Y Luego…
Por Alvargonzález; 21 de noviembre de 1996
Dentro de la rutina urbana y cotidiana, estoy seguro que te ocurre lo mismo que a mí o algo semejante: las mismas calles, los mismos baches, los mismos semáforos y los mismos altos después de los mismos sigas. No es que quiera parafrasear a León Felipe, sino simplemente decirte que prácticamente todos los hábiles días –de tan hábiles siempre me despojan de 24 horas– me toca detenerme frente a donde están ellas en exhibición: de piel de avestruz, de cara de toro (si fueran de rabos de ídem se necesitarían muchísimos) y hasta de pellejo de serpiente. Hechas de muchas pieles pero todas con la misma forma.
Ocasionalmente y fuera de rutina, paso por las proximidades de las Procudejus; da lo mismo si es la federal o la estatal, pero al pasar puedo comprobar que tienes razón cuando afirmas que cada tribu tiene su atuendo. Es decir: en la cercanía de los hospitales verás batas blancas y estetoscopios al cuello; en la proximidad de los tribunales (de “tribu” viene eso de Tribunal), la feria de los corbatones inverosímiles y más o menos fuera o dentro de la efímera moda que marca el modo de vestirse y de lo contrario también. Pero en la proximidad de las Procudejus compara el ‘farwest’ o el cartabón. Mr. Bosquedeloriente o ‘Eastwood’ el apellido de Clint, amo y señor del caballaje y de la Colt disparatriz y rápida: pantalón de mezclilla (por favor no me vengas con lo de jeans), chamarra ‘ad hoc’ (no sé qué significa eso pero suena bien el latinajo) y el puntiagudismo botal. ¡Botas! ¿Botas? Al preguntarte eso nada de interesarme por el IFE o por la democracia en este momento, sino simplemente es el intento de manifestar mi intriga o de plantear mi incógnita acerca de tan horrible modo de calzar la bipedestación humana. ¿Sabías que el ser humano es el único animal bípedo? ¡Vaya forma de bipedestar la especie!
Entiendo que el cavernario haya sentido en algún momento de la evolución que en lugar de esperar a que salieran callos en los pies para soportar la rugosidad terrestre, era más conveniente cubrir con algo las sensibles y paradójicas plantas pedestres. Durante milenios el cuero y unas correas cumplieron con la función, y prueba de ello son las esculturas que representan a los legionarios romanos con sus ‘calceas’ (se pronuncia “cálcheas”), palabra matriz incluso de términos tan usuales como calzado, calzones, calcetines y también de las urbanas calzadas (te dejo de tarea encontrar la relación lógica). También les decían cáligas, que eran de una simpleza cuasi franciscana condenada también a la evolución renacentista.
No creas que tengo más fundamento historiográfico que la imaginación y el recuerdo de cientomuchas pinturas vistas en igual número de museos: las botas asumieron un formato insólito en el siglo XVI que ni siquiera imaginaron los caballeros andantes (a caballo, porque el que andaba era el caballo), quienes con calzas y calzonudamente protegían sus piernas.
Eso es: la bota surgió como protección ‘curáchea’, que es una forma muy elegante y latina de señalar que con cuero más o menos baquetón y mal o bien curtido servían para cuidar las extremidades inferiores de los rigores del camino, del trabajo y del invierno. Pero en el renacimiento la bota se hizo palaciega –adorno–, y más que cuidadora, ornamento y disfraz de piernas. Pero ¿la bota vaquera? El modelito indudablemente llegó de Andalucía, de esa tierra donde se mestizaron el desierto africano y el español semilomismo y donde el caballo árabe alcanzó la excelsitud ibérica; donde faenar el ganado era el más remoto antecedente de lo que sería hacerlo en las enormes extensiones del Nuevo Mundo. Una cosa era la bota funcional de los camperos, y otra la palaciega y estética de nobles y noblejos.
Cuando los niñosvaca (horrorosa e infortunada traducción del “vaquero” mexicano, convertido en ‘caw’ –vaca– ‘boy’ –niño joven–) comenzaron a ganadear las tierras recién adquiridas por los Tratados de Guadalupe Hidalgo en el 847, lo hicieron con tecnología de punta (y tacón) muy mexicana. Si acaso redujeron el tamaño de la cabeza de la silla –tan prácticos ellos– y aprendieron a manejar el ‘lasu’, lazo o reata. Y modificaron insospechadamente a extremos cómicos la bota andaluza, en la cual, el tacón tenía una función de freno o de anclaje en el lazado a pie y compensante –un poco– del peso del pie en el estribo. ¿Puntiagudas? Un poco, sí, pero más por la influencia palaciega que por funcionalidad. Eso lo deben estudiar los sociólogos: de cómo el uso popular nutre la “moda exclusiva” y cómo la tal moda quesque exclusiva se hace populanga.
Las botas se bajaron del caballo y se metieron a palacio, o a los palacios; adorno más que protección de los caballeros sin su fundamento implícito: el caballo, ser viviente y animado, más inteligente que cualquier tonelaje de fierro con llantas y motor que es lo que hoyendía hace a los tales caballeros, ¿embotados o enbotados?
Casi todos los días me toca a la misma hora detenerme frente al mismo aparador donde aparatosamente se exhiben botas hechas de pieles insospechadas. Temo algún día detenerme y ver que estén exhibidas unas puntiagudas fabricadas con cuerno de rinoceronte, quesque es afrodisíaco a pesar de que cintíficosnorteamericanos han demostrado que los tales cuernos nasales están hechos de ¡queratina! O sea, de lo mismo que tus uñas y las mías (las de políticos están hechas de acero inoxidable por la historia). Yo, por ese descubrimiento, me como las uñas…
Dónde que un buen día, a dos tribus contrarias, los que procuran la justicia desde sus respectivas Procudejus, y los que procuran las ganancias monumentales, rápidas y no tan blancas como la caspa del chamuco que trafican (cocaína), se les ocurrió, vía Jólivud, que tenían que ponerse las botas. Y con ellas andan a ritmo de bandorazo. ¿Tienes botas? ¿Botas? ¿Y si la democracia anda entre las botas y no entre los votos? ¡Horror! Entre votos y botas la misma historia… N. de la F. (Notas de la Filología). La palabra “bota” se instaló en nuestra lengua hasta el siglo XV, lo que en términos filológicos significa que es prácticamente un estreno. Su origen es incierto, pero probablemente proceda del latín tardío asimilado en el anglo-sajón. Su rudeza es evidente como elemento asociado a faenas bélicas, al ser “botín” lo mismo una bota ligera que el producto de la expoliación.
Para mí tus comentarios son eso: botín producto de mi batallar con las palabras. Táte bien, con o sin botas…
Y yo que casi no las uso.
Ahora veo la procedencia u origen de tales Zapatos o botas.