Y Luego…
Por Alvargonzález; 5 de julio de 1997
Sí, la ociosidad es madre ¡de la política! Mientras nuestros ancestros tenían que andar persiguiendo chichimecamente el venado de cadicuando y colectando el fruto cotidiano, no tenían tiempo para dedicarlo al arte político. Además, ¿qué sentido tenía para nuestros errabundos predecesores elaborar teorías demasiado alejadas de su realidad silvestre? Eso es: la política es hija del ocio auspiciado por las ciudades, en hipótesis inicial, refugio colectivo contra la incertidumbre. Insisto: inicialmente quisieron ser eso las ciudades, o en griego las llamadas ‘polis’.
Vaya que si los inventores nominales de la tal “política” eran unos verdaderos artesanos del ocio. ¿Cómo le hacían para pasarse buenos ratos en el ágora, en el lugar de convergencia ciudadana, discutiendo sobre el Estado y asuntos accesorios? Ellos, los inventores de la Democracia –como término que sigue en proceso de definición–, reconocían en sus ciudades a sólo un tipo de ciudadanos: los libres, los nacidos allí, y no a los “bárbaros”, como denominaban a los forasteros llegados de cualquiera parte a disfrutar los beneficios urbanos. O eras ateniense por nacimiento, o no. Pero los respetables inventores de palabras, los hombres libres, tenían un gran ingenio para poder disfrutar de la conversa creativa o del debate: contaban con una gran cantidad de esclavos –en proporción calculada de cinco a uno– para que ellos realizaran todas las engorrosas tareas que implica la cotidianeidad urbana, mientras los amos se dedicaban a discutir cuestiones de guerripaz, o iban al teatro a ver (eso significa ‘theatron’) la última obra de Esquilo, o a escuchar una discusión sobre las ideas revolucionarias de Eurípides que osó dudar de la omnipotencia de Zeus.
Déjame insistir en eso, y con cierto fundamento: la ociosidad es madre de la política. ¿Democracia? Esa derivación de tan complicada ciencia –¿la convivencia urbana no es acaso complicada?–, nació sin inquietar mayormente a los esclavos, en una Grecia amante de la moderación y de la simplicidad, y en la cual los tales “esclavos” desempeñaban las tareas que actualmente realizan los hombres de negocios y los profesionistas. ¿Democracia? Aparte del ‘demo’, me interesa el ‘krátia’, como la unión de fuerzas –a ti y a mí aislados, sin fuerza, nos puede avasallar el hábil– de un término compuesto, o en busca de compostura, surgido en medio de un pueblo que veía la esclavitud como una institución necesaria para posibilitar ¡el pensamiento! Paradoja, pero insisto en que Roma y la posteridad equivalieron la esclavitud a la animalidad. Por eso los esclavos griegos oían la palabreja “democracia” sin preguntar “¿…y nosotros qué?”, en una Atenas dominada ¡por la simplicidad! En donde el “tener” no había arrollado al verbo “ser”, y en la que había esclavos más prósperos que algunos de los hombres libres o atenienses.
Extraño nacimiento de un concepto que ha desaparecido y resurgido a lo largo de siglos; más extraño, ¿no te parece?, pues en el concepto iba revuelta cierta dosis de aristocracia, si se entiende esta última como el gobierno ejercido por un cierto núcleo-grupo cerrado a todos los demás. ¿No te da la impresión que el asunto ya trae fallas de origen? Unos pocos, en Atenas, pregonando que ellos son “el pueblo”, y determinando que su unión les confiere el poder. ¡Vaya pendulación! Por cierto, se me pasaba decirte que eso de ‘aristós’ no necesariamente es algo peyorativo; en sentido estricto significa “lo mejor”, pero el problema radica –creo– en la evaluación de mejorías. Tal vez en el fondo no exista una contradicción entre ‘demo’ y aristocracia… siempre y cuando esa definición de “los mejores” se realice adecuadamente.
¡Ah los griegos, con tanto ocio inventaron cada cosa! Tienes por ejemplo La Mitología, exquisito compendio de chismes de unos dioses que se comportaban como actores de televisión. Plutón, uno de ellos, tenía como función la que podríamos llamar tú y yo “reparto de utilidades”, pues él decidía a quién, cuánto, y cuánto no a otros. Dispensador de fortuna, y con una característica muy singular: ¡era ciego!
En un sistema tan brutalmente pragmático (detesto el término “neoliberal”, porque así no bautizó el sistema uno de sus hacedores, John Stuart Mill), existe el riesgo grave de confundir al “mejor” con “el que tiene más”, y bendecido por Plutón. Eso, fíjate, desembocaría en la ¡Plutocracia! Benéfica combinación para quienes perciben que luego de repletar cajas de caudales, todavía el ser humano tiene una grandísima ambición: ¡el poder! ¿Quieres más? El animal humano es el único capaz de insatisfacción permanente, y la Plutocracia no es riesgo remoto sino posibilidad patente (por cierto, lo’tro día leí una hipotética “Declaración de los Simios” en la que negaban haber antecedido a los seres humanos y que se avergonzaban de esa afirmación. Tal vez algún día te la cuente traducida, porque simpática sí es).
Creo que estábamos hablando del aristocrático nacimiento de la democracia. ¿No te parece tener sentido entenderla como la posibilidad de que el ‘demos’ –pueblo– elija al más idóneo ‘aristós’ para gobernar? El riesgo es que al ‘aristós’ se le olvide el ‘demos’ y convierta la cúpula del poder (vaya terminajos que aprendo prendiendo el radio) en recinto para uso personal y de sus compinches; cosa de familia y al grito implícito de “bájenme si pueden”. A mí no me parece –y me gustaría saber qué opinas– que ese es el riesgo grave de la democracia: el equivocarse en la selección de los mejores y a la hora de sufragio, o del voto.
¿Votar? Para los inventores de ese procedimiento, los romanos, algo de sagrado tenía. De hecho –y con el nombre de ‘voveo’– significaba una promesa solemne ante los dioses; cuestión divina, te digo, que derivó en el sufragio. ¡Vaya que si han cambiado los sistemas sufragantes! Cuando a la multitud se le pedía votar, ella respondía con el ruido de escudos golpeteados; eso, ruido rompiente, significa el ‘subfrangere’, que posteriormente y tal vez, hacía alusión a las tablillas o ‘tabellas’ de madera que utilizaban los romanos en sus ruidosos procesos votantes.
Largo camino el que ha debido recorrer ese vocablo tan griego como contemporáneo; democracia. Y en ese largo proceso desde su nacimiento ateniense, el término ha debido modularse; definirse y redefinirse. ¿Es difícil la tal democracia? Por difícil que sea, es lo mejor que conocemos. ¿O no?
Pero déjame finalmente insistir en eso: la política es hija del ocio ¡Pero del ocio creativo! Del ocio que proporcionaron las ciudades a sus habitantes, luego de que nuestros ancestros dejaron de perseguir el pan suyo nomádicamente. Y la política, en sentido estricto e hija de la ‘polis’, no es otra cosa que saber convivir civilizadamente y con urbanidad. ¡Estamos urgidos de política!
Luego te busco; táte bien…