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Calderón

Y Luego…

Por Alvargonzález; 17 enero 199

Imagínate el respiro que fue para los habitantes de Guadalajara ver aquel desfile tan vaciante; sí, un 14 de enero remoto, ver que un número de visitantes igual –millar menos o más lo mismo da– a los entonces pobladores de la ciudad. Su arribazón en diciem­bre debió haber trastornado la nula infraestructura turística local con todo y la buena voluntad del guía de la excursión –el cura don Miguel–, que pe­regrinaba con su multa turba en busca de definir un vocablo entre gelatinoso y escurridizo: “in-de-pen-den-cia”. Textualmente, una dependencia monárquica absolutista, absurda y falta de inteligencia, condujo a la ¡pendencia! con tintes muy similares al mal que pretendía combatir. En hipótesis, todo se resolvería con el “…vamos a coger gachupines”, vociferado en el Grito de septiembre; y la degollina tapatía y decembrina se tradujo en muchos litros de sangre gachupina tirada en las Barranquitas de Alcalde. ¿Cuál era el pro­yecto hidalguino? Buena pregunta…

“Desayuno en Calderón, comida en Querétaro y cena en México…”, y como metáfora sonaba sustanciosa y metabólica comparada con el hecho físico de que buenos doce días –y si bien anda­ban las recuas–, tomaba el Camino Real entre Guadalajara y la hoyendia mons­trua capitaleña. Dicen que eso dijo el Generalísimo al iniciarse aquel desfile de los casi cuarenta mil (ese número de habitantes debió tener la ciudad en 1811) que salieron para enfrentar a Ca­lleja y sus tropas en el lugar elegido por Allende y Abasolo: el Puente de Calderón.

Resulta un rotundo oxímoron de­cir “guerra civil”. ¿Hay algo de civilizado en el quesque ‘Ars Bellum’? ¿Arte? Pero acaso el término tenga alguna re­mota justificación en aquellas guerras antes de que el hertzio –las telecomuni­caciones– cambiara radicalmente el enfrentamiento entre tropas. Para los romanos la expresión “campus” no era otra cosa que “el campo de batalla ele­gido previamente”. En aquel enero 17 del 811, el paso por el Río de Calderón fue el lugar elegido más que por el tanto cuanto devaluado Generalísimo, por los que sí habían recibido formación militar. A propósito, “estrategia” y “táctica” no son la misma cosa, pues lo primero está referido al ‘stratus’ o estrato o al cómo pienso embarrar al enemigo en el campus; a la teoría. Lo segundo es lo “táctil” o al aloradelora como se va haciendo el embarraje y resolviendo la teoría, se van poniendo las capas cubridoras sobre el enemigo. Ya en Guadalajara y por la hidalguina afición a francachelas decembrinas y la misma presencia de La Fernandita (hija de Hidalgo según el fundamentado estudio del historiador colimote Figueroa) y por los antecedentes de la ¡campaña! –otro término militar derivado de “campus”–, Allende, Aldama y Abasolo, habían asumido el cargo de estrategas. Ellos eligieron Caderón como el sitio ideal para detener a Calleja y de allí por vía libre caer sobre México y sobre el poder; para remendar así el error de Las Cruces, cuando pudiendo haberlo hecho y en noviembre de 1810, retrocedieron en una maniobra que llevó a los Insurgentes hasta Guadalajara vía Valladolid y una pendencia que supuestamente iba a desembocar en ¡independencia! ¿Desembocó en eso?

En la casa natal de López Velarde en Jerez, Zac., hay un cuadro ejecutado en tinta –¿aún estará allí?– que manifiesta una escena extraña: “La misa de Hidalgo antes de la batalla del Monte de las Cruces”, se lee al pie. Con ayuda divina o no –La Guadalupana era el estandarte insurgente, y la Virgen de Los Remedios el de las tropas realistas–, la batahola insurrecta triunfó sobre el ejército regular. Allí a la vista de la ciertamente Ciudad de Los Palacios y principal de América en aquellos tiempos del incipiente XIX. ¿Por qué no lanzó Hidalgo a sus tropas cuesta abajo y al punto final y triunfante de la breve campaña? El maistro Fuentes Mares echó su pluma a pensar y a elaborar una teoría: a Hidalgo, y en ese momento triunfante, le reverberó el genoma. ¿Soltar la jauría para arruinar –convertir en ruinas– la joya de América fabricada por los antecesores del cura de Dolores? ¿Repetir lo de Guanajuato en una escala monumental? ¿Había proyecto de “reconstrucción nacional”, o todo se había convertido en depredación? Fuentes Mares enuncia que tal vez la simpleza del Grito incendiario de Dolores ¡le gritó a su autor! Prender fuego no es tan difícil como hacerlo purificador y creador.

“Desayuno en Calderón, comida en Querétaro y cena en México…”. Estrategia poética de un individuo que ciertamente poseía una sensibilidad superlativa. Que el sistema colonial carente de administración y pletórico de centralismo burocrático y madrileño ya no funcionaba era obvio, mas lo que no era tanto era la justeza de aprovechar el ‘momentum’: Napoleón en 1810 metido hasta el puchero español, en la cocina. Así, bajo el pretexto de cobijar a Fernando VII, pos ¡a darle! Por eso lo del misterioso carruaje en donde los tapatíos creyeron llegaba a Guadalajara el depuesto monarca español y de donde vieron descender a una mujer; ante la sorpresa, el mote: La Fernandita (si te interesa el chisme consíguete y lee el ensayo de Jesús Figueroa Torres).

¿Más chismes? Ya las crónicas vallesolitanas –de la Valladolid hecha Morelia–, narran que entre los insurgentes que entraron a la Catedral en busca de suvenires o plata para la guerra, y de los más feroces en la depilación integral de gachupines (con todo y cabeza), iba un güerejo apodado “El Anglo”. Todo –históricamente– parece indicar que venía del norte y quizá podría ocupar también el histórico puesto de primer “asesor-con-dudosas-intenciones”; primero de muchos. Convenció a los levantados de ser experto en artillería, y el cargo lo ocupó en Calderón; acomodó las baterías para pulverizar a Calleja y a su ejército en minoría física, y allí se graduó de doctor en ineficiencia. Para venir a “asesorar” desde sus rubicundas tierras ¿le movió un amor por México independiente, o el odio ancestral de esa pugna entre político y teológica (vaya envoltura explosiva) de Inglaterra y España? Cuidado: quizá no todos los asesores quieran el bienestar de la familia mexicana. ¿Será moraleja de otros tiempos? Saca cuentas 1811-1998.

En las proximidades del Hospital de San Miguel –el Hospital Civil Viejo–, sentado y porque sus heridas no le permitían estar de pie, fue apeloteado (fusilado) Simón Fletcher, quien colocó tan bien la artillería que ningún daño causó a las tropas de Calleja: cuidó tan mal la pólvora –el parque de la pólvora–, que allí en Caderón empezó otro desfile memorable: “¡vámonos pa’l norte…!”. Hidalgo, Allende, Abasolo, Aldama, tratando de alcanzar ese “más allá” fronterizo, cobijo de impotencias o fracasos en lo que López Velarde llamó “suavepatria”. ¿Rudapatria? Dímelo tú. Cuatro-meses-cuatro (de Dolores a Calderón, del 16 de septiembre al 17 de enero) duró el levantamiento de Hidalgo. No tengo ninguna duda de que la intención era buena. ¿El procedimiento? Con decirte que seguimos tratando de definir el significado de una calzada palabra: “Independencia”. Vaya término tan complejo y globalizado.

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