Y Luego…
Por Alvargonzález; 1 de febrero de 1997
Eran un pasatiempo vespertino, y no sólo infantil, en aquella no tan remota era cuando aún el hertzio no asesinaba el galano arte de conversar. Eran, en su acepción más conocida, un ingenioso juego palabrero en el que disfrazadamente se daban las claves –“agua pasa por mi casa…”– conducentes a la respuesta. Y a propósito de esas adivinanzas, más pronto que tarde voy a publicar un casete en donde verteré una recopilación de esos retantes acertijos fruto de la boca popular de un México ido irremediablemente. Pero ese es cuento aparte y a propósito de mi necedad de inventarme pasatiempos luego de que me echaron abajo de la antena de tele y no precisamente por razones de incompetencia personal. Adivina por qué…
Todo eso se hilvana y por una divina razón. ¿Habías caído en la cuenta de que el arte adivinatorio que a ratos más y ratos menos, todos practicamos, es cosa bien divina? ‘Ad Divinare’, ese el latino origen de la expresión, equivale a tratar de descifrar lo que las tales divinidades tienen reservado para uno en el siempre incierto futuro. Misterioso el futuro, ¿el tuyo no?
Hoy, claro que no podría haber sido de otra forma, salió puntual el sol; después de la noche, el día, y después del día, la noche, y no se requiere ser un obviólogo consumado para decir o percibir esas obviedades. Lo que no es tan obvio es que si tú o yo no estuviéramos aquí más o menos atentos a los efectos del gran reloj marcapasos (el Sol), el tiempo no existiría para los dos seres más importantes de toda la creación: tú y yo. El tiempo –el correr de los segundos que se convierten en años– existe porque tenemos conciencia de él en sus tres presentaciones: pretérito rememorante, presente fugante y futuro inquietante. Pero viéndolo bien, y aceptando que el presente se desliza a velocidad de segundero, la memoria a cada momento juega a las adivinanzas: “ayer en esa calle había un bache, a ver si ahora lo evito al pasar…”. Iba a decir que el juego adivinatorio es interminable, pero ¡claro que un buen día se termina! ¿No crees?
Me marea advertir que se dedique tanto tiempo hertzio y aun tinta impresa en diarios quesque serios, a los horóscopos. Entiendo, sí, que los griegos hayan denominado “ahora” (tal cual) al momento preciso del nacimiento del individuo, y que trataran de descifrar mediante la contemplación estelar –‘scopeo’–, el destino que aguardaba al neonato. Entiendo también que el ser primitivo envuelto por el misterio del cielo estrellado puntualmente anual en el desfile de las constelaciones, haya realizado un zoológico celeste al que denominaron zodíaco. Lo que no adivino ni entiendo es por qué una tal Rebeca Nolan me envió a mi apartado postal una propuesta: por solo 400 dólares la suscripción a Financial Astrology. ¿Te interesa? Te puedo pasar los datos a fin de que desde Hong Kong te estafen con el auxilio de las estrellas y los títulos que ostenta la vivilla Nolan: “Mathematician & Financial Astrologer”.
¿Las estrellas responsables de nuestros actos y descifradoras del futuro? Tal vez del tuyo sí, mas no es mi caso. Shakespeare, en “El Rey Lear”, me lanza una parrafada genial que más o menos dice “…así que porque mis padres me concibieron bajo la constelación del cangrejo, yo soy un…”, y en donde excluye de toda responsabilidad a los cuerpos celestes de lo que hacemos con nuestros muy terrestres y personales corporaciones. ¿Cuál es tu signo? A mí me tiene totalmente sin cuidado.
Eso de buscar y rebuscar entre papeles viejos en mi calidad de amante de la Historia, en alguna ocasión me llevó a encontrar una referencia sorprendente en torno a la hechura de un peluquero francés, y apenas en el siglo XVIII, a quien se le atribuye el invento de unas barajas adivinatorias supuestamente vinculadas con ancestralidades egipcias o qué sé yo. ¿Ya hablaste a ver qué dice el Tarot acerca de tu futuro? Sin saber mucho de arcanos y esas respetables idioteces con que se rodea el lenguaje tarótico, perfectamente puedo adivinar que si llamas a esos números que lucran con la incertidumbre, el recibo del teléfono te depara una desagradable sorpresa. Hazlo y verás.
El arte adivinatorio no podía dejar de lado la computadora y sistemas garantizados para acertar con los números correctos en las apuestas que succionan monumentales cantidades monetarias bajo el hipotético rubro de “la asistencia pública” –que seguramente es tan discrecional que se vuelve invisible–; fórmulas precisas y computacionales, para adivinar las que no son otra cosa sino adivinanzas numéricas, e insisto en que eso de la pretendida “asistencia pública” se convierte en sí en otra formidable adivinanza. ¿A dónde va a dar ese caudal? Ps’abe…
Desde que el animal bípedo (llamado elegantemente “ser humano”) asumió conciencia del tiempo, comenzó a practicar el arte adivinatorio; a tratar de descifrar de cientomil formas el futuro. Para los romanos el vuelo de cuervos y cornejas eran augurios descifrables precisamente por los augures o especialistas traductores de ese lenguaje invisible para el ser común y corriente. La aparición de cometas era presagiante, ¿te acuerdas de Moctezuma cuando le aterrizó Cortés? Cornejas, tarot, horóscopos, augurios celestes o tablas numérico-estadísticas, yo sigo pensando que lo único cierto es la carrera contrarreloj personal, es precisamente la incertidumbre y que con todas las previsiones debemos tomarla sensatamente como compañera inseparable de nuestro viaje temporal.
¡Adivina qué! El lunes (este tres de febrero) el calendario me obliga a cumplir 50 años; digo, si llego al lunes. Simpáticamente la vida me tenía deparada una sorpresa, pues el lunes quedo instalado oficialmente en la RENATA –Reserva Nacional de Talento–, y luego que me descendieron de la antena televisiva desde la cual me arrojaba en caída libre sobre el Valle de Atemajac. Para festejar ambos acontecimientos re-presento un libro que habla sobre la fractura del proceso urbano tapatío; o de cómo la que fuera grata Guadalajara se hizo lo que es ahora: un poquitín rasposa. Con o sin antena, los verbotraficantes debemos seguir nuestra personal adivinanza. Si tienes tiempo, te espero entre las cinco y las ocho de la tardenoche en López Cotilla 813, cerca del Parque de la Rev.
¿Te confieso algo? Ya tengo el título para otro libro: “El Corrido Mexicano”. Sólo me falta repletar el contenido; es mi biografía profesional, porque muy mexicanamente he sido corrido de tantas partes y de tantos trabajos que ya estoy curtido. Si me atrevo a publicar ese libraco, yo te aviso desde aquí; digo, si no me corren…