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Calcuta

Y Luego…

Por Alvargonzález; 24 de julio de 1997

Los viajes presidenciales son, ni quién lo dude, de una gran utilidad. Por favor abstente de repetir el epigrama de Santa Teresa, ese de “tantas idas y venidas, tantas vueltas y revueltas, quiero amiga que me digas, ¿son de alguna utilidad?”. Claro que sirven, entre otras muchas cosas para mundanear a los periodistas “De La Fuente” –con ma­yúsculas, pues es la Fuente de Fuentes–, quienes por lo general antes de abra­zar fervorosamente la profesión, no tuvieron tiempo de asomarse más allá de Cuajimalpa. Ellos cumplen con la función de representarnos y decirnos lo que hace el Enturno mientras estrecha “lazos de unión y colaboración con…”.

En los tiempos de jauja los séquitos presidenciales eran enormes y tal vez haya sido rompe récords el epónimo e inolvidable Echeverría. Pero en todo caso son producto del intento de adecuación a la modernidad (¡sopas!) por parte de la esforzada suavepatria. ¿Te acuerdas de López Mateos? Él arrumbó al magnifico y fabricado en tono cuasi imperial Tren Olivo, y se echó a volar; él inauguró la era de las visitas a domicilio, que –en alguna ocasión que me tocó ver a la troupe nacional a su paso por Europa– me dio la impresión de ser un grupo de súper ricos diciendo que venían de un país bastante po­bre. Un tono bastante paradojal, pero como dices tú: “pos ca’quien”. Y sus buenas razones debió tener el presi­dente de las mil avenidas (no hay pue­blo que no tenga una con el nombre de L.M.) para echarse a volar por el mun­do.

Todo esto viene a cuento porque en el sexenio en el que íbamos a aprender a manejar la jauja, el Enturno se fue a ver a Indira y aquello debe haber ocu­rrido bordeando los ochentas. Claro que no tengo tiempo para meterme en la hemeroteca para rastrear las pala­bras textuales de quien en su familia todos llamaban afectuosamente el tío Cejas, pero te aseguro que de memoria no me aparto mucho de lo que los De La Fuente dijeron que había dicho. Quiero presuponer que al Mandatario como a todo ser humano, le estrujó el llamado Sub Continente Asiático; esa India, con sus casi mil millones de seres, ¿humanos? ¿Tiene visos de humanismo un sistema ancestral de castas, con fronteras sociales hasta hace muy poco infranqueables? Ve a saber qué inspiraría la voz presidencial para hacer un vaticinio y en Delhi (Nueva Delhi es otra cosa): “corremos el riesgo de convertirnos en un país de cínicos…” (¡sopas, campeón!). Tal vez no queriendo ser profeta inútil en su tierra, se fue a decirlo allá. ¿Profecía? ¿Cómo andarán los niveles de “cinismo” entre el Bravo y el Suchiate? No cuento con estadísticas al respecto, pero creo que en ese sentido, y en pocos sexenios, hemos avanzado mucho, ¿no?

Pero el paisaje y el paisanaje Hindú, más inspiraron a nuestro Enviado Especial y si mal no recuerdo fue a su paso por Calcuta. Aquí ni remotamente recuerdo la cita textual, pero algo habló del hipotético Modelo del sistema Indio, y de refilón dijo que no era lo más recomendable para el Méxicolindoyquerido. Señaló en forma muy poética la fragilidad de una nación “con un pie en el siglo 13 y otro en el 21…”. ¡Demasiada abierta la horquilla! Y esa expresión reflejaba el hecho de que en medio de una pobreza monumental, ya la India había sido capaz de instalar sus propios satélites, producto de centros de investigación avanzada. Pero, no queriendo no queriendo, ¿no nos habremos calcutizado? No es por alarmarte, pero el hecho de que ya estamos exportando mendigos, pordioseros o limosneros, me suena a algo así como a calcutización.

