Y Luego…
Por Alvargonzález; 22 de febrero de 1997
Un amigo radial –de las magníficas gentes que doña Radio me ha permitido conocer– me regaló hace 20 años un maravilloso libro llamado “Los Italianos”, que es un vívido retrato hablado de tan novedoso pueblo. Claro que es novedoso, pues la Italia-país que puedes ver en el mapa, apenas data del siglo pasado, cuando los Carboneros de Garibaldi jubilaron al monarca.
Y lo del libro encaja porque en un párrafo memorable el autor describe el itálico espíritu en una escena trepidante. En torno al padre moribundo, los hijos escuchan sus últimas recomendaciones antes de que el progenitor ingrese en la zona del silencio: “para ser felices en la vida –dice el anciano–, recuerden hijos que no hay nada mejor que tener un buen empleo”. Y añade no sin esfuerzo en tono imperativo “¡consíganse un buen empleo!…”. Después de un silencio que acentúa la tensión del momento, el agónico retiene sus faltantes fuerzas y rubrica su recomendación postrera diciendo: “dije empleo, ¡no trabajo!”.
Sutilezas del lenguaje, y los matices que el uso práctico de la lengua va dando a las palabras. ¿Son sinónimos trabajo y empleo? O por el contrario, en la cotidianeidad, ¿trabajo y empleo resultan ser antónimos irreconciliables? Tendríamos que averiguarlo tú y yo.
Todo esto se me vino a la sesera a propósito de una expedición salarial que debí realizar allí, a la Monstruosa Capitalina y Capitolina Nacional. ¿Te acuerdas de ese axioma no escrito en nuestra constitución anímica mexicana que dice: “si vale la pena ya estaría en la capital; y si mejor, ya estaría en el extranjero?”. Axioma que hace referencia al hecho de que en la Mesa Central se sirven los mejores banquetes sociopolíticos y salariales. Fui porque me mandaron llamar quesque con el pretexto de que allá sí se justiprecia el quehacer de un verbotraficante (subrayo: verbotraficante, eso soy), y como es imposible para mí ir y no ver, pues fui y vi.
La sinécdoque es uno de los fenómenos lingüísticos más razonablemente encantadores y que permite en algunos casos que el contenido se llame finalmente por el contenedor o continente. Tienes por ejemplo el caso de la cajeta, dulce de leche quemada. Si un día, camino al mar te detienes en Sayula, compra ese dulce empacado precisamente en una cajita, o pequeña caja. Casi estoy seguro que por las prisas lingüísticas no te habías detenido a pensar en que “cajeta” es justamente otra forma diminutiva de “caja”, lo cual brillantemente nos permite concluir que el dulce se llama así por su contenedor. ¿O no? Ese es un simple caso de la sinécdoque.
Sucede que fue en ese territorio que ahora llamamos Italia en donde el pañolón acabó nombrando a los que junto a él se sentaban para fines administrativos o políticos. En la Piazza o plaza pública, junto a banqueros (otro caso de sinécdoque, pues el banco de madera terminó denominando a los profesionistas de la acumulación monetaria); junto a ellos, “servidores públicos” diferenciaban sus bancos-mesas cubriéndolas con un trapo o paño de color leonado cafesoso. Ese el Paño Burial, de donde el nombre de buró le quedó a la mesilla y el de ¡burócrata! al que atiende el despacho. Ahora creo que te queda menos confuso eso de mi viaje a la Ciudad Burial o Macroburial.
¿Empleo o trabajo? No sé por qué me resuena la anécdota del patricio italiano moribundo y recomendante, ca que voy a ese otro país llamado México y apellidado D.F. y donde todo lo “racional” se concentra. Por cierto, te recuerdo que soy de las aves de plumaje pardo que cruzan pantanos y ¡sí se manchan! Yo he sido burócrata federal y algo sé de la tonada…
Caminando por el centro de tan concéntrico país, y al percibir con certeza que cada tribu tiene su atuendo, he pensado en una encuesta irrealizable por inútil. Sencilla, pues consistiría en detener a sujetos (as) vestidos de tal o cual forma –no me detengo a describirte el atuendo de la nutrida tribu burial–, y simplemente preguntar: “¿para qué dependencia trabajas?”.
Creo que en el 98.765 por ciento de los casos la respuesta sería inequívocamente iniciada con un “para…”, y enseguida el nombre o las siglas. O sea que el gran porcentaje son dependientes de dependencias, y allí cuando en la hipotética encuesta utilicé la palabra “trabajo”, debí haber puesto “empleo”. ¿Todos los burócratas trabajan? Eso ya sería objeto de otra encuesta, misma que permitiría saber a la llamada Federación Mexicana la rentabilidad de las monumentales cifras que se invierten en mantener una capital en donde un gran porcentaje depende de nóminas oficiales, y otro porcentaje mayúsculo lo hace indirectamente.
Y platicas con ellos y adviertes, en el momento de llegar a la intimidad numismática, que los sueldos que allí se perciben son marcadamente diferentes a los que reciben los mismos burócratas en la hermosa provincia mexicana. Claro, la marca es a lo alto y no a lo bajo.
Son millones; pululan en ciertos rumbos de la Macro Monstrua, y con una experiencia mínima es posible diferenciarlas de otras tribus profesionales. Se comportan, se visten, hablan con semejanzas extraordinarias. Son expertos tejedores de redes transexenales, y así de ser dependientes de tal dependencia ahora, en la siguiente etapa de la historia nacional sexenalizada, los encuentras dependientes de otra dependencia. Practican con solvencia el infinito sistema del “jalón”: “si llegas me jalas y si entro lo mismo”. Son grupales y manejan claves de hermandades o cofradías multifuncionales: el Oficial Mayor de hoy, mañana es Director de Audiencias (?), o Supervisor de Trámites Infinitesimales, y pasan la vida de empleo en empleo. “Dije empleo…”, rubricó el patriarca italiano. Y mira que no creo en eso de la llamada “sangre latina”, porque en tierras bien anglosajonas también los he visto, igualitos, instalados, trepadores, deslizantes. Tal vez ese sea su trabajo: buscar la instalación ‘ad perptuam in nomina’… ¿Trabajas? ¿Tienes empleo? Buenas preguntas en estos tiempos. ¿Yo? Trabajo sí; pero nadie me quiere emplear como verbotraficante que soy. ¿Por qué será? Si lo averiguas me dices, que para eso está el 121-8880. Táte bien.
¿Cuál es el mejor empleo en México? Seguramente el de político, aparte de buen salario, se reciben muchas prestaciones, sobretodo se reciben muchas propinas secretas y el de robar es opcional.