Y Luego…
Por Alvargonzález; 22 de enero de 1998

El nombre me parece un prodigio de desdoblamiento lingüístico, pues tocando en diversas barandas etimológicas el “Santiago” se convierte en Diego (o San Diego), Yago, y pasando por Jaime deriva en Jacobo. El mismo nombre, y una prueba de ello –física–, es el portón principal de la basílica en Santiago de Compostela, lugar en donde supuestamente reposan los restos del Apóstol, y que sólo se abre en los llamados “Años Jacobeos”, que no recuerdo cadicuando ocurren pero de que se dan, se dan. ¿El 98 es año Jacobeo? Dímelo tú.
Tengo algo que decirte: gracias a María Esther Scherman, tuve la única e irrepetible oportunidad de ver el circo desde primera fila, y más enfocado a una de sus tres pistas: la legislativa. Ello lo podrás interpretar de variopinta manera, y con tu respetable capacidad interpretativa, mas me centro en una bien central; durante un periodo cameral fui indocumentado: me emigré a la monstrua capitalina, hacia el gran escenario del Teatro de la República en donde se desempeñan los grandes papeles. Así me tocó vivir muy de cerca la hechura de una obra que me parecía sospechosa desde mi présbita perspectiva de amante de la Historia; de algo que supuestamente iba a cambiar una tradición multicentenaria: que un rico y un pobre hicieran un convenio para… ¡beneficio del pobre! ¿Te acuerdas de que mediante el TLC íbamos a ingresar al Gran Club de los Grandes? Dicen los especialistas que es cosa de paciencia…
Te digo sin temor a equivocarme, que cerca del zócalo de este país tan zocaleño, no es difícil encontrarte caracara con los grandes figurones; los actuantes –prefiero llamarles así que no ‘actores’ para no ofender profesiones– del gran papelón histórico nacional. Zócalo y –ese sí– centristórico…
La calle de López fluía entonces de La Alameda hacia el Sur. Calle estrecha que pasa junto a tendejones de chinos y al frente de la Procudeju federal. En rodamiento aparejado y lento quedó junto a mí un auto llamativo. ¿Si tú vas en un convertible rojo y destechado, lo harías para ser visto o para pasar desapercibido? Yo supuse lo primero y me dediqué a lo largo de dos o tres cuadras a ver franca y directamente a su único ocupante. Pero ¡cuidado! El truco del convertible rojo te puede resultar contraproducente y desastroso, pos pue’que conduzca a la llamada “muerte moral”, caso muy común en la competencia profesional cuando haces lo que nadie hace. Te explico: cuando un convertible rojo se detiene en el semáforo, los adjuntos de línea ni lo miran, porque el simple hecho de verlo sería otorgarle un valor admirativo. Es editado y evitado de la mirada con una actitud de “no existe porque no lo veo…”. ¡La muerte moral a la que condenamos a los que incluso envidiamos! ¿Tú no?
Aquella tarde asumí la actitud contraria, verlo insistentemente; al fin el conocido para sus amigos como “El Güero”, iba al volante. En un momento realizó una maniobra defensiva: se instaló al oído su celular, a manera de pantalla protectora. Al llegar a pasolento frente a un mercadito, la trabazón automotriz nos dejó al parejo, lo que me permitió ver-oír algo ¿estrujante? Más bien creo fue desternillante: un teporocho lo vio y se dejó venir desde la acera hasta la portezuela, y con las manos apoyadas entre el rojo y el cromo del convertible, empezó su improvisada pieza oratoria en tono Teatro de la República: “Señor licenciado, perdone que le moleste pero podría usté ayudarme para…”. En ese punto del discurso se abrió un espacio para permitir que el señor licenciado recorriera su convertible, lo justo para que las manos del teporocho quedaran posadas en la cajuela del mismo, desde donde espetó a voz en cuello un: “¡Pinche Jacobo, ya me habían dicho que eras bien ojete!”. Fin de escena, cambio de actitud. ¿Conoces a Jacobo? Hay una norma de la FIFA que señala que para fifar en el área chica de la realpolitik, no importa a cuántos conozcas tú, sino cuántos te conocen a ti. ¿Él a mí? Obvio: no. Allá cuando don M. de la M. fue con su gran séquito a Londres en esos viajes enmarcados en el “venimos de un país súper pobre pero viajamos como súper ricos”, tuve la oportunidad de saludarlo y verle en acción. Dos, tres, cuatro repeticiones en una esquina de Hyde Park para que el cronicón saliera impecable (a mí, por cierto, me pareció muy gris-Londres lo que dijo cuando fue a despedir a Ladidí, pero ca’quien y ni modo). Incluso lo imaginaba de menor estatura –física, claro–, y me sorprendió verificar lo contrario: alto. ¿Arrogante?
