Y Luego…
Por Alvargonzález; 21 de junio de 1997
Con el Siglo de Las Luces, los enciclopedistas y en París afirmaban entre sacrílegos y mundanos que si Dios pensaba y hablaba, lo hacía en francés. En este siglo de las Luces Atómicas, quizá algún blasfemo ha estado tentado a preguntar en qué momento las divinidades tomaron un curso de inglés y cambiaron de idioma. ¿No te da la impresión de que el siglo XX está diseñado así, en inglés? ¿Británico? Aun sonando distinto, el inglés es el de las islas y el que se usa en un continente muy Americano.
Como noticia va a ser muy espectacular el término del contrato de arrendamiento de Hong Kong, y cuya fecha de caducidad no se hubiera respetado de no haber cambiado las circunstancias: China dejó de ser un gigante debilucho, e Inglaterra –pigmeo territorial–, ha perdido bastante de su musculatura antes avasallante. La devolución del fraccionamiento –con todo e inquilinos– es una muestra del reacomodo de fuerzas que a mí me sirve para conversar contigo de algo muy singular: del inglés, pero no tanto en su aspecto idiomático (del inglés-lengua), sino del habitante de esas islas tan próximas y distantes de Europa. Del britón –insisto que así se autodenominan: britons– que cuando con toda su sencilla arrogancia se aproximó a China en busca de ‘chí’, producto de primerísima necesidad anglosajona y al que denominaron ‘tí’ (se escribe ‘tea’ y nosotros le llamamos “té”), realizaron astutamente la Guerra del Opio: a cambio de la infusión, el estupefaciente, y la derrota china derivó en la renta de Hong Kong; y más, conservaron el nombre de “mandarín” dado por los portugueses al idioma más difundido en la gigantez china, porque primero los portugueses y luego los otros, usaban ese idioma ¡para mandar! El dominio inglés, a punto de ser mandado de regreso a casa… Te digo, algo está cambiando.
El inglés, aún, es un ser singular. Aún al niño britón se le inculca “la gran fortuna” de haber nacido así. En tiempos del Imperio, el hijo de britones si nacía en Ceylán, en La India, en Australia e incluso en Canadá, recibía la consigna de superioridad, fruto de un proceso histórico multisecular. Tengo la intención heroica de publicar algo hacia febrero del año próximo en donde en extenso me ocuparé de una simpática mujer: Isabel; aquella que como buena reina en vez de apellido tenía numeral. Primera y de Inglaterra. Aquella que se convirtió en símbolo virginal (ahora sabemos tú y yo que no fue tan eso) y que fue genial en el manejo del marquetín para fabricar la convicción de ¡Pueblo Elegido! A partir del XVI, el inglés asume otra dimensión y con esa etiqueta que reaparece en la Historia de la Humanidad velada o desveladamente, la de superioridad asignada divinamente. Pero vamos dejando para otro tiempo esas teorías y concretémonos a ver a ese individuo tan singular que conforma una comunidad igual: muy especial.
Ya te habrás enterado de que en Gran Bretaña se maneja igual que acá… pero al revés. El volante a la derecha. Pero ¿sabes por qué? Fácil. Durante los siglos que ha costado la dudosa proeza de la llamada “civilización”, el caballo ocupó la mayor parte y las riendas del mismo se llevan con la mano izquierda para poder utilizar con destreza ¡las armas! Los ejércitos romanos transitaban justamente por la izquierda y por las vías que vincularon inicialmente a Europa. A comienzos del siglo pasado, un joven emigrado a Francia –¡zurdo!, por más señas–, se propuso demostrar espada en mano que su país seguía siendo eso que te decía: El Pueblo Elegido. Napoleón, por razones tan personales como de estrategia, cambió las normas de circulación y empezó a circular con sus tropas por la derecha.
Un mal día –para Napoleón–, y en un lugar en Bélgica que los britones rebautizaron como Waterloo, Wellington derrota al Corso, que más allá de las acciones bélicas, había mostrado que era más lógico cambiar la circulación. Y en la derrota de Napoleón esplender tres elementos que retratan el alma inglesa: ellos solos se adjudican la victoria siendo que el ejército era un conglomerado de tropas europeas, si bien el director de la orquesta bélica era inglés. “Waterloo” es una palabra compuesta, muy parecida a la procedencia del preventivo “¡aguas!” en nuestro idioma, y que se originó cuando los vasos nocturnos (bacinicas) eran vaciados a la calle, por lo que el término tan elegante (en apariencia) no es sino la afirmación britona de que allí echaron a la fosa séptica –o hicieron ¡caca!– a Napoleón. Te digo: tienen un gran sentido del humor. En tercer lugar, ¿por qué los vencedores iban a tomar costumbres impuestas por los vencidos? Si en Japón, en la India y en Australia se sigue manejando por la izquierda, es justamente debido a la influencia britona en esos rincones terráqueos. La arrogancia singular inglesa hace circular al país ¡por el otro lado!
¿Qué tan compatible eres con los demás? Mira, ese asunto de la compatibilidad tiene algo que ver con lo físico y algo con otros elementos que no vienen a cuento. Cuando el cese de la guerra fría, los grandes competidores en la carrera del espacio –Rusia y USA–, decidieron compartir tecnología y empatar sus estaciones orbitales; unirlos. ¿Sencillo? No tanto, pues los rusos usan centímetros y los otros pulgadas. ¡Incompatibilidad! Ignoro cómo se haya resuelto el problema del apareamiento tecnológico, pero lo que no ignoro es que hay un sistema de medidas y pesos que se ampara con un nombre muy hermoso: ‘Imperial System’. Tal cual: sistema imperial, y recurre a formas entre primitivas e ilógicas en lugar de utilizar el métrico-decimal que tiene un fundamento tan contundente como la redondez de la tierra. Nada, el mundo anglosajón no iba a cambiar su analógico sistema de mediciones y pesaje por algo que hubiera sido advertido por los franceses. Te dejo de tarea averiguar cuántas pulgadas hacen un pie y cuántos pies hacen una yarda, y luego le sigues con millas; lo que no es difícil advertir es que tanto el dedo pulgar, como los pies que al dar mil pasos contaban el millar o miliar –de donde milla–, fueron las herramientas de medición más antiguas. ¿Siguen con eso? ¿Ca’quien? Más bien arrogancia del ser que se presupone distinto y aun superior. ¿Medir como todos?
Igual con el calendario. En pleno siglo XVI, el de la escisión de la romanidad, al Papa Gregorio se le ocurre contratar matemáticos para recalcular un calendario que ya no funcionaba, y para tal efecto se le podaron unos días y se acomodan las bisextalidades. Aparte de creer o no en el Papa, la cuestión era físico-astronómica, y casi dos siglos después y sin hacer mucho ruido el anglosajón dijo: “pos sí sirve el calendario gregoriano…”.
Siglo XX caminando, y no creas que soy milenarista; no pienso que cábalas o números calendáricos tengan que ver con reacomodos históricos. Pienso que las cosas pasan cuando pasan y que la idea de un mundo “funcional” diseñado exclusivamente en inglés, y de un Pueblo Elegido, están mostrando su desgaste con todo su añejo sabor imperial. ¿Imperarán algún día la lógica y la razón? P’sabe.