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Perspectiva

Y Luego…

Por Alvargonzález; 29 de mayo de 1997

Enseguida de Ratón, la Trinidad; Ratón en Nuevo México (New Mexico) y El Corazón de la Trinidad –ese su nombre completo–, ya en tierras de Co­lorado. Te digo, ocurrentes los inhabi­tantes de esos territorios adquiridos en el 847 mediante el Tratado de Guada­lupe-Hidalgo que le conservaron los nombres de la cartografía novohis­pana. Me llamó la atención que la pla­ca anunciadora del poblado está escrita en ambos idiomas, por lo cual se lee también ‘The Heart of the Trinity’. Abril terminando y todavía los nevazos recientes; dos días antes había nevado.

Ya lo había visto desde Guadala­jara, incluso una tarde-noche en que parecía encaramado en la punta del gótico muy tardío del Expiatorio. Con el reflejo urbano no lucía mayormente a su paso veloz por las cercanías de este planeta, y la “cabellera” –que eso significa ‘komets’ en griego– apenas sí se le notaba. Y fue unos kilómetros delan­te de El Corazón de la Trinidad que decidí detenerme para verlo, y allí, aparentemente suspendido en la oscu­ridad de la noche sin luna –en medio de las estrellas como clavos luminosos encajados en la techumbre del universo–,­ el Hale-Bopp, con toda su esplendidez. ¿Lo viste? Creo que a su regreso dentro de más de dos mil años ya estaré tan reciclado que no puedo aventurar si entonces aun tendré la capacidad de maravillarme ante la contemplación es­telar. “Sobre mí el cielo estrellado, dentro de mí la conciencia de ser”, como diría en su momento Kant, con su perspectiva filosófica.

Sobre mí, con su enorme cauda, el cometa cuya magnificencia disfruté poco delante de ese El Corazón de la Trinidad, en Colorado. Te digo, el extraviado y necesario arte de la contemplación; el azoro ante la creación terrestre y celeste. ¿Qué estrujamiento sentiría García López de Cárdenas, con su par de hispanos ojos, al contemplar por vez primera El Cañón del Colorado y marcarlo con ese nombre indeleble en la cartografía universal? Por razo­nes de perspectiva debíamos hacer algo para rescatar el muy decadente arte de la contemplación, tan perdido no sólo aquí.

En el Japón sintoísta, ahora tan derrotado por el ansia derrotante del Occidente vencedor de la Guerra, no era raro que unos amigos te invitaran a “fiestas” contemplativas. El tono era más o menos un “te invitamos a que vengas hoy en la noche a ver salir la luna llena…”. Nada más. No era una invitación a cenar, ni a oír música; ni siquiera a conversar, mucho menos al ‘sake’, ese licor de arroz (que incluso máquinas expendedoras venden en las calles de Tokio). “Te invito a ver salir la luna…”, sin mucho hablar, y por una razón muy lógica: sin una estricta dosis de silencio, la Contemplación se hace imposible.

Dentro del terreno de los paradojales hay una definición renacentista que me parece maravillosa. Sucede que desde que el pensamiento es conciencia de tránsito temporal, los humanos tratamos de congelar el tiempo; apresarlo infinita e indeleblemente. Pero la capacidad cerebral colectiva no ha encontrado otra forma de atraparlo que mediante la ruta de las llamadas “artes plásticas”, que van desde la pintura –pasando por la escultura– hasta llegar a la cirugía con el mismo apellido. Intentos vanos que incluyen la fotografía, entendida ésta como la capacidad de “atrapar” el momento, y precedida por muchas plasticidades. ¿Plastas? Durante milenios –e igual puedes ver las pinturas faraónicas egipcias, que los frescos de Bonampak, o las hechuras bizantinas con sus predecesoras pompeyanas románicas– no se había podido descifrar la cuestión de la ¡perspectiva! Todo estaba en un primer plano multidimensional que trataba de dar a entender la profundidad. ¡Plastas! Figuras a-plastadas…

Llega el Renacimiento y con él una definición paradojal: “la perspectiva se da por unas líneas paralelas que se unen en el infinito”. Todo bien, sólo que en geometría pura, las “paralelas” nunca se unen. ¿En el infinito? ¿Existe?

