Y Luego…
Por Alvargonzález; 3 de mayo de 1997
“Háyanse con frecuencia en todos los pueblos y en todos los tiempos hombres afortunados, de personalidad más que discutible, quienes por circunstancias accidentales se ven siempre colmados de honores y consideraciones, y aun después de su muerte se procura perpetuarlos, elevándoles monumentos para que su memoria no se pierda entre las generaciones futuras. Otros, por el contrario verdaderamente beneméritos, parece que nacen predestinados al sacrificio, no obstante sus merecimientos, pasan su vida en medio de las luchas y del más injusto olvido, y al terminar ésta, acaba su memoria como acaba también su cuerpo en las profundidades del sepulcro…”.
Que si Galván nació en 1782 en Tepotzotlán, y que si siempre tuvo que bregar en medio de la escases económica para sostener su proyecto como incurable publicista –así se llamaban hasta casi llegado este siglo los que con su imprenta publicaban heroicamente obras insospechadas por el laborío que implicaba hacer un libro–, eso es aparte. Que si El Periquillo Sarrniento, la misma Biblia, El Quijote, y tantos otros libros fueron impresionados (tal cual) por su prensa, eso también es aparte. A mí me sorprende el enorme caudal de ingenio y paciencia que significaba elaborar lo que mis abuelos y bisabuelos conocieron como El Calendario de Galván. ¿Hojas con números y el nombre de los meses? Un mucho más que eso.
René, mi proveedor de esa tinta tan necesaria para los verbotraficantes como yo, me facilitó un libro llamado “Efemérides del Calendario del Más Antiguo Galván”, que si bien no contiene lo puesto en esos cuadernillos desde 1826 en que los comenzó a elaborar con su rudimentaria prensa, sí abarca del 854 al 924, año en que seguramente cesó algún descendiente de don Mariano Galván, de proseguir el heroico intento del fundador. ¿Heroico? Mucho, y mucho más en aquellos tiempos de una suavepatria perennemente enferma de revoluciones; de guerras quesque civiles que igual de incivilizadas son.
Cuadernillos en los que aparecían día a día santorales y primitivos pronósticos del tiempo basados en la recopilación de datos. Algo así como “si durante los años precedentes el tiempodeaguas ha comenzado tal día, pos la con-secuencia es lógica”. Pero lo más llamativo, para mí, es la anexión de datos históricos inmediatos. Esa la heroicidad de Galván, a quien hipotéticamente adhiero a la teoría aquella de que la historia –personal o colectiva–, si no nos sirve para darle continuidad a la vida, con-secuencia armónica, se convierte en repetición frustrante y aniquiladora. El Calendario de Galván narraba lo que a la fecha había ocurrido el año anterior, y visto a la distancia temporal, a mí me parece un grito de ¿pa qué le damos por la vereda que no nos ha llevado a ningún lugar?
Quebrantado económicamente, embargado y subastado con todo e imprenta, “sin perdonar esfuerzo alguno” y como dicen los publicistas de hoyendía “buscando nichos”, su desgracia fue que más que comerciante era un librero culto; y quería eso: poner libros en las manos de todos, en un medio sumido en ambiciones políticas disfrazadas de interés nacional. Se quedó sin imprenta y sin librería. Entonces se dedicó a trabajar imprentas ajenas. La honradez no es una virtud que encaja bien en épocas de turbulencia política, como lo fue gran parte del siglo XIX, y don Mariano Galván quedó desencajado. De 94 años y en el olvido, murió en el 876, pero alguien siguió con su tarea: contar en sus calendarios lo ocurrido el año anterior, como medio de contraste que ha demostrado ser de suma inutilidad entre quienes no desean aprender absolutamente nada de doña Historia. Tú y yo.
Curiosamente la recopilación de ¿anécdotas? que me facilitó René, comienza el día 25 de julio de 1852. ¿Nunca oíste hablar de la Tuerta Ruperta? Yo, algo y con una recitancia que en primaria repetíamos y que seguro se quedó prendida en la boca colectiva: “una lagrima derramó Ruperta, sólo una porque era tuerta”. Pero de lo que me entero por las Efemérides de Galván, es que además de tuerta era empresaria: tenía por los rumbos del Sanjuandedios, una casa dedicada a la renta de cutis. Algo así como un centrobotanero. Aquel julio del 852, allí transcurría una velada literario-musical (no hay borracho que no se crea literato y músico) a la que asistían el gober-en-turno don Jesús López Portillo (¿aristocracias en nuestra república federacha?) y el quesque Coronel Blancarte (dice la crónica “artesano de profesión” y bien lo dice porque era sombrerero). Por cosas de faldas llegan a los puños y de ahipa’lante… Los de Blancarte resultaron ganadores de la trifulca, y el 13 de septiembre –los dimes y diretes personales originados en aquel primitivo tablón-danzón (mucho más grueso que el danzatable o tabledance)–, ya habían asumido carácter ¡federal! ¡El “Plan del Hospicio”! Pobre México, tan lleno de planes y tan falto de proyecto (me refiero al siglo XIX). La parte fundamental del tal Plan, era “invitar al General don Antonio López de Santa Anna a venir de nuevo a gobernarnos”. La invitación sería girada a Cartagena en Colombia, en donde gozaba de merecido descanso y luego de ocho ascensiones al poder. ¿Crees que don Antonio resistió la invitación?
Algún día platicaremos en extenso sobre el santanismo mexicano, porque con mucho estilo ese S.A.S. (Sualtezaserenísima, abreviado en tres letras), era loco, sí, pero tonto nada. Una y otra y otra y otra vez, iba y venía; de pasada en un exilio por el norte, a Samuel Adams le dio la idea del chicle que comenzó llamándose ‘Toffy-Tofú’. ¡Genial! La vapuleada Malinche –por la historia oficial–, no es sino la distracción sobre una tradición del llamado “México In-dependiente”, de un genio llamado Antonio López Pérez, que teatralmente se montó el apellido de Santa Anna que mejor le funcionaba dentro del marquetín primitivo que era la política del XIX. ¡Actorazo! Y dónde que el Plan del Hospicio entroniza de nuevo a S.A.S. que vuelve y se vuelve a-firmar como tal: ¡Su Alteza Serenísima! ¿Construyendo una federación o alianza equitativa disfrazada de centralismo?
Lo que nació como una reyerta de discoteca –pleito de faldas entre López Portillo y Blancarte–, acabó siendo La Guerra de Los Tres Años. ¿Qué? Sangre de muchos para defender las planas de ambiciones de pocos: todo el país sumergido -de nuevo-, en la lucha por el poder. ¿Todo el país?
Más que tratar de predecir una incierta meteorología, creo que Galván trataba de decirles a sus lectores, o de retarlos, que vieran lo que en la misma fecha había ocurrido el año anterior y que de ello aprendieran. Era una invitación incitante a ensayar otras vías, un “mira, tenemos que aprender algo de lo inmediato…”. A Galván y a sus sucesores se los acabaron los interesados en el olvido; los interesados en el eterno comienzo a partir de la inexperiencia. ¿Qué acaso la tal experiencia no es sino la suma de los errores cometidos? Pero si los seguimos olvidando… seguiremos siempre empezando de nada. Desde el Hospicio, hasta Colombia, fueron por Santa Anna. Dublín queda más cerca.