A mí me parecería difícil andar en convertible rojo y no ser lo’tro, pero no temas mi juicio, a mí me parecería difícil ser o sentirme el único ‘intérprete’ de la realidad (¿qué será en realidad la realidad?) y conservar una virtud tan grande como inútil llamada “humildad”. ¿A ti no? Total: en la gira londina y presidencial, El Güero parecía un gigante junto a su entonces colega Memochoa y M. de la M., este último organizador de un evento que me permitió ver con otra luz el circo palaciego britón. Mexicano –eso supongo que soy–, y trabajando para la BBC, la orden fue sencilla: “pos anda y ve…”, y fui, vi y los conocí en su elemento (como recuerdo que luego de entrevistar al Secre de Hacienda-en-turno y apagada la máquina, dijo: “mencanta el rollo…”). Hay profesiones y –creo lo sabes– hay profesiones. Un médico puede optar o combinar el sistema matricial o el personal; poner su consultorio o laborar por soldada (eso significa “sueldo”) con alguna Institución (así con mayúscula). Los de mi gremio –verbotraficantes– o vendemos al mayoreo o nos tragamos nuestro propio veneno y con las consecuencias intoxicantes y previstas. Y peor te la cuento, o nos dedicamos al verbotráfico o a averiguar lo que significa la Bolsa de Valores, misterio reservado para la moderna Hermandad. Matricial oficio: un sistema empresarial te adopta –y entre más gigantesco mejor– y te hace ser la parte visible del iceberg; o dicho de otra forma, las antenas confieren una proporcionalidad insólita a seres humanos de estatura que (pies en tierra) no dista mucho de la norma-lidad. Te digo, de que se dan se dan los años “Jacobeos”; se abrió la puerta en Chapultepec 18… ¿Cuánto costaría el minuto-publicidad? Ni pensar en cifras mareantes. Es que los “Años Jacobeos” son cadicuando…
Sí, muchas noches lo vi y esa última también. Te digo, en algo nos parecemos tú y yo: lo conocemos aunque él a nosotros no. Fiesta brava el verbotráfico, y a Jacobo le gusta la tauromaquia: como toro de casta salió de la plaza –de su plaza matricial– lentamente. ¿Arrastre? Llegó a una cúspide que me hizo recordar a otro que conocí en Londres –él tampoco sabe de mi existencia–, a quien escuché en una conferencia decir algo que me estrujó: “…nunca antes en la Historia de la humanidad había sido posible que tan pocos pensaran por tan tantos…”. ¿Qué es la realidad? Para eso nos la dan masticada y digerida. ¿Has oído hablar de Gore Vidal? Yo lo oí decir eso en Londres, en donde conocí a Jacobo. ¿Lo conoces? Yo también… y tanto que sé que nació en el barrio de La Merced –puro centro–, hijo de emigrantes polacos y que luego… ¡Llegó! ¿A tu casa no? A mí muchas veces me dijo la “realidad”. ¿Hay Afores Jacobeas? Espero que sí.
El apellido de Jacobo cuesta letra decir, por ello Álvar lo omite.
El de negra corbata y donador de un blazer a un bazar de la colonia Polanco en el DF.
Que al parecer se fue medio en paz porque al final de su verbotráfico de 1 a 3 en cadena nacional, reconoció el México de estos o esos tiempos de los que Álvar tan certera mente narra; se excusó o disculpó pues con o ante la sociedad mexicana por haber omitido toda la masacre marcada con el # 68, reconociendo que obedeció órdenes por $ueldo.
Aquí sigo, aprovechando la consciencia que tanta falta le hace a la humana urbanidad.