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Caucasianos

Y Luego…

Por Alvargonzález; 12 de abril de 1997

Según eso, Zeus se encabritó por la falta de respeto de Prometeo al haber­se robado el fuego del Olimpo para re­partirlo entre los sufridos y comunes humanos. Y ya te sabes el cuento: lo encadenó en la cima de un monte, con­denado a un suplicio inacabable, pues por la mañana –seguro para desayunar–­ un águila voraz le devoraba las entra­ñas, y –seguro para fastidiar– el dios de dioses se las ingeniaba para que por la noche se remendaran los bofes de Pro­meteo para que aquello continuara en un ‘per sécula’ interminable. Técnica envidiable por más de algún judicial, pero desafortunadamente producto de la mitología tan in-humana y tan griega.

Hasta donde me enteré, y espero no cometer una equivocación al situar la historieta mitológica, a Zeus le pareció que el macizo caucásico era el lu­gar idóneo para fastidiar a Prometeo. Un poco alejadón de la Grecia olímpica, pero seguro también para los dio­ses eso de la tortura, entre más lejos de casa, mucho mejor.

Y si Prometeo escapó, y con resi­duos de sus cadenas se fabricó anillos recordantes –origen mitológico de esos estorbosos alifafes, pero ca’quien en sus manos lo que le dé la gana–, eso me parece secundario en comparación con el resonante nombre de Cáucaso. ¿Te gusta la mitología? ¿Por qué se le considerará tan valiosa para explicar cosas inexplicables? ¿Será explicable la preeminencia racial o que el color del cutis determine la calidad personal?

No creo que exista un fundamento científico válido que demuestre por la vertiente sajona o Anglo-lo-mismo –ellos son los explicadores científicos de todo–, que es cierto que la raza blan­ca o indoeuropea se originó precisamente en el Cáucaso. Me parece un bello pasaje mitológico como el otro, pero terriblemente soportante de un racismo furibundo que ya no tendría que encontrar cabida a estas sublimes (?) alturas del desarrollo humano. Pero la idea sigue siendo tan vital, como lo contrario: mortal. El ‘xenós’ griego, traducido como “forastero”, o como ex­traño o extranjero, con el añadido ‘fobos’, resulta justamente en eso: en la xenofobia galopante y propulsora del mito de razas superiores. Nada nuevo, pero tampoco pasado de moda.

Cuando aquello del ‘Deutschland über alles…’, que se traducía en “a Ale­mania todos le hacen los mandados…”, la mitología germana recurrió a sepa­rar en dos al mundo (Occidental, claro), y por una fórmula muy sencilla: los de cráneo ario y los demás. Es decir: en los que mediante su configuración craneal pudieran mostrar su procedencia caucásica y los infortunados que procedían de la selección Resto del Mundo, predestinada a perder. Afortunadamente son cosas ¿del pasado?

Yo no sé si seguirá teniendo el mismo cantante éxito Sinéad O’Connor. ¿La viste alguna vez? Rapadita ella, y no podría haberse presentado de otra forma puesto que en inglés bien británico, el que hablan las mayorías y no el que mitológicamente hacen creer que se habla allá las academias de esa lengua, su nombre es la forma ‘cockney’ de pronunciar ‘Skin Head’, o cabeza rapada, que fue la moda impuesta por el marquetín hitleriano para demostrar la procedencia blanquecina e imperfectible de la raza. Si fuera cosa de cantantes o de escenografía, la cosa no tendría mayor relevancia, pero desafortunadamente es cuestión del resurgimiento de una idea que se niega a morir. bien, estoy de acuerdo contigo, el ser humano es racista por impulso; pero como otros tantos impulsos, si no se mantienen en equilibrio mediante la razón, la resultante es brutal.

“Líbranos señor de los normandos”, rezaba una oración medieval y haciendo alusión a la ferocidad del ‘North Man’, o individuo del Norte gélido; los hombres de la guerra, y tanto que esa palabra –werre– es eminentemente teutónica, y trasladada a todos los vocablos sureños. Y me parece que como los norteños se quedaron sin enemigos al concluir la Paz Caliente o Guerra Fría (lo mismo fue), y al derrumbarse el muro de Berlín que impedía escapar de la felicidad moscovita a los rojófobos, se han visto precisados a encontrar otro enemigo o amenaza: a los que tratan de escapar de la felicidad producida por el sistema harvardiano al sur de su frontera.

Me hubiera gustado acompañar a mis padres en su viaje de bodas, pero eran otros tiempos. Bastante después de su regreso llegué a este mundo, y también bastante después les oía contar de aquel Dallas a donde fueron a dar, en la inmediata postguerra y gracias a un boleto barato de ferrocarril que pudieron adquirir. Y como allá vivían unos parientes del que ahora es mi patriarca –mi padre, quién más–, la estancia les resultó accesible para su emergente presupuesto. Vaya que sí le tuvieron que bregar mis padres para mantener a sus dos hijos locuaces: uno en verso y el otro en números, y ni te pido que trates de adivinar cuál soy yo. Pero noticias íntimas aparte, no podía dar crédito al escuchar de ellos que en buses y restoranes había letreros selectivos. Mexicanos y negros hasta el fondo del camión; y en no pocos lugares “prohibida la entrada”. Y peor te la cuento, pues las prohibiciones aparecían con una jerarquía implícita: “…a negros y mexicanos…”, y eso no creas que es ajeno al hecho de que dentro del racismo hay escalas.

Aviso a los zacatecanos, y no me aparto mucho del asunto. Digo, a los que emigraron a Zacatecas a tomarle el pulso a la lengua durante tres tediosos días de discursos para descubrir lo que tú y yo sabemos: que hace buen rato nos tienen cogidos por la lengua, demostrándonos que es muy apta para un tercer mundo que aspira a ser segundo. ¿De segunda? En los servicios turísticos que se ofrecen en todo el mundo anglosajón, los anuncios señalan el menú lingüístico: alemán, japonés, chino, francés, italiano, portugués… etc… y siempre al final ¡español! Siempre al final, y créeme que eso no es ajeno a los siglos de disputa entre la prevalencia britóna o hispana en el llamado Nuevo Mundo. ¡Odio ancestral! Odio que derivó en un magnifico sistema o proclama llamado Destino Manifiesto. Cuento largo, y de tanto aún vigente. Jerarquías lingüísticas…

Racismo a ultranza; guerra contra el invasor del territorio reservado al caucásico, blanco, anglosajón, protestante. Guerra contra el invasor parduzco, cafesoso. Pero –yo no sé mucho de interpretaciones bíblicas– ¿no habrá llegado el tiempo del “nos salvamos todos y nos hundimos igual”? ¿Por qué nos quieren tanto como amigos, pero no como vecinos del paraíso? Pregonan que allá se encuentra la felicidad y no nos dejan ir a gozarla, todo porque no somos ¡caucásicos! Creo que sí somos, porque Zeus nos sigue sacando las tripas que milagrosamente nos retoñan en la noche de la crisis… ¿Estaremos en el Cáucaso?

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