que lo otro establecí una vinculación funcional; él me dotaría de tinta reseca y vieja para ventilarla. Los intríngulis del convenio no añaden gran cosa a nuestra conversa, pero lo que sí es sustancial, es que los vericuetos hertzianos y vericuentos (más o menos veraces cuentos que hago dando la cara), me llevaron con quien es librero de viejo; compravendedor de libros y papeles de cuartos o quintos ojos, pues los tuertos también leen… Resulta una obviedad aleatoria que a diferencia de los libreros de nuevo, los de usado pasan el tiempo dedicados a algo insólito en la actualidad: leyendo. ¿Conoces a muchos que leen mucho? A don Quijote –dicen los pocos que lo han leído– se le disparató la sesera precisamente por eso: por andar leyendo.

¡La imaginación! Asunto prodigioso; virtud hermosamente defectuosa instalada en el alma humana. Es que no se requiere ser científicosocial del Colegio de Altos Estudios de Lo Obvio de Tajimaroa, para darse cuenta que sin la tal imaginación la vida resultaría cataplasma insufrible. Al ser el presente tan efímero –un respiro momentáneo–, la tal “loca” teresiana, nos ayuda a darle volumetría agradable, maquillaje, tanto al tiempo preterido como al porvenir. Eso si la ponemos a trabajar a favor, porque si la “loca” se convierte en enemiga, empieza a echar plastas de maquillaje sin ton ni son. Y me gusta tomar esa metáfora del maquillaje, elemento que utilizado en la justa proporción embellece, pero cualquier pizca más y se hace aliado de su enemigo: la felleza. C.B.P.: cuanto-baste-para… ¿maquillas tu historieta?

Hace años, más como relator curioso que como periodista, me tocó entrevistar a un inglés que había permanecido ¡siete! años secuestrado en Líbano. Y de él escuché lo difícil que es manejar en esa circunstancia extrema ¡la imaginación!, y cómo ella puede ser aniquilante o tabla de salvación. La “loca” puede ser altamente destructiva. Creo que es como un motor que hay que colocar en el sitio preciso para que traccione y no traicione; así imagino a la imaginación. ¿Motor?

Ni me preguntes en qué punto percibí las enseñanzas aristotélicas como un “si la inteligencia no te da pa más, ¡suelta hacia lo alto la imaginación!”. Ojo: hacia lo alto. En ese sentido sitúo, por ejemplo, a aquel ruso emigrado a USA, y al que en los treintas del siglo corriente, todos los técnicos le repetían: “es imposible”. ¿Imposible qué? Que un avión volara sin alas, y él comenzó a imaginar uno con alas móviles, que aparentemente no son tales. Y es cierto: ningún avión puede volar sin ese elemento con el que la madre naturaleza ha dotado a los vivientes volátiles; y también es cierto que las hélices de los helicópteros no son otra cosa que ¡alas! móviles. Atónitos, una buena mañana, los oponentes a la imaginación del muy ensimismado Sikorsky, lo vieron elevar el vuelo en un aparato que para tripularlo, debía también ¡usar la imaginación!, pues nunca nadie había usado un helicóptero. Insisto: la imaginación, con su apodo de “loca”, o te levanta o te hunde. Me atrevo a afirmar que nuestra conciencia está secuestrada por el tiempo corriente; por el calendario. Padecemos metafóricamente del síndrome del secuestrado…

El libro es un raro circulante. Me tocó ver con mi proveedor algunos ejemplares marcados por sus propietarios en El Cairo, o en Delhi, o en Hermosillo, o en… (expolios de bibliotecas conventuales que estuvieron en manos de próceres públicos hasta la rebatinga hereditaria). El libro es papel (vaya obviedad) que puede cambiarse por papeles, y eso no es tan obvio.

Allí, con mi proveedor, lo vi con su título en francés: Quelques Fables. Fábulas de La Fontaine, y no me preguntes si sé el momento en que algo deja de ser vejestorio para convertirse en antigüedad (mi tía Otilia estuvo a punto de pasar al renglón de las antigüedades, pero le llegó el punto final a pesar de sus plásticas cirugías y aun modificaciones a su acta de nacimiento en Tecalitlán). Pero te decía, vi el librillo y poco caso le hice en primera instancia, hasta que lo reconocí en las páginas de otro libro: Catálogo de Remates de conocida casa londinense. ¿Precio de salida a la puja? Sólo quince mil dólares. O sea, unos papeles amarillentos y empastados, se intercambiarían por papeles verduscos y novedosos. Si no el mismo, sí un libro semejante a aquel que pasó por mis manos…

L’otro día, por cuestiones de oficio televisivo, me introduje tangencialmente en el mundo de la equitación; de los rumiantes cabalgantes. ¿Sabes? Creo que el cerebro humano tiene varios estómagos, y que somos rumiantes; rumiamos el pasado y el futuro, y en ese hipotético “rumen” –que literalmente no es sino cámara de compensación de gases producto del proceso metabólico de la pastura–, o se canalizan bien los sobrantes o producen reventazones. ¿Sabías que si un caballo intenta vomitar, se muere? Su proceso digestivo no está fabricado para ello.

Algo así ocurrió: mi proveedor, gran devorador de letras, hizo a partir de dos libros –uno de La Fontaine, y otro, catálogo de remates ¡caído por casualidad en el mismo punto!–, una historia fabulosa. “¡Atención!”, diría el cronista del patabola: con elementos bien ciertos, se pueden fabricar fábulas enormes e insostenibles, y ese el peligro del fabulón histórico colectivo; ese el peligro de la imaginación omnipresente en todos los actos humanos: con las mismas perlas se pueden hacer muchas formas de collares. Total y cuento corto: resulté acusado de lucrar con la buena voluntad de alguien que condicionadamente me brindó su amistad y sus letras resecas. Por más que le digo que los invertí ‘offshore’ –los papeles verdes que obtuve a partir de los amarillos–, no cree ni en mí ni en Lankenau. Por cierto, ¿la macroeconomía no habrá ingresado ya en el terreno de la fábula insostenible?

Eso es: la imaginación puede ser peligrosa si la “loca” se disparata, y esa es su tendencia implícita. ¿Disparatarla hacia el lado adecuado? Esa es la historia de la ciencia. Ella puede ser pedestal o lápida. Ella… ¿requerirá la suaverudapatria de mucha imaginación creativa? C.B.P.: cuanto-baste-para. En la justa proporción, porque un poco más mata, y un poco menos, ¡asfixia! Cuida a tu “loca” y no dejes que se te escape por el rumbo equivocado. Y si ello ocurre, concédele el privilegio de la duda. En ese compás estoy con mi proveedor. ¡Los verbotraficames requerimos de tinta!

Táte bien y luego te busco.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.