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Conjuntos

Y luego…

Por Alvargonzález; 16 de mayo de 1996

Qué sabio el tal Cervantes con aquello de “los niños comienzan imitando, para después comenzar a ser ellos como adultos…”. Modelaje puro, la infancia, y ni tú ni yo podemos vanagloriarnos de ser absolutamente originales. Primero imitamos, y después somos la resultante personal de esas imitaciones primarias.

Colectivamente, lo mismo: imita­mos para luego ser nosotros. Esa la esperanza. Históricamente ya no es misterio el hecho de que la primera Constitución Nacional fue una traducción, y no muy buena, de la constitución de conocido país al Norte del tan Americano Continente. El punto de partida nacional fue imitativo, y tal vez no haya sido tan malo eso sino el seguir con el modelaje en cuestiones in­sospechadas. Fíjate, a veces me da una pereza enorme sentarme frente al te­clado y acomodar palabras. ¿Qué caso hacerlo en medio del analfabetismo brutal en el que se ha sumido el país? Qué quieres, nos falló el modelo en lo que creí había sido idea original de la suavepatria y de su SEP.

L’otro día –tal cual te lo cuento–, me armé de valor para entrar a una vieja casa allá por Hidalgo. Experimenté una mezcla de sentimientos encontra­dos: temor, nostalgia, gozo… Se me remeció a fondo la historieta personal. Allí fue el kínder de las Michel; allí mi encuentro con los rudimentos numéric­os y literarios; allí el rigor de la disci­plina. Me gusta decir que a los cuatro años me vi obligado a interrumpir mi educación, porque mis padres me echaron a la escuela. Es un decir, por­que de hecho ahora guardo una grati­tud silente hacia aquellas Michel y sus maestras que con sus métodos –que ho­yendía provocarían la ira de comisio­nes de derechos humanos–, lograron que cuente con una caligrafía y una ortografía envidiables, y que el aprendi­zaje de las tablas de multiplicar me haya llevado hasta rincones muy oscu­ros de la geometría analítica y del alge­bra.

Si cada diecitantos años se contabi­liza una generación, entonces ahora podemos hablar llanamente de dos. Dos generaciones perdidas; gramatical y aritméticamente perdidas, y la culpa no fue nuestra, sino del modelito que imitamos repetitiva e inconscientemen­te. ¡Dos generaciones!

Fue en la frontera con los setentas cuando irrumpieron los “conjuntos” en los salones de clase. Era un método –diferente al de las Michel– de aprendizaje analgesio: sin dolor o sin esfuerzo. ¡Las nuevas matemáticas! Hago un símil deportivo para que mejor entiendas: claro que quien pretenda aprender el patabola, tiene que hacerse el ánimo a tirones musculares y sudores exhaustivos. ¿Quién dijo que la educación podría realizarse sin ninguna exigencia? Para tu tranquilidad, los expertos pedagogos nacionales no hicieron sino poner sus ojos bien abiertos en planes de estudios al otro lado de la protegida frontera, y traducirlos. De eso me entero ahora; de que el fracaso reiterativo de las reformas a las reformas educativas no ha sido fruto de la originalidad, sino de la copialidad. Para copiar bien, se necesita ingenio; para que el copiar conduzca, insisto, a descubrir las propias virtudes y defectos.

Planas y planas con óvalos y palitos, sobre unos extraños cuadernos de caligrafía. Todo para poder escribir ahora con una letra a la que los jóvenes le llaman “manuscrita” (como reconociendo que la que hacen ellos es pataescrita) y que les resulta indescifrable. ¿Has visto la letra de las nuevas generaciones de profesionistas? Aprendida igual que los conjuntos: sin paciencia, sin lógica y sin labor extenuante, para más o menos expresar menos que más.

Como sé que estamos en una civilización numérica y dolarizada; ahora te digo la cifra californiana: 127 millones de dólares que el detestador de los mechicanos, Wilson, quiere inyectarle a un proyecto. ¿Proyecto de qué? De enseñanza de lectura, escritura y aritmética a los niños californianos, y ¡luego de descubrir que entre conjuntos y la letra sin esfuerzo y sin estilo, la educación primaria huele a cloaca! Generaciones que no saben manejar la lógica verbal ni numérica, gracias a que se abandonó el viejo sistema educativo.

Te decía renglones arriba, que me atreví a entrar a la casa que albergó el kínder donde tuve mis primeros problemas de maestranza. La vara de las Michel zumbaba para evitar la indisciplina, y no sé gran cosa de pedagogía, pero en mi caso funcionó; también, ignorante en psicología como en otras muchas ciencias, no sé si exista ser humano sin traumas, pero creo que la adultez da la perspectiva necesaria como para entender algunas cosas en su dimensión, y acomodar los tales “traumas” en el equipaje anímico. Entrar en aquella casona, y con mis buenas décadas de vida corrida, me estremeció y me hizo recordar con qué poco gusto acudía cotidianamente al kínder. Poquísimo. Pero aprendí a leer de corrido, y me enamoré de los libros y de ellos he aprendido cientomil muchas cosas. Yo sé que lees y por eso vamos en esta línea; pero estamos inmersos en una sociedad analfabeta; en la que no se lee y en la que intentamos construir un México novedoso… ¿sin recursos elementales? Vaya futuro.

Durante años –y perdona que te quite tiempo con confidencias personales– he andado volando con la lengua y desde antenas de diversas magnitudes. Ahora me sorprende enterarme de la gran cantidad de jóvenes que quieren gozar de ese privilegio: hablar con otros y por otros a través del hertzio. Nada malo en ello, pues por experiencia te digo que es una actividad envidiable. Empecé a aprender a hablar, sigo aprendiendo, leyendo en voz alta e imitando –tal cual– a quienes para mí se convirtieron en maestros, incluso sin saberlo ellos. Descubrí que las palabras tienen su cadencia y consonancia y que la voz es un instrumento musical maravilloso. Como usuario del hertzio, en más de un idioma y en ambos sentidos –como generador y como receptor–, me doy cuenta de algo estrujante: del vocabulario mínimo que utilizan los “conductores”; de la vacuidad de sus decires e incluso de la ignorancia de otra enseñanza cervantina, aquella de “no hay risa más estúpida que la que no viene al caso”.

No creo que me exijas estadísticas sustentantes, pues lo percibimos tú y yo: de diez niños con la primaria concluida, ¿uno sabe leer? Saber leer es mucho más que descifrar el valor fonético de las letras; es gozo, es placer, es hambre de aprender, de abrir la inteligencia a la sabiduría impresa en papel.

Los generadores de reformas académicas –en ese más allá continental– han reconocido el fracaso. Acá ¿cuándo? La inercia nos llevará un buen trecho antes de detenernos.

Insisto: ante la saturación del sistema educativo, sólo funcionaría una fórmula emergente: tomar el hertzio y llenarlo de inteligencia. Pero eso es una utopía. Si vieras cuánto miedo se le tiene al pensamiento; quesque es muy peligroso un pueblo que piensa. ¡Pero es mucho más uno que no lo hace!

En todo caso hay que esperar a que en California lo hagan para luego imitar nosotros. ¿No habrá más modelitos, acabándose el siglo 20, para darle sonoridad armónica y urgente al desafinado conjunto nacional? Dímelo tú.

Con-juntos sin saber hablar, ¿qué nos con-junta?

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2 comentarios en «Conjuntos»

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