Los pintores renacentistas debieron aplicarse no sólo a la hechura de los colores, sino también a buscar el auxilio de los matemáticos y a aprender de ellos. Como siempre, doña Historia cobija en el silencio a quien pudo haber tenido la idea genial de que el problema de representar en un sólo plano –el lienzo– muchos planos o profundidades, no era sólo una cuestión de tonos coloridos, sino matemática, de perspectiva, y descrita en esos paradojales términos. ¡Ahora parece tan sencillo…! Pero el hecho fue una convergencia de pensamiento milenario urgido de representar la efímera realidad en forma ¡real! Con perspectiva…

Quizá sea esa una de las virtudes de la extraviada Contemplación (déjame escribirla con mayúscula inicial). ¿Convergencia hacia al infinito? ¿Tiene Corazón La Trinidad? Perspectiva, ante el infinito…

Creo que desde los tiempos remotos, matemáticos, científicos, filósofos y teólogos, han luchado con ese oscuro misterio del “infinito” que tan bien luce en medio de la noche estrellada del desierto; con cometas o sin ellos. Tienes el caso de Kant, para quien la infinitud del tiempo y del espacio eran “antinomias”, y su percepción intuitiva de que probablemente existieran multitud de universos aislados entre los cuales una pasmosa minoría permitiera eso que tú y yo llamamos “vida”. ¿Finita la vida? Y mucho, con su sentido de brevedad; con la sensación de velocidad que adquiere al paso de los años, con el inevitable envejecimiento, y la búsqueda no pocas veces enfermiza de la infinitud o permanencia en el tiempo-espacio. ¿Te acuerdas de Ponce de León, en el siglo XVI, buscando la Fuente de la Eterna Juventud? Por absurda que parezca la aventura del español en tierras americanas, esa búsqueda sigue.

Contemplación para tratar de darle sentido a nuestro galopar en el calendario. Recuerdo a Pascal, entre ateo y piadoso matemático con su afirmación de que le estrujaba el silencio de los espacios estelares: “Me aterroriza –decía para luego añadir en sus pensamientos– cuando considero la corta duración de mi vida, encajada velozmente entre la eternidad que le precedió y la que le sigue; cuando considero el pequeñísimo espacio que me ha correspondido llenar, o que se me ha permitido ver, en medio de la infinita inmensidad de espacios de los que no conozco nada, y que ignoran ellos mismos mi existencia, me aterrorizo. Pero también me pregunto por qué estoy aquí y no allá; por qué no alcanzo a ver la razón por la que hoy vivo, y no antes ni después. ¿Quién me plantó aquí? ¿Por orden y designio de quién han sido destinados a mí este tiempo y espacio?”. Y Pascal, por esa vía quedaba frente al misterio que él denominaba Divino, tratando de encontrar la perspectiva propia mediante la Contemplación.

Pensaba, en ese punto que se llama El Corazón de la Trinidad, que tal vez la historia colectiva pudiera marchar mejor si se rescatara la Contemplación como parte fundamental de la vida. Tienes el caso de los políticos a toda escala y aquel método quijotesco que permitió que Sancho Panza viera desde el espacio –a lomos del Clavileño– su Ínsula Barataria: “se han templado en mí mis ansias de gobernante…”. Imagínate que desde el espacio y en transbordadores, los políticos vean la fragilidad de este pequeño punto azul; y los bancarios, y los ¡tan poquitos que toman decisiones por tan muchos! Seguro templarían sus ansias de poseer y de poder.

Ver lo grande como grande y lo pequeño como tal. Eso es la sabiduría. Y de pronto me encuentro con la cuestión muy personal de poner de nuevo en perspectiva el hecho de que –vivencia recurrente– me echaron de la antena. De nuevo tengo que buscar otra para seguir pregonando mi necia teoría de que es peligroso un pueblo que piensa. ¡Pero mucho más, uno que no piensa!

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