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Cuetlaxóchitl

Y Luego…

Por Alvargonzález; 6 de diciembre de 1997

Hay algo –mucho– de perverso en la actual convertibilidad de las letras en números, y mira si no es cierto: para explicar las bondades de un libro, hay que decir de él la canti­dad de volúmenes vendidos. Para exponer la calidad de un festival le­trero –o su equivalente, literario–, hay que expresarlo en números: sepete­cientos editores, milnosecuántos auto­res, que se traducen en una derrama económica (numérica) de ortochocien­tos millones de papeles emitidos por la Reserva Federal; papeles ¡impresos! por quienes han pincelado la economía mundial de color lechuga. Convertibili­dad letra número, ni modo y paradoja: las mejores letras, hoyendía, se tienen que expresar en números…

Como cada vez que se ‘ocupe’ (¿en­tiendes el lenguaje local?), hay que repetir-lo-mismo, vuelvo a decir luantesdicho y que se lo expropié olímpicamente al ‘magistre’ (magistral maestro muy mío) Valenzuela: “el plagio (entendido como robo de ideas) es válido sólo si supera lo plagiado…”. ¿Será? ¿Robadores de ideas?

No sé por qué me da la gana de realizar un acto de desnudez letrera (o si en lugar de decir “letra”, dices el ar­caísmo ‘litera’, entonces de allí resulta literatura), de exhibirme tal cual y piorpamí contigo: soy consuetudinario ladrón de ideas; plagiario confeso y allá tú si me sigues creyendo mientras aparezca en este portalete de papel editorial. No podría aceptar el reto de “fabricar” dos mil (número) palabras semanales sin una imprescindible ayuda de seres terrestres y extra-lo-­mismo (pues nunca vivieron en la tie­rruca que piso todos los días). Mil los jueves y mil los sábados son mi reto le­trero, tratando de que en este mismo renglón no me dejes sólo con mi Re­mington ‘35 y su teclado arcaico. ¿Yo solo o sólo yo intentar capturar tus ojos? Imposible. Mi aliado hebdomadario –vaya forma cursi de escribir “se­manal”–, es justamente ¡EL AUTOR DESCONOCIDO! Ese que contó lo que quiso contar por el gusto de hacerlo; ese, que hizo lo que hizo, porque sintió que tenía que hacerlo y sin la intención de que le cayeran encima los reflectores del marquetín.

Te lo cuento de botepronto, y como ejemplo del que no puedo rescatar más datos, porque se fueron con mi archivo muerto hace años cuando se robaron el segundo de los coches que me han robado. Si me hubieran dejado la cajuela… Total, la señora se llamó Mileva y era croata; tuvo con Él –así, mayúsculo– dos hijos, uno de ellos afectado por un desorden sesual inexplicable: esquizofrenia. Mileva, en una biografía que leí, juraba que le ayudó en esos tiempos aún distantes de la gloriosa internecia –o necedad intercomunicada globalmente– y también de la calculadora. Vivieron tiempos e inviernos difíciles en Suiza ella y su marido sub-desempleado –título al que sólo acceden los genios–, matemáticamente calculando algo que era intuición conyugal entre compañeros de carrera. Estoy seguro que aunque ni tú ni yo tengamos la más peregrina explicación sobre ella –no sobre Mileva, sino sobre lo que engendraron durante su matrimonio–, la conoces. ¿Has oído hablar de la Teoría de la Relatividad? Ella, la esposa de Una-Piedra, o si prefieres decirlo en alemán sería mucho más elegante: de Ein-Stein, y Alfredo su nombre. Al uno, el marquetín, y a la otra el glorioso privilegio de haber ingresado en el enorme catálogo del genérico: la autoría desconocida. Mileva, cuando le cayó el Nobel a su ex-marido, lo acosó al grito ex-conyugal del: “¿no tiacuerdas…?”, y todo porque el brillante científico a quien se atribuye haber arrancado a la humanidad la inocencia atómica (frase que me he robado), se hacía el inocente ante sus engendros producidos al haber atomizado ciertas partes de la anatomía de Mileva. ¡Oh, miseria humana! ¿Alguien te ha contado algo de los hijos de Einstein? El autor los desconoció y esa es otra cuestión.

Un buen día fui a dar a Colima invitado por mi amigo (ginecólogo) Carlos González, y en un tendejón de ropa en los portales colimotes, advertí que además de trapos, vendían libros. Allí uno llamado “La Fernandita”, hechura de Jesús Figueroa Torres. Nunca he oído que el autor haya sido victimado con becas u homenajes por su librico, que no hace sino quitarle bronce a una estatua y convertirla en ser humano de mucha carne y algunos cientos de huesos. ¿Has transitado alguna vez en esta ciudad por el túnel de Hidalgo? Figueroa –a los autores se les llama sin más títulos que su apellido– me adentró por ese pasadizo de un ser muy humano que pasó por esta quesque noble y leal ciudad. Justo el seis de diciembre de 1810, Hidalgo y aquí proclamó la liberación de los esclavos. ¡Vaya túnel el de Hidalgo, y según Figueroa!

Su compacto y formidable librico “La Fernandita”, cuenta cómo don Miguel hizo migas (por decirlo con suavitel) con una señora y en Valladolid, Morelia; se las ingenió para seguirla hasta Colima cuando el marido de aquella mujer fue trasladado burocráticamente a esa ciudad. Y ándate que cuando diciembre comenzando del 810, llegan las huestes de Hidalgo a Guadalajara –ampliamente rebasada en su capacidad hotelera por los visitantes que eran más que los habitantes–, y con los Insurgidos (entes) venía un misterioso carruaje que transportaba supuestamente a Fernando VII (en nombre del monarca, Hidalgo arengó a la insurgencia en Dolores, Gto.). Pero –de nuevo– ¡oh, miseria humana! Del carruaje –y aquí– descendieron dos mujeres… ¿Quiénes eran? Figueroa teje datos de archivo y me (de) muestra con sus páginas que una era hija de Hidalgo, y la otra…

Diciembre corre, y corriendo en estas fechas entraron las tropas insurgentes en Guadalajara. Peor te la cuento, los seres tan corrientes como yo –que no tenemos tiempo para detenernos y pensar–, vivimos al corriente gracias a que nos robamos ideas del monumental Autor Desconocido; al que nunca se le rinde homenaje más allá de la expropiación de ideas que todos cometemos para pensar que somos originales de ¡pensamiento! Con decirte que un día y en Colombia, un ingenuo demandó a un publicano Gabriel al grito de: “yo le conté la historia de mi familia y él ha vendido milmuchoscientos ejemplares…”. ¿Quién ganó la demanda? Algún día espero contarte la extraña relación que existe entre Colombia y México desde los tiempos de Santa Anna. ‘Nihil novum sub sole’ y nada nuevo sobre mi propuesta: rendir homenaje al autor desconocido. Con decirte que ni en USA le rinden homenaje al más grande de sus autores desconocidos. Al que llevó a todo el mundo la cuetlaxóchitl, o flor de nochebuena, y que es el autor desconocido de un proyecto formidable. ¿Sabes cómo se le conoce en el mundo todo a la cuetlaxóchitl? “poinsetia”. Ningún monumento relevante tiene en su patria el tan desconocido autor de la gran flor americana: Joel R. Poinsett, te digo: los autores desconocidos dan más que lo que el marquetín ordena. De ellos vive y vivimos: de que otros piensen lo que pensamos.

Táte bien y luego te busco.

 

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Si te interesa una copia en PDF del libro “La Fernandita”, te lo podemos hacer llegar por correo electrónico.

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2 comentarios en «Cuetlaxóchitl»

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