No sé cuál sea el trozo de ciudad que disfrutes, porque ni tú ni yo “vivimos” toda la ciudad. Tú tus rutinas y yo las mías, pero yo por mis vericuetos urbanos he estado tentado a contar a los pedigüeños con los que me encuentro, si bien mi intento se ha visto superado por mi incapacidad como estadígrafo. Es decir, señora y tres hijos en la misma esquina suman cuatro, o son simplemente una boca solicitante… Una y otra vez, al final de mis rutinas cotidianas, mi bizarra contabilidad se reduce a “¡muchos!”. ¡Ay, Calcuta!

Sucede que allá en la India –en ese país en donde por primera vez en su historia ha accedido al poder como Primer Ministro un Intocable– pulula la mendicidad. Incluso me llegué a enterar de casos de renta de discapacitados, entre más deformes mejor, para exhibirlos en las calles como señuelo atrayente de la limosna. ¿Horror? Quizá lo de los sordomudos de Queens, no sea sino una variante de lo que ocurre en Calcuta. ¿Discapacitados con calidad de exportación?

Creo que es asunto de sociólogos y no de sociópatas como yo, analizar las causas de la mendicidad o determinar en qué momento de nuestra historieta colectiva, queriendo ser como los que queremos ser (¿cuál es nuestro modelo matriciante?), le enfilamos hacia el rumbo de Calcuta y a pesar de las advertencias del Enturno ochental. Pero de que el sistemita tiene una gran capacidad de fabricación de mendigos, ni dudarlo. Ponte, insisto, a contarlos.

Alguna vez conocí a Samper. Que su hermano haya sido tan masoquista como para llegar a ser Presidente de Colombia, pues son cosas que hasta en las mejores familias pasa: el descarriado que le da por la política. Pero Samper –y por llamarle con su apellido se me olvida su nombre– es sin duda uno de los mejores humoristas de nuestra maltratada lengua. No sé por qué ningún periódico inscribe sus columnas en sus páginas (tal vez sea porque además de escribir bien, cobra igual), pero recuerdo un artículo en donde hablaba de la dignificación de la mendicidad en la ahora Santa Fe de Bogotá. Señalaba entre otras cosas la necesidad de que se confirieran licencias para mendigar (“inútil presentarse sin certificado de prepa concluida…”, debía ser uno de los requisitos). También sugería que para no dar una mala imagen ante el turismo –es una desgracia hacer países “para el turismo”–, a los pordioseros se les debía exigir ser bilingües, so pena de no otorgarles la necesarísima licencia para ejercer su profesión. Y Samper, socarronamente, señalaba el gratísimo impacto que se llevaría de su Colombia el turista al que el limosnero en lugar de decirle “¿me regala pa una arepa?…”, oyera al desarrapado decirle “could you please give me…”. ¡Cosa de adecuar la mendicidad a los tiempos presentes! Aquel artículo de Samper, ironista brutal, encerraba el mensaje de si ni queremos o ni podemos acabar con ella, pos hay que darle estilo a la tal mendicidad.

Y no es que quiera quitarte más tiempo con cosas personales, pero lo’tro día iba con mi hijo (tiene tres años) saliendo de la ciudad; de una ciudad que queda ¿lejos? de Calcuta. Ya podrás decirme el consabido “mira la influencia de la tele en las mentes débiles” y no me importa, pues al transitar junto al cinturón de miseria urbano(a) mi hijo gritó festivo: “mira, pa, ahitá Ciudad Desnuda…”. Tal cual, y no sé por qué mi crio hilvanó en su mente la sordidez de la zona con el nombre del programón televisivo. ¿Fábricas de mendicidad? Y de otras muchas cosas esos cinturones que son el producto de un sistema que ha probado su gran potencial calcutizante. Por ahí si sabes de alguien que sepa descalcutizar, dile que por aquí hay mucha chamba. Lo bueno es que nos hemos salvado de ser un país de cínicos. ¿O no?

Táte bien y luego te busco.

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