Y Luego…
Por Alvargonzález; 14 de junio de 1997
Es que con un poco de vinagreta diplomática añadida, la conversación telefónica y reciente debió haber sido en esencia así: “Maestra Olga, qué gusto saludarla… Hablamos de parte de… a ver si es tan amable de pasar a recoger a su abuelo… o nosotros se lo enviamos a donde nos indique. Es que ya no sabemos qué hacer con él y nos gustaría que nos ayudara para ponerlo ¡en paz!”.
Hay abuelos y hay abuelos, y como dices tú: “pos uno no los escoge”. Igual le pasó a la jubilada maestra en química, Olga, quien con sus 75 años y con su manojo de fotos en el regazo de su abuelo, insiste en que lo dejen donde está. Y que si no lo quieren dejar allí, que por favor no la molesten con quien fue su rentable abuelo.
Olga Ulyanova ha practicado con solvencia –disolvente hoyendía– algo que podríamos creer tú y yo que es un arte exclusivamente mexicano; algo parecido al “vidrio soplado” que yo imbécilmente pensé había nacido en Tlaquepaque y mucho antes que la civilización fenicia. Ese arte, el de Olga, es genéticamente universal y tan soplado como el vidrio; se denomina –con aprobación más de la UEFA que de la FIFA– el ¡arte de navegarle al apellido! Como ejemplos locales tienes la rulfeada y la orozqueada, familias enteras en el montaje navigatorio de quienes describieron llanos con fuego y pintaron hombres en llamas; familias enteras, navegando presupuestalmente, con sus honorables apellidos.
Como ejemplos político nacionales, te sorprendería enterarte de la gran cantidad de apellidaje entrelazado en la Familia Revolucionaria navegándole quincenalmente a glorias pasadas. ¡Oh, miseria humana! Arte universal.
Pero más que hablar de Rulfo, compactación de toda una retahíla de abuelos, me resulta más ilustrativa la compactación que hizo de su propio apellidaje el abuelo de Olga, Vladimir, que acabó siendo conocido universal y mercadotécnicamente como Lenin, y que yace en el mausoleo de granito ¡rojo! en la Plaza ¡Roja! de una quesque Unión cuyo colorido acabó despintándose hace poco. ¿Roja Rusia hoy? Ese es el problema con el abuelo de Olga, o el qué hacer con una momia que ya no funciona con su apariencia de ser durmiente bajo su catafalco de cristal en esa plaza que rivaliza con el ¡Zócalo! ¿Quién copió a quién?
Pienso que era tal la conciencia nacionalista de Lenin, que de haber sabido que sus restos mortales iban a ocasionar tales problemas, no se hubiera muerto. Han surgido en torno a la momia problemas de toda índole, aun científica como Valery Bykov, el jefe en turno de la conservación de la momia, y que es el depositario de toda una tecnología rusa y secreta que ha permitido que el ideólogo parezca que tiene 73 años sesteando. Tecnología que quizá sólo haya sido superada por los plastificadores de Michel Jackson o a la que quisieran tener acceso ciertas centrales obreras nacionales para el mantenimiento de su liderazgo. Valery Bykov, insisto, afirma que preservar “fresco” a Lenin es una proeza científica de la que la Rusia actual debe estar orgullosa y por lo tanto debe seguir la exhibición pública del prócer, si bien el apetito por asomarse al mausoleo ha disminuido notablemente: antes eran colas enormes; durante horas había que desafiar el frío placero, y ahora sólo parece moderada atracción turística, pues el viraje ruso ha disminuido el hervor –fervor reverencial a los añejos iodos.
Yeltsin y la Duma –el parlamento en donde los comunistas aún tratan de dar la apariencia de no estar momificados–, enfrascados en un duelo por el abuelo de Olga. Yeltsin insiste en mandar al Bello Durmiente a San Petersburgo y reunirlo con su madre en el cementerio; la Duma insiste en dejarlo donde está con su acompañamiento de próceres rojos: más de 300 en las inmediaciones del mausoleo, entre los cuales está John Reed, autor que antes de irse a Rusia vino a México a describirnos nuestra ¡tan mexicana revolución! Yeltsin está un poco en los zapatos de Khrushchev, aquel simpático líder que zapato en mano habló en la ONU, y quien en 1961, una buena noche mandó sacar la momia de Pepe Stalin y darle atea sepultura bajo la Plaza Roja.
Peor te la cuento: mientras unos han convertido la momia en su estandarte, otros no pocos andan tratando de reubicar meritoriamente un montón de huesos. Sucede que allá por 1979, y en la ciudad de Yekaterinburg, un grupo de arqueólogos descubrió la osamenta de la familia zarista; de Nicolás, su esposa, sus hijas y del pequeño Zarévich. El hallazgo –eran tiempos rojos– se mantuvo en secreto durante diez años, y ahora crece el clamor de reubicación meritoria de las osamentas de quienes murieron a manos de los Bolcheviques de Lenin. Se insiste en que se les lleve a la catedral de Cristo Salvador, en Moscú, y luego de que el año próximo concluya el proceso de reconstrucción del edificio sacro.
“Éste sería el símbolo del resurgimiento o de la resurrección rusa”, afirma Sergei A. Sapozhnikov, en su calidad de Jefe de Heráldica de la Asamblea Nobiliaria Rusa, o sea otro sistema de navegarle a los apellidos.
Mas dejando de lado a la gran cantidad de nobles y noblejos que en dado caso se ostentarían como descendientes de la familia real, la cuestión fundamental está clara: revisionismo. En simple lógica parece comprensible: si el camino por el que se ha andado no ha funcionado, cambiar de vereda significa re-analizar la procedencia y la actuación de los guías anteriores. El camino que marcó Lenin resultó falluco para los rusos y literalmente lo están despidiendo –corriendo– del puesto para el que le habían contratado: como guía. Pero despedir a alguien de su cargo histórico es todo un problema político mayúsculo; pero en no poca medida necesario.
¿Cómo andan tus niveles de revisionismo? Sucede que en la historieta personal, vivimos a veces aferrados a tratar de encontrar soluciones a problemas muy concretos, repitiendo una y otra vez la misma vía… que conduce exactamente a donde mismo: al entrampamiento. En la Historia colectiva el asunto se traduce simplemente en el entrampamiento igualmente colectivo: una y otra vez la misma vereda y al grito de “¡hora sí salimos!”, y lo que ocurre es exactamente lo previsible. Y el llamado Revisionismo, mayúsculo, pareciera ser lo único posibilitante de virajes y con todos sus riesgos. ¿Qué hicieron Alemania y Japón luego de la guerra? Re-contarse de otra forma su misma historia; los japoneses incluso le quitaron grados de divinidad a la Familia Imperial.
Y si comenzamos hablando de ese arte de “navegarle al apellido”, es porque inevitablemente el Revisionismo implica asomarse a la heráldica nobiliaria (la república ha producido una Nobleza insospechada) y analizar lo que hicieron los supuestos héroes, con otra luz. Implica el gran riesgo político de lastimar a no pocos que han vivido y no poco bien gracias a sus blasones.
Me dirás que eso de Revisar es cosa de rojos y rusos. ¿Te acuerdas cuando nos iba a invadir la rojitud? Qué bueno que escapamos de sus garras, pero lo que sigo sin entender es cómo le hicimos para acabar en eso: en rojos; en números bien rojos. ¿No sería bueno echarle una revisadita a nuestros mausoleos y ventilar más de alguna momia? ¡Qué miedo!
Genial y ah como viene a cuento