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Cordura

Y Luego…

Por Alvargonzález; 25 de enero de 1997

Ocasionalmente lo veo, caminando por calles céntricas, y estoy seguro que va exacta y precisamente a ninguna parte. Con ropas más sucias que limpias, y todas las veces que le he visto lleva una bolsa de plástico en la que –hinchada– estoy seguro, lleva cosas más voluminosas que pesadas, pero igualmente inútiles. Camina hablando solo (nada raro en eso, porque muchas veces yo mismo me descubro hacién­dolo), pero él parece discutir consigo mismo, medio fúrico.

Cuando lo veo, mi memoria no puede sino meter reversa y volver a los tiempos secundarios y preparatorios, cuando en el colegio en donde estábamos, la “inteligencia” se media de cero a cien mediante exámenes en los que yo no pasaba de 70 y él no bajaba de cien. Lo veo y recuerdo aquel sistema educativo tan riguroso, con disciplina de campo de concentración y cuyas pruebas semestrales y finales represen­taban para mí –siempre he sido de len­to aprendizaje–, desvelos y angustias inenarrables. Lo veo, y de rebote ni si­quiera soy capaz de afirmar si era mejor la exigencia de aprender a manejar la regla de cálculo, con todas sus minu­cias y triquiñuelas, o la simplicidad có­moda de pinchar botones de una simple calculadora que hoyendía sin esfuerzo da resultados millonésimamente más precisos. Él y yo fuimos condiscípulos en un Instituto que –es­toy seguro– mantenía al pie de la letra las mismas jesuitas características de La Fléche. ¿La Fléche? Sí, aquel colegio francés en donde hace cuatro siglos estudió un tal René Descartes… y que acabó detestando.

Pero recuerdos de mi de-formación académica aparte, lo’trodía mientras maniobraba para estacionar el coche, él súbitamente se detuvo y me encaró. Pensé: “me reconoció. A ver si me dice por mi apodo escolar y que él mismo me puso…”. Nada de eso, pues su dis­curso se disparató –tal cual– por otro rumbo insólito: “¡que no rieguen los parques… todos, todos, hombres y mu­jeres, vamos a morir, y eso de regar los parques es un gasto inútil…”, y dicho eso prosiguió su camino. ¿A dónde? A ninguna parte. Quién sabe cuándo o debido a qué, Luis perdió la razón, y verlo me remece profundamente, pues no puedo sino recordar –como te decía– aquellos años del estudiante superla­tivo, que pertinaz y disciplinadamente, obtenía calificaciones y reconocimientos que envidiábamos quienes padecíamos de continuos tropiezos académicos.

¿Loco yo? Mucho. Si te dijera las horas que dedico a la arquitectura del lenguaje y lo que de ello obtengo –en sonantes petropesos–, me diagnosticarías automáticamente como eso: de remate, y además me aconsejarías dedicarme a cuestiones más rentables. ¿Loco yo? Todos, y ya Quevedo lo decía: “todos locos, los unos y los otros…”, pero de alguna forma disimulamos nuestra insania mental, cosa que Luis no puede hacer, y esa la radical diferencia. Yo creo que paso por cuerdo, aun reconociendo que la autocrítica no es mi cualidad principal.

¿Cuerdo? La expresión esa –cordura–, es un anacronismo exquisito que data de los tiempos en que la anatomía se guiaba más por dogmas que por certezas científicas. Y valido del anacronismo que perdura y perdurará, trato de ensayar una definición de locura que seguro será refutada por quien tenga mínimos conocimientos psiquiátricos: la locura es la incapacidad de diferenciar entre los re-cuerdos y el presente andando hacia el futuro, todo apelmazado en la sesera. ¿O en el corazón? ¿Qué tiene que ver el corazón con los problemas sesuales? Nada y mucho, según las palabras que usamos tú yo.

Poco leo novelas; no es un género literario que me atrapa particularmente. Pero aun así una de las que más me han impresionado, al punto de decirme “si algún día escribo alguna, será como esa”, se llama “El Médico de Córdoba”, que es la vida de Maimónides, quien viviera en esa ciudad relicario mudéjar. Observando a su tío, matancero de rastro, el adolescente Maimónides se interroga si es realmente ese músculo palpitante que cuando cesa su movimiento muere la oveja, en donde radica el pensamiento; si la capacidad pensante es en verdad cordial (cardiaca) o producto de una masa gris que inmóvil y sin pálpitos está en la cabeza de los seres vivientes. ¡Durante miles de años se creyó que tú y yo pensábamos con el corazón! La prueba lingüística de ello es tan cordial como el término “recuerdo”, en donde poco disfrazadamente aparece el ‘cor, cordis’ latino y palpitante. Como las autopistas estaban prohibidas, tuvieron que pasar siglos después de Maimónides para que la ciencia situara en la cabeza y no en el tórax la capacidad pensante, y ya era demasiado tarde para reestructurar la lengua y decir “resesar” en lugar de “recordar”, con la certeza de que envueltos por la duramadre (tal cual), los sesos son el almacén de información vital y no la noble entraña cordial.

Perder la cordura es la locura, ¿no? ¿Cómo disfrazas la tuya? Al encararme con Luis y lo’trodía, no pude menos que ver lo frágil que es la supuesta salud mental. El cerebro sigue siendo la última frontera del conocimiento científico, pues es hora que aún no se sabe cómo funciona la memoria; cómo se quedan fijos recuerdos irrelevantes y se evaporan cuestiones trascendentes. Misterio indescifrable incluso para los omniscientes científicosnorteamericanos. Fragilidad: se interrumpe un circuito y comienza la filmación interminable de “Perdidos en el espacio”, como en el caso de mi condiscípulo, el otrora brillante Luis, que cualquiera el rumbo que lleven sus pasos callejeros va a ninguna parte. Me estruja el corazón verlo; me recuerda…

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5 comentarios en «Cordura»

  1. Impresionante.
    ¿Se puede educar nuestra respuesta a los recuerdos? Ante los recuerdos de experiencias desagradables si no se encuentra solución satisfactoria, entonces repetimos miles de veces ese recuerdo, y puede destruirnos perdiendo consciencia de la realidad.

  2. gloriaromero999@hotmail.

    Desde luego que dicha persona del relato es un fracaso para todos como sociedad. Dadas las circunstancias sociales en las que habitamos. Pero a nadie gusta la política y para efectos de análisis social la política es la que domina hasta hoy.

  3. gloriaromero999@hotmail.

    A la fecha se toma por muerte cerebral, el individuo que sigue «vivo», gracias o desgracias al corazón.
    Cerebros a la fecha son 3: 1. El automático ¿le puedes ordenar a tus tripas que NO hagan digestión? Si te suicidas no más.
    2. El inconciente. El que opera o registra casa millonésima de segundo lo que los sentidos captan. Es el más desconocido. Y tal vez el más poderoso por lo mismo.
    3. El consciente. Ese que en este momento me indica a los dedos lo que te intento decir.
    Así que NO SOLO DE PAN Y CONOCIENCIA VIVE LA MUJER Y EL HOMBBRE.

    Ahora que, yo no considero sinceramente darme lástima la persona que al igual que yo tiene locura y desorden, respeto la opinión y el análisis de Álvaro pero esa persona como cualquiera está en su derecho de vivir distinto, otra cosa es que pidiera ayuda y dependería de las capacidades extra personales hacer algo por dicha persona.

    De cualquier modo siempre es muy interesante lo que aquí se vierte. Álvaro cada vez se actualiza más.

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