Saltar al contenido

Calderón II

Y Luego…

Por Alvargonzález; 18 de enero de 1997

“Ante mí, perpetuamente se bifur­can mis caminos…”, y esa sencilla y cierta afirmación, alguna vez alguien me la vendió como poesía náhuatl, y si lo es, qué mejor. “…Perpetuamente…”. Simplemente corregiría al incógnito autor diciendo que la cuestión bifurcal es temporal, y porque la perpetuidad parece que nos ha sido negada a indígenas y mestizos, mientras de ello no encuentren pruebas los inefables cien­tíficosnorteamericanos que todo lo averiguan. ¿Perpetuo tú? Yo no. Bien temporal y bien bifurcado.

Cuenta: octubre, noviembre, di­ciembre y enero, los que en línea recta son cuatro –sólo cuatro– meses. Claro que en el calendario personal (y en el colectivo) hay de meses a meses: los de dolor suelen durar más que los de placer, y por ello me atrevo a afirmar que el diciembre del 810 lo debió saber Guadalajara a más que ciento. ¿Por qué? Porque en ese diciembre llegaron más habitantes pasajeros de los que la ciudad tenía estables. Imagínate a aquella Guadalajara tan poco dotada de infraestructura turística teniendo que dar albergue y sustento a los calculados cien mil que acompañaban al que no calculó lo iniciado con el famoso Grito de Hidalgo.

En 16 de septiembre del 810 encendió la antor­cha, y el 17 de enero del 811 se la apagó Calleja; en septiembre de 1810 empezó la definición de una palabra histórica –independencia–, y es hora que no aca­bamos de concluir el proceso de defini­ción. ¿Existirá la tal independencia en el diccionario del FMI? ¿Cuánto acaba­mos de pagar para seguir debiendo? ¿No será mejor hablar de Interdepen­dencia justa?

Calderón… Nombre de puente –La Puente de Calderón, y así en terso y ondulante femenino como todo puente construido es, con sus formas armónicas–, y en Calderón acabó un sueño de­venido en pesadilla. Sí, es cierto: el Imperio Español había perdido todo rumbo administrativo y se refugió en un timorato centralismo –“el poder no se comparte sino se imparte”– que a más de ciento cincuenta años de ques­que independencia sigue tan campante. Sí, es cierto: la que comenzó siendo conquista y siguió caminando como colonia para fronterar un territorio que el Glorioso Cuauhtémoc nunca imperó. La obra fue de seres humanos, no de san­tos carentes de defectos y tenedores exclusivos de virtudes. Sí, es cierto: los ingleses fueron los recreadores de aquella vieja institución romana del “divorcio” –¿o no Enrique VIII, quien en el mismo viaje se divorció de Ana y de Roma?–, y por ello la separación de sus trece colonias americanas fue un acuerdo pragmático: ca’quien por su camino y la amistad que no se pierda.

El Puente de Calderón debía ser considerado como el monumento nacional a la hechura, factura, de un pésimo divorcio. “Ante mí (temporalmente) se bifurcan…”, y el trocillo poético viene a cuento porque la desgarradora palabra “divorcio” no es sino la disimulación jurídica, romana, del muy latino ‘divertio’. ¿Te gusta divertirte? En sentido estricto la tal ‘divertio’ no es otra cosa que tomar una desviación, momentánea, de la vía rutinaria; cambiar del andar una y otra vez, uno y otro día, el mismo camino. Salirse de tal rutina es ¡diversionarse! Entonces, en sentido estricto, la separación de New England de England, y de la Nueva España de España, fue eso: un divorcio. En sentido estricto, insisto, porque si la “diversión” tiene por objeto no retornar a la vía rutinaria se convierte en lo otro: en divorcio. “Cuatro caminos hay en mi vida…”. ¿Te sabes la cancioncilla?

Ya no funcionaba el maridaje o conyugación España-Virreinatos. Los criollos padecían de furia crónica porque los invalidaban los llegados de allende el mar (¿te suena a apellido insurgente?), y los nacidos aquende, nada en cosa de cargos públicos. Furia. Paradójicamente el siglo XVIII, el más exitoso traducido en plateresco y churrigueresco arquitectónico, y Caraca, Guanajuato y Zacatecas, te podrán contar con su cantera lo esplendoroso del siglo que fue testigo del crujir del trono español. Mucho palacio y poca administración, mientras los perros del mar soltados con toda furia reformista por Isabel I, preferían cosechar para su Europa el oro y la plata americanos en la mar, que exponerse a los pesados trabajos mineros de Bolaños o de la misma Zacatecas.

Cuatro meses duró encendida la antorcha del reverenciado Hidalgo: partió un 16 de septiembre de Dolores, y llegó el 17 de enero a Calderón, ya muy desplazado del mando por Allende, quien ubicó en un vallecillo lejano al puente al Generalísimo con toda una chusma que nada entendía de disciplina, y aficionada al saqueo que practicó también durante su estancia en Guadalajara.

Los pocos de Calleja –la proporción era de un realista por cada diez insurgentes– ganaron la refriega. Y hubiera sido buen tiempo para que la corona entendiese que lo que Hidalgo proclamó como “la hora es llegada de coger gachupines”, se podría haber traducido en “la hora es llegada de hacer un buen divorcio”. Nada: tozudez; ganar una batalla no significa sino la posibilidad de perder la guerra. ¿Sabías que es todo un arte ganar o perder batallas? Napoleón sí lo supo hasta que se le olvidó y fue a dar a Santa Elena.

En los malos divorcios ganan todos, menos los directamente implicados: pierden los cónyuges, los hijos, pero tinterillos y coyotes de juzgado se hinchan como garrapatas. Y en el plano colectivo suele ocurrir que a 186 años de que el padre del movimiento independentista sufriera el descalabro de su sueño, los hijos de la suavepatria todavía andan preguntando sobre el significado de la tal palabra. ¿Independientes? Deudas externas y dudas internas, ¿tú no tienes?

Tengo amigos cerreros, serranos, montañistas y cavernarios (espeleólogos). Todos ellos coinciden en algo: que en caso de perderse hay que tratar de encontrar el punto de partida en vez de seguir tirando pa’lante. ¿Y si volviéramos al punto de partida?

Si algún día puedes, ve a Calderón: monumento al mal divorcio; a un procedimiento del cual somos directos afectados tú y yo. De hecho el Grito de Dolores no era un proyecto de recreación nacional, sino que fue un grito muy justificado de furia, y la tal furia no es la mejor consejera de un buen divorcio (si es que lo puede haber). Cuatro meses después –sólo cuatro– el resentimiento mutuo gritó en Calderón y seguimos gritando. Te digo: si tienes la razón pa qué gritas, y si no, pos tampoco hay necesidad.

Ya no hay río bajo el puente, pues el agua se la bebe y tira una ciudad a punto de gritar que tiene sed.

Olvidada, La Puente mandada a construir por don Francisco Calderón y Romero, Capitán General y Oidor de la Nueva Galicia, allí está testimoniando mudamente que mucha sangre derramada por mucha furia sirve –¿mucho?– para edificar una independencia… ¿calzada?

Táte bien, Y Luego… te busco.

Comparte si te ha gustado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.