Y Luego…
Por Alvargonzález; 19 de diciembre de 1996
Los romanos les llamaron “bárbaros”, y alguna razón supuestamente válida tuvieron para ello, pues los tales bárbaros desconocían la idea de ‘civitas’ (chivitas), origen de la civilidad y –en consecuencia– de la denominada “civilización”. Así, con la mano en la espada impositiva de la ‘Lex’ Romana, dieron con ellos en puntos como la frontera del Rin, donde errabundos y feroces hablaban dialectos algo parecidos y con nombres tan distintos como Longobardos, Alemanis, Suevos, Sajones y Francos.
Los romanos (siento tener que cansarte con tantas referencias a ellos) pretendían que las tribus que alcanzaba su brazo militar se hicieran, sí, tributarias del Imperio; prueba de ello fue el establecimiento de ciudades tan perdurables como Koln, conocida en sus orígenes como Colonia Agripina (en honor de Agripa). Los romanos crearon con la ‘manu militari’ antecedente de la ‘manu legis’, el Imperio más formidable que ha visto la historia humana, mas eso implica una especie de paradoja: imponer la ¡legalidad! en forma ¿legal? Ellos exportaron su sentido de civilización, y latinizaron un término, que en labios griegos sonaba a “polis”, para denominar a la congregación humana que acepta reglamentos de convivencia –lex–, y lo derivaron en “civismo”, “civilidad”, “urbanismo” o “urbanidad”, todo ello envuelto en ¡política! Te digo: de hecho la tal política no es otra cosa que el arte de la convivencia ciudadana y según la Roma Imperial. Pero insisto: las bondades de la civilización, las impusieron al vecindario Mediterráneo.
Existió un manual, texto de gran éxito para capitanes y gentes de armas, que bien pudo llamarse “Método para la exportación de ideas y procedimiento para imponerlas por medio de la espada”. Napoleón le consideraba muy útil, si bien su autor –genio del marquetín o del uso del chisme para fines de ganancia bélica– le denominó simplemente “De Bello Gallico” (La Guerra de las Galias), en el que Julio César, guerrero incomparable, narra cómo sometió a los bárbaros antecesores.
Por cierto, ¿viste ya la mascota del mundial de patabola que se realizará en Francia? ‘Gallix’, y porque el gallo ‘chantecler’ (cantaclaro) es el símbolo francés, pero con ese nombre acuñado a partir del héroe derrotado por los malévolos romanos –Vercingétorix–, y de la risible versión formulada por Goscinny y Uderzo (el primero hacía los guiones y el segundo los monos), en la que Astérix es el azote de las legiones invasoras. Te digo: la historia puede aún ser fuente enorme de humor. Quizá funcionaría mejor la suavepatria –que es el resultado de un proceso histórico– si fuéramos capaces de no estar anclados en una visión trágica y entendiéramos que la tragedia (real o hipotética) con el tiempo, se puede convertir en comedia.
Sí, como en el caso de romanos contra bárbaros, el proceso civilizante de ¡La Gran Chichimeca! Del enorme territorio de chichimecas, y denominados así los que carecían de moral y morada: tribus del semi y del desierto mexicano que fueron asimilados luego de una guerra feroz y que se prolongó ¡cincuenta años! y en el siglo XVI.
Decir que Napoleón asimiló la lectura del ‘De Bello Gallico’, con sus teorías de ‘campus’ (lugar para la batalla) y “campañas” (sucesión de enfrentamientos conducentes a la victoria y dominación), puede resultar hasta admirable. Pero antes que Napoleón, otros siguieron las enseñanzas del civilizante César, y entre ellos Cortés y muchos de los que arribaron a estas tierras y se convirtieron en capitanes o capitanejos practicantes del ‘ars belli’, cuya estructura mental era derivativa de aquel Imperio “civilizante” y ancestral.
Chichimecas, sinónimo de bárbaro, y los venerados y mitologizados Aztecas también lo fueron hasta el momento en que se arraigaron y concluyó su peregrinaje. Si no me crees, un día que vayas a la monstrua capitalina, busca a tras calle en el costado sur del Palacio el monumento conmemorativo a la llegada de los “…Mexicanos Azteca Chichimecas…” (así dice el pie del conjunto escultórico) y de la funda de Tenochtitlán en el 1325 en nuestro romántico calendario. Chichimecas en contraposición a Toltecas, conocedores de las bondades de la civilidad o convivencia urbana.
A fin de darle mantenimiento a lo que denomino la práctica de la televisión en caída libre –lunes a viernes de dos a tres de la tarde–, he visitado diversos puntos de frontera en ese proceso de asimilación civilizante del universo Chichimeca: Bolaños y Huejuquilla, en Jalisco, y Sombrerete en tierras de los Zacatecas. Puntos de avance de una romanidad trasladada hasta el Gran Tunal, y lugares que han nutrido mi forma conversante de hacer tele: voy, veo y te cuento.
Mal le fue a Pedro de Alvarado y en los momentos iniciales del encuentro y con la selección al mando de Tenamaxtle. Sí, Pedro el apodado Tonatiuh –sol– por ser güero, y quien agarró a balón parado a los defensores del Templo sin acatar normas de fuera de lugar; Pedro, lugarteniente de Cortés, menospreció la ferocidad chichimeca y murió en la ofensiva contra los caxcanes, aferrados a mantenerse en su enorme y pedregosa patria, toda ella morada de su cuasi desnudez y moral. Juan de Tolosa –hacedor de Bolaños y de Zacatecas, pueblas mineras–, Constanza de Andrade –guerrera temeraria devenida en ama de casa ¡de la enorme casa Chichimeca! y cazadora de las riquezas del desierto–, Miguel Caldera –fundador de Huejuquilla y del San Luis del Potosí– y tantos otros nombres cobijados por la amnesia histórica. ¿Hicieron bien o mal? En todo caso humanamente hicieron lo que creían debían hacer por la civilidad: fundar ciudades y transmitir su credo civilizante.
También por razones de mi quehacer televisivo, fui lo’trodía a la Coliseo. En cierta y simpática forma la arena es el mejor monumento impensado a otro participante en la lucha libre contra el chichimeca: Cristóbal de Oñate, cuyo solar palaciego estuvo justo allí y por Medrano ¿Qué buscaban, oro? Todos los emigrantes, todos los siglos, lo han buscado, incluso hoyendía y pa’l norte, peregrinan tribus completas en busca del novedoso oro-verde. ¿Que las leyes que les guiaban eran imperfectas? Con todas sus lagunas, eran ya eso –‘lex’, legible–, y no sólo código de supervivencia en el tunal. ¿Santos? Qué va…
Sin moral y sin morada. Oye, ¿no estará surgiendo un novedoso chichimequismo? Tribus, algunas de ellas con mucha morada pero nula moral; otras sin lo uno ni lo otro, y en estas ciudades donde la urbanidad va disfrazándose cada día más, y cada día se le reconoce menos. La guerra chichimeca anda en busca de narradores y aun de guionistas cinematográficos. Quizá también de humoristas, pues en todo caso Astérix no es sino la versión ideal de una guerra que perdieron los galos.