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C.B.P.

Y Luego…

Por Alvargonzález; 5 de octubre de 1996

Habrás visto en las medicinas, en el lugar donde vienen las incomprensibles fórmulas, eso de “excipiente c.b.p.”. Y es justamente en ese c.b.p. en el que fundo mi intento de iniciar una secuencia hoy y antes de que el año concluya. ¡Ahora o nunca y cuanto bas­te para… (completar)! Si mal no entien­do, el c.b.p., es justo eso: cuanto baste para contarte de un revolucionario –universal y genial– que en el 96 ajusta cuatro siglos de haber nacido. Tal cual y no me retracto.

Tal vez te interesaría que en estos tiempos tan problemáticos (igual que los que le tocó respirar a él) nos fuéra­mos derecho a su sistema para la solución de eso: de problemas. ¿Tú no tienes? ¿Tienen solución? Tal vez sí, pero tal vez también la busquemos por el rumbo incorrecto. Ya llegaremos a ese aspecto de la aportación innegable de René en cuanto al método para resolver encrucijadas. A su tiempo todo y c.b.p.

No recuerdo ahora qué ilustre grie­go se adjudicó el título de Tábano de Atenas, y todo porque entendía su función política como la de uno de esos bichos que –los conoces, estoy cierto– no dejan en paz a los caballos y recuas. Pegados en sus piernas los hacen estar en movimiento continuo tratando de espantarlos y ayudándose con la cola. Imagínate lo molesto que resultaría para los gobernantes atenienses aquel que se autodenominaba Tábano. Y esto viene a cuento porque estoy seguro que has experimentado lo fastidiante de las moscas siesteras, especializadas en practicar vuelos con escalas cíclicas pie, nariz, mano y puntos intermedios y justo en el momento de car en el le­targo sesteante. ¡Vaya que molestan! Lo más lógico es tratar de eliminar al insecto, pero en el intento también puede quedar suprimido el gusto por tirarse un rato. Tábano, mosca o lo que haya sido, ante la vista de un ser super­dotado un simple insecto asumió otra dimensión, pues observándolo desde su camastro y contra la superficie blanca del techo –en donde el volátil se refu­giaba–, René comenzó a preguntarse cómo sería posible señalar con toda exactitud la ubicación del bichejo. De ese asunto tan intrascendente, surgie­ron las llamadas Coordenadas Carte­sianas, que a su vez posibilitaron la transformación de la Geometría Eucli­diana que a lo largo de dos mil años y más había permanecido sin alteración sustancial. Tan simple –me dirás– como trazar líneas (inicialmente imaginarias) en el techo; unas de la cabeza a los pies, y otras de izquierda a derecha hasta formar una cuadricula o retícula graduada. Tan fácil que a nadie se le había ocurrido, y tan feliz ocurrencia que sin ella, ni giroscopios de aviones o de cualquier tipo de navío podrían marcar los desplazamientos.

“Lo que yo quisiera lograr es… una ciencia absolutamente novedosa que le permita a cualquiera resolver todas las cuestiones propuestas en cualquier orden de cantidades continuas o discontinuas”. ¿Lo logró? Como en todo intento humano, las metas de René Descartes fueron parcialmente alcanzadas por quien escribió lo anterior y como una premonición de su carrera tan simpática y compleja.

La Flecha. ¿Te gusta para nombre de colegio? A mí en lo particular no mucho, pero como metáfora es zumbante. Allí, en el Colegio de los Jesuitas y llamado tal cual, estuvo Descartes de los diez a los dieciocho años. Una edad que considero fundamental. ¿Sabías, por ejemplo, que si no aprendes un idioma antes de los 16 años lo que ocurre es que después lo adquieres? En forma irreverente y poco científica, pareciera que la gelatina de la sesera llega a su punto de fragua idiomática más o menos a los 16, lo que hace que los conocimientos idiomáticos asumidos posteriormente deban ser insertados; sí, como tratar de meter las frutillas en la gelatina ya cuajada. Por eso me parece relevante el hecho de que esos ocho años haya estado René en La Flecha, le plantaron una sólida plataforma lingüística. Es obvio también que la educación que recibió allí no fue de esa “para pasar exámenes y obtener el certificado” que tanto se utiliza hoyendía; no, la suya fue en el tono de “ya aprendiste a aprender y sigue aprendiendo”.

Fue también en los años que estuvo en La Flecha, en los que se grabó en su mente una palabra hermosa: “método”. Un poco equiparado con disciplina; todo a sus horas, todo de acuerdo a normas. En un ser vulgar el tal “método” puede convertirse en una fastidiosa rutina; en un ser ingenioso, aquello se convirtió en el deseo de lograr la eficacia mediante el señalamiento de pasos y compases para alcanzar lo deseado. Hoy sabemos que en sus años preparatorios –de preparación para salir a la vía púbica–, escribió un manual sobre esgrima, e hizo un examen minucioso de las bases matemáticas de la armonía. ¿Armonía, método?

La vocación personal pareciera ser una combinación de ambos elementos, pero ese no es el asunto que nos atañe, sino la personal vocación de Descartes. ¿Qué tal si en Praga le hubiera alcanzado una bala? La geometría se hubiera quedado igual de empantanada durante ve tú a saber cuántos años, y nadie se hubiera atrevido a desafiar las leyes lingüísticas de la época. Como era la costumbre de ápoca, René se dio de alta en la milicia. ¡Acción! Primero con las tropas del Príncipe Mauricio de Nassau, con quien estuvo dos años en Breda, y posteriormente con el Duque de Baviera, Maximiliano. ¿Recuerdas eso que te decía de que uno de sus primeros trabajos fue sobre la esgrima? Ese hecho y su inclusión en la vida militar, nos retrata a un individuo paradójico, pues resulta difícil imaginar –como en el caso del enorme Manrique y sus coplas– que individuos de batalla puedan alcanzar alturas propias de seres de sensibilidad extraordinaria. En una escena de su vida nos encontramos con Descartes batiéndose espada en mano contra unos rufianes que habían faltado al respeto a una muchacha, y a quienes no mata “para no ofender los sentimientos de la señorita”. Muy distante él a los intelectuales que nada saben hacer con sus manos, sino acaso voltear páginas de libros y pinchar teclas de procesadores palabreros.

Después del campo de batalla en una Europa convertida en eso a comienzos del XVII, se dedica a seguir aprendiendo en forma un tanto dispersa pero no menos intensa: medicina, química y óptica; son sus aplicaciones básicas mientras viaja. Y recuerda que antes viajar no era tan simple como hacer una reserva de boletos y hospedajes; ni llegar y avisar por teléfono “estoy bien y les extraño”. Era cosa macha y desafiante. Sin lugar a dudas el solitario Descartes tuvo la gran suerte de que otros se hayan interesado en su juvenil potencial –el Cardenal de Bérulle, entre otros–, y que le animaron a seguir con su terca intención sobre “una nueva ciencia”; y que le recomendaron marcharse de Paris con todas sus distracciones tentacionales. Por ello quizá decide radicar en la penumbrosa Holanda, en donde escribe sus “Reglas para la Dirección de la Mente”. Así: reglas, o normas que al arranque de su trabajo científico a los 32 años, muestran su obsesión por el método. ¡Sin método, el fracaso mental!

En alguna ocasión he tratado de conversar contigo acerca de una de las cualidades más defectuosas de la mente humana: la imaginación. Es como un motor que si no se le instala en forma correcta y se le pone a trabajar adecuadamente, puede resultar nocivo en su funcionamiento. Vivimos imaginando, a veces enfermizamente creando temores o falsas expectativas. Así, nada extraño que Descartes –el del método para resolver problemas del cual ya hablaremos–, nada extraño que su punto de partida haya sido encauzar su mente. ¡Si te dijera cuánto tiempo pierdo todos los días por no enfocar mi esfuerzo mental, tal vez ya no me prestaras tu atención! ¡Si te dijera que el pensamiento bien encauzado, es lo único que puede darle sentido a la existencia del ser individual y a la del ser colectivo o social! Sólo al entender lo que es el pensamiento, se puede comprender el gigantismo de quien afirmó: “pienso, por lo tanto, existo”… ¿Tú no piensas? ¿Bien o mal? De buenas y malas formas de pensar luego hablamos